El hijo en Kafka: "La transformación"
Franz Kafka, II. Entender el siglo XX
24 de abril de 2024
La
transformación es la obra que conocimos muchos al
principio como La metamorfosis, hasta
que Jordi Llovet impuso en su edición de las obras completas de Kafka el cambio
de nombre. Max Brod, al publicar la obra póstuma de Kafka hizo bastantes
retoques, pero hay que reconocer que fue fiel a su amigo y fue quien rescató
para los lectores del mundo la obra de este gran autor.
La
primera traducción al español fue publicada sin firma en los números 24 y 25 de
la Revista de Occidente, en el año
1925, con el título La metamorfosis.
No se sabe quién fue el traductor de la obra, pero fue (un año después de la
muerte de Kafka) la primera traducción. Luego salieron traducciones a otras
lenguas. La primera traducción se ha atribuido erróneamente a Margarita Nelken.
El único escritor que ha reconocido explícitamente ser el traductor es Jorge
Luis Borges, en una carta a Victoria Ocampo de principios de la década del 40,
aunque años más tarde lo negaría en reiteradas entrevistas. En 1938, la
editorial Losada publicó esta versión, con algunas correcciones, junto con
otros cuentos también traducidos por Borges. Pero Borges no fue el traductor
del relato. La traducción correcta es La
transformación. Si Kafka hubiera querido titular como Metamorfosis hubiera titulado Metamorphose,
que es el término procedente del griego. En alemán la voz Verwandlung corresponde a 'cambio',
'transformación', 'conversión'. El significado es el mismo, pero es la
traducción correcta. También ha habido confusión con la traducción del nombre
del insecto que aparece en la obra: escarabajo, cucaracha.... Kafka habla de
“bicho”, es más general.
Kafka escribió la
obra, junto a otros dos relatos, en noviembre de 1912. “La historia es un poco tremenda”, le dice por carta a Felice, en
un escrito muy revelador sobre los signos de poder, a los que está siempre muy
atento y que impregnan sus obras. El sujeto triunfante se ha transformado en
una forma de vida repelente, en un cuerpo que es el de un bicho, en un ser
hostigado por fuerzas interiores y exteriores que lo atormentan. Para Kafka el
artista no vive en las alturas sino en las profundidades. Es un periodo muy
fructífero. Kafka ha escrito La condena, el
primer relato en el que ve verdaderamente plasmado su arte, la escribe “de un tirón durante la noche del 22 al 23”
(de septiembre de ese mismo año). Sabe que solo se puede escribir así, con
“total abertura del cuerpo y del alma” y trata de cumplirlo a rajatabla.
Procura atenerse, busca situaciones en que repetir esa forma de vida de cuando
estaba escribiendo La condena. Se distancia
de la familia y también de su trabajo en el instituto de seguros por estar
atado a la escritura y con una relación intensa y decidida con la literatura.
Dice: “Yo consisto en Literatura”; y es una señal de su modernidad que utilice
el término “literatura”.
Hay mucha literatura en los tres textos: “El fogonero”, (pura imitación de Dickens, confiesa el propio autor), en La condena y en La transformación, en cuyos pasajes se plasma también la influencia del autor inglés, por ejemplo, en la llegada de los tres inquilinos o la retirada a la cocina de los miembros de la familia. Solo en ese ambiente sórdido de vidas mezquinas se podía producir esa transformación. El punto de partida de la situación laboral de Gregor Samsa es, además, una culpa o una deuda que los padres han contraído con el dueño de la empresa para la que él trabaja. Esto es muy dickensiano. Gregor quiere librarse de esa deuda, de esa culpa.
También hay influencia del poeta Kleist, uno de los escritores de principios del XIX, del
que era un buen lector y con quien se identificaba por el desprecio de su
familia. A cualquiera que tenga oído para la prosa alemana, le llamará la
atención el parentesco con Kleist en varios pasajes de La transformación. Sobre todo, al final de la primera parte, en el
respiro de las frases, en el uso de las oraciones hipotácticas y en el arco de
las frases; también en la violencia que transmite el texto vemos la influencia
del poeta. En definitiva, el padre mata en diferido a su
hijo, ya que es él quien le procura una herida que le resultará mortal. El hijo es un tema fundamental en toda la
obra de Kafka. Así, hallamos varias fuentes literarias de las que se va
nutriendo La transformación.
La novela se
publicó en 1915, primero en una revista portavoz del expresionismo literario de
la época, en el número de octubre de la revista Die Weißen Blätter, bajo la dirección de René Schickele. La primera
edición en formato de libro apareció en diciembre de 1915 en la serie Der
jüngste Tag, editada por Kurt Wolff. Kafka también intervino, incluso, en el
diseño de la cubierta. En carta de octubre de 1915, y relativa a la portada de La transformación, en la que la
editorial pretende dibujar un insecto, Kafka se niega a que aparezca la imagen:
“¡Eso de ninguna manera, por favor! (...)
El insecto en sí no debe ser dibujado.”, y sugiere que se muestre a los
padres y la hermana “en la estancia iluminada mientras se ve la puerta abierta
que da al cuarto vecino, completamente a oscuras”. Al final, la portada incorporó en parte esta
sugerencia del autor.
Es muy importante
valorar al Kafka como un estilista y recalcar la modernidad de la obra de su
obra. Podía escribir con nitidez y precisión, con enorme meticulosidad y gran
detallismo, no sobra ni falta nunca nada. Su escritura es un tejido prieto, no
hay nada raro, solo una gran densidad. Estéticamente, los inicios de sus
narraciones son impresionantes:
Cuando una mañana, Gregor
Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en
un monstruoso bicho. Yacía sobre su espalda, dura como un caparazón. Y al
levantar un poco la cabeza, vio su vientre abombado, pardo, segmentado por
induraciones en forma de arco, sobre cuya prominencia el cubrecama, a punto ya
de deslizarse del todo, apenas si podía sostenerse.
“El estilo de
Kafka es como el agua”, dice Hannah Arendt. Se veía o quería verse como un
artista, como alguien que aspira a la perfección. Consideraba que, en esas tres
narraciones, La condena, La
transformación y en El fogonero,
se había acercado mínimamente al nivel artístico que deseaba. Era un escritor
muy crítico con su obra. Le comunicó a su editor que quería reunir las tres
obras en un solo volumen y titularlo Hijos.
A Kafka, cuando
leía relatos a sus amigos, le daban ataques de risa. Hay pasajes muy cómicos,
por ejemplo, cuando sus padres se enteran de la muerte de Gregor. Hay escenas
tenebrosas y, además, cómicas. Destaca porque se escribe entre risas, eso es
propio de la gran narrativa. Está la audacia de objetivar, una audacia que da
risa. Al mismo tiempo que existía esa ironía, estaba la idea de Kafka de
escribir como forma de rezo, de plegaria. Les une que los tres libros tratan de
hombres que son, fundamentalmente, hijos solteros que se encuentran en una
situación de inferioridad dentro de la familia. Así, la familia condena a
Gregor Samsa y él se deja morir, tras pasar algún tiempo sin comer.
En los tres relatos se impone el orden, el
poder desempeña un poder esencia, verdadero, un poder que llega a los lugares más
íntimos. De la noche a la mañana, el protagonista se transforma en un bicho y
en el ámbito familiar la convivencia acaba siendo imposible. Él se siente a
gusto en el techo, en lo alto, donde se respira mejor. Cada vez come menos.
Cuando escucha a su hermana tocar el violín, le parece que se acerca a otro
alimento: la música. También el cuerpo es esencial en la obra de Kafka, que en La transformación adopta la forma de un
insecto. “Cavar” o estar en el subsuelo, o de estar cerca de la muerte, entre
la vida y la muerte: ese es el lugar de la escritura para Kafka, donde reside
el hombre del espíritu. Implica una forma de vida que se busca y que luego se
apodera de quien la busca.
Uno de los impulsos fundamentales de Kafka es
desmenuzar los mecanismos del poder y su inclinación al equilibrio, entre el
dentro y el fuera. Repartir la razón es su gesto básico. Aparecen cambios de
perspectiva entre el punto de vista de la familia y el del protagonista.
Siempre está en una serie infinita, el siguiente argumento. Es una relación
llena de violencia. La celda de mi
condena es mi fortaleza. Kafka percibe el más mínimo soplo de atadura. Hay
un anhelo profundo de libertad. La obra está escrita con la mirada del mundo.
De pronto cambia la perspectiva y esa oscilación incluso se produce a veces,
dentro de una misma frase, la mirada de un lado y del otro. Al final, se impone
siempre de forma implacable la mirada de la familia, la del padre, el poder.
Tenemos que borrar el elemento biográfico o el
elemento sociológico de su obra, porque Kafka no es un autor social ni
autobiográfico. Nos traslada a otro ámbito, al ámbito del mito y allí no hay un
porqué, una razón ni una causa. Todo ocurre en su obra y no sabemos por qué.
Hemos salido de la biografía y hemos llegado
al mito, al relato del hombre que apareció en el siglo XX; desorientado,
expuesto a un poder arbitrario, en medio de un mundo en el que ya no hay coros
de los ángeles, sino infinitos niveles de administración cuyas razones no
entendemos y al que acabamos sucumbiendo.
Esa es
la realidad del siglo XX que describe Kafka. La ley existe, pero no la
conocemos; el paraíso existe, pero no podemos entrar; hay mucha esperanza, pero
no para nosotros; hay un anhelo de libertad, pero nos quedamos encerrados en
una habitación; o si hay una vía de escape, no nos lleva a ningún sitio.
Estamos en el enigma, un universo lleno de fragmentos y como universo que es,
siempre queda un remanente, un enigma, un misterio.
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