Kafka frente al poder. "El proceso"

 

Franz Kafka, II. Entender el siglo XX

 3 de abril de 2024

Kafka frente al poder. El proceso. 

Andreu Jaume

Se hace necesaria una cuestión previa sobre aspectos metodológicos: en la primera mitad del siglo XX, la crítica abordó la ficción de Kafka sin contar con el material biográfico; por ejemplo, Walter Benjamin o Hannah Arendt son dos lecturas que no contaron con ese material. Y es que su magna biografía no ha llegado hasta 2016: Kafka. Los primeros años. Los años de las decisiones. Los años del conocimiento, que Reiner Stach hizo sobre el escritor, publicada por Acantilado en dos volúmenes. En la segunda mitad del siglo pasado y principios del XXI, el exceso de información biográfica ha ido ampliando el análisis. Dos formas de leer a Kafka que constituyen un problema hermenéutico de la crítica literaria moderna. Pertenecemos a una era biográfica de la interpretación literaria en la que el autor pasa a primer plano y eso determina la interpretación. El ensayo de Canetti, El otro proceso, es ilustrativo de este aspecto crítico. Lo escribió para demostrar que El proceso surgió del drama de su compromiso frustrado con Felice Bauer. Este episodio de la vida de Kafka fue determinante para el proceso de escritura de esta y de otras obras. Pero no podemos leer El proceso solamente como resultado de su angustia por ese compromiso.

       La imaginación de Kafka se eleva a un nivel mítico. Una obra literaria es fruto de impulsos irracionales además de las motivaciones personales. El reto interpretativo de Kafka estriba en mantener vivo el enigma. La maravilla es que desafía la precariedad de nuestras necesidades interpretativas.

       Tres aspectos para entender mejor el temperamento de Franz Kafka:

  1. La certeza de separación, tal como le explica a Felice, cuando intentaba llamar la atención de su familia ante lo que estaba escribiendo, su primera novela. «He quedado apartado a la parte fría del mundo». Lo exclama ante la falta de reconocimiento. Es la metáfora de La transformación, cuando el escritor asumió desde el principio estar apartado en un lugar aislado pero cálido. El fuego solo lo encenderá la literatura.
  2. Kafka tenía un enorme respeto hacia la vida, un enorme respeto que emana de su obra. «Con Kafka», escribió Canetti, «llegó al mundo algo nuevo, un sentimiento más preciso de su carácter discutible y problemático que, sin embargo, no va unido al odio, sino al respeto a la vida».
  3. Una de las claves de sus novelas es la comicidad, el sentido del humor. En 1910, Kafka fue ascendido en su empresa y, al acudir a agradecer a su superior el ascenso soltó una carcajada espontánea, de risa nerviosa. Siempre evitó la confrontación.

  La trágica historia del siglo XX, con el Holocausto, cargó la obra de Kafka de un exceso de severidad y nos ha hecho perder la noción del humor en Kafka. Sobre el tema, Milan Kundera habla en su ensayo El arte de la novela, donde apunta que la risa tiene otro cometido, que es destruir desde el interior lo trágico.

En Kafka aparecen dos leyes fundamentales: la ley paterna (familia, empleo, matrimonio...) y la ley de la escritura, que. se opone a todo y está relacionado con la oposición al padre. Se tomó el oficio de la escritura como una devoción. Su padre se mostró siempre hostil a su dedicación a la literatura. Canetti habla de cómo la experiencia personal de Kafka, su relación con su padre dominante y su constante sensación de alienación e impotencia, influyeron en la creación de sus obras.

            Dos obras precursoras de El proceso (1925) fueron La condena (1913) y su primera tentativa novelística, El desaparecido (América) (1912). El autor apunta que todos sus personajes son máscaras de sí mismo, son figuraciones, variaciones de sí mismo. El desaparecido es una novela interesante, influida por Dickens. Los temas son. la ilusoriedad de la libertad, que conseguirla le supone una coerción, la alienación del mundo moderno, la singularización del gesto humano. Sus personajes parecen emancipados de su propio cuerpo (influencias del cine). Kafka fue el primero en representar la mecanización del cuerpo. “El hábito humano se debe volver función o desaparecer”. Es pura funcionalidad llevada a un absurdo permanente. Aparece ya, además, otra constante: la repetición de un mismo motivo hasta el infinito para llegar a nada; se ha vuelto absurdo e inservible. Y otro indicio es la pulsión de trascendencia que siempre queda ahogada por la irrupción de un gesto grave.

 

El proceso (1925) (Inconclusa. Escrita entre 1914 y 1915)

En El proceso la imaginación de Kafka opera en una dimensión mítica que transforma las referencias biográficas en algo que ya no tiene explicación. Es el más antiguo de los escritores modernos. Hay una suspensión de significado que supone un eterno aplazamiento, pero los fundamentos de la narración están intactos. Se mantiene a salvo de la teoría, opera al otro lado. Kafka retrata la modernidad en toda su crudeza, pero él se salva de la modernidad. Será preciso entonces leer El proceso al margen de los sucesos biográficos que la impulsaron.

            En la primera frase de la novela ya está todo: "Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido". La clave está en la palabra “detenido”. Hay algo externo que detiene de pronto la vida de Josef K. Funciona como metáfora de algo que nos pasa y detiene nuestra vida. Se envuelve en una atmósfera opresiva, onírica, con espacios en absurda transformación, con una especie de lógica onírica. Nadie entiende qué está pasando y no se acuerdan del inicio. Ese olvido es la causa de que sus personajes ya no puedan albergar ninguna esperanza.

En efecto se trata de una detención, pero se le permite hacer vida normal y asistir al trabajo. cuando le piden la documentación, entrega la partida de nacimiento. Pero ni tan solo su condición de nacido le sirve para nada, ni como prueba de inocencia. Kafka no fue un visionario del Holocausto, pero sí de las circunstancias existenciales que condujeron al genocidio (los nazis privaron la condición de nacidos a los judíos). Uno de los personajes, Titorelli, el pintor que se ofrece a ayudar a K. por sus contactos con los jueces. Es una metáfora del artista que siempre pinta el mismo cuadro (ampliable al escritor que escribe siempre el mismo libro). Vive en una de las buhardillas insalubres conectada a uno de los pasillos de la casa de justicia y apunta inexorable que “el tribunal es todo lo que existe”. Kafka utiliza también algunas alegorías, como la pintura que hace Titorelli sobre la Justicia, en donde aparece ataviada con la venda en los ojos y la balanza en sus manos, pero con alas en los talones y corriendo. “Sí”, dijo el pintor, “tengo que pintarla así por encargo; en realidad es la Justicia y la diosa de la Victoria al mismo tiempo”. A lo cual replicó K. sonriendo, “No es una buena combinación”, “la justicia tiene que reposar; si no, se moverá la balanza y será imposible una sentencia justa”.

       En la novela, el poder se ha vuelto pegajoso y sórdido; es un poder diseminado por toda la sociedad. Toda actuación humana ha sido desvirtuada por el control de una ley incomprensible. No hay luz, todo es oscuridad, sordidez, suciedad; y la novela está llena de detalles cómicos. K. se va metiendo en un círculo con el engaño sobre la libertad. El proceso dura un año y, pasado este tiempo, K. es apresado la noche anterior a su 30 aniversario y es ejecutado dudando ya de su inocencia. El final lleva un párrafo inmenso: es asesinado en una cantera próxima a la ciudad, a mano de dos sicarios, con un vulgar cuchillo de carnicero: “«¡Como un perro!», dijo; fue como si la vergüenza debiera sobrevivirlo”. La vergüenza como último sentimiento que sobrevive a K., como testimonio de que hubo un mundo. La novela traza una genealogía de la culpa infinita a través de la figura del padre y de los funcionarios.

 

 

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