Robert Walser, "Vida de poeta"

 




Con el título de Vida de poeta, me ha encontrado este volumen de Robert Walser en un lugar muy especial, la librería anticuaria “La Galatea”, en la calle Libreros, Salamanca, a pocos días de su cierre. Como siempre el azar juega su partida y me sorprende con un regalo. El ejemplar recoge los relatos y prosas narrativas Geschichten y Poetenleben, publicados en forma de libro en 1914 y 1918, respectivamente. Eran colecciones que reunían textos de Walser publicados en revistas y periódicos hasta 1916.

            Son los años de su vuelta a Suiza, a su ciudad natal, Biel, donde Robert Walser acude buscando refugio en lo pequeño, en lo sencillo y en un entorno natural. Publica en estos años poesía y prosas breves, caracterizadas por la observación de la naturaleza, el amor, la escritura, y el hallazgo de un nuevo prodigio ante el que no queda otra opción que la celebración y el júbilo.

            Una mañana, hasta donde recuerdo, hallándome a mitad de una suave cuesta, bajo unas encinas, me puse a contemplar un adorable pueblecito perdido entre el bosque y la montaña, que brillaba a mis pies bañado en la hermosísima, cálida y benévola luz de una mañana estival. ¡Qué alegría tan sana y buena procura el vagabundear! Solo las alegrías inocentes son verdaderas.

            Júbilo ante la extrañeza de la vida, a pesar de que en esos años, Walser, el poeta de lo pequeño, sufrió pérdidas personales importantes: su padre muere en 1914 y en 1916, su hermano Ernst, esquizofrénico, fallece en la clínica en la que estaba ingresado. Tres años más tarde, su hermano Hermann se suicida, aquejado también de problemas psicológicos.

            Lo original de la prosa de Walser en estas piezas tan breves es la inocencia con que recibe lo natural, los paisajes, el amor, los seres vivos o las personas que le salen al encuentro. Todo es siempre nuevo, como hallado por primera vez.

Es una sensación que se contagia en el mismo acto de leer, con esta prosa que desprende una música suave y, algunas veces, es imposible contener una tímida sonrisa.

-¿Podré verlo mañana a la misma hora?

Me encantaría -dijo ella-. Pero al día siguiente empezó a llover, y me quedé en casa.

“La lluvia y el frufrú de las colas no se compaginan nada bien”, filosofé, y, de pronto, otras cosas habían cobrado más importancia para mí.

También aparece el tema de la escritura, con textos sublimes como “Hölderlin” o “El talento”, o como cuando el autor busca excusas para acallar las expectativas de los otros sobre su nueva novela.


Era gente estimabilísima, buena, estupenda, muy querida; solo que por desgracia, me preguntaban todo el tiempo por mi nueva novela, y eso era espantoso.


            Y llega a cerrar el círculo cuando su editor le reclama una nueva novela de éxito y el escritor, que no la ha escrito a pesar de haberla prometido, toma una decisión drástica que nos recuerda a otras historias entrañables de Walser:

No pude dejarme ver más en sociedad ni entre las estimables personas que tienen por costumbre interrogar a un novelista sobre su nueva novela. No obstante, pronto puse un brusco fin a tan lamentable y angustioso estado evaporándose un buen día, como quien dice, y partiendo muy lejos.


Y ya para despedirme, solo dejo por aquí el magnífico final de la breve “Carta de un pintor a un poeta”, para mí toda una declaración de intenciones para desear a los lectores “lo mejor de lo mejor”:


Deja que te abrace y te diga adiós. Una cosa es cierta: los dos, tú, poeta, no menos que yo, pintor, necesitamos paciencia, valor, fuerza y perseverancia. Te deseo lo mejor de lo mejor, cuídate del dolor de muelas, guarda siempre algo de dinero y escríbeme una carta tan larga que tenga que pasarme una noche entera leyéndola.

 

 

Robert Walser, Vida de poeta.

Traductor: Juan José del Solar

Alfaguara, 1990 

 




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