"Necesito una isla grande", de Rafael Soler


Necesito una isla grande
Rafael Soler
Ediciones Contrabando




Rafael Soler (Valencia, 1947), en declaraciones a Revista Casa Mediterráneo reduce a dos palabras la esencia de un escritor: 

“¿Qué es un escritor? Un escritor es una voz y una mirada.”.

Y no hay duda de que el tono, el color de la voz que narra es el sello que distingue una buena historia. Es una de las claves de Necesito una isla grande: cómo está narrada. Aquí, la voz  es un rasgo de estilo en sí mismo. 
La novela se abre con la muerte de Pulga, (risueño, con sordera y ataques repentinos de tristeza), uno de los miembros del grupo de amigos que conviven en una Residencia de mayores. “Al aire las encías desnudas, Pulga se había quedado sin dentadura y sin futuro”.  Lo encuentran dos de sus amigos, Tomás y Coronel, pero el grupo acoge, entre otros, a Panocha, Carmina y Rocky. 
Todos los personajes de esta novela coral están tocados por un halo de ternura, de honestidad, además de melancolía y cierto resquemor por los sueños no cumplidos. Al final de sus vidas no se resignan a dejar de intentarlo y aprovechan un premio de lotería para salir del asilo en una furgoneta e ir en busca del mar y de la libertad. A todos ellos, de alguna manera, el recuerdo del fracaso o la fragilidad les ha hecho más fuertes. Panocha, o Liberto Gómez, es el beneficiario del premio y es quien lleva la iniciativa de la aventura, un viaje lleno de incidentes, imprevistos, encuentros y desencuentros. 
“La vida, en el decir de Panocha, había que vivirla a la manera de los cuerdos de atar, siempre cerca del fracaso, que es una forma honorable de aprender, y de tomar impulso.”
Carmina es un personaje creado con mucha ternura. Forma parte del equipo de “redacción” de los panfletos contra la directora de la Residencia, doña Asunción. Escribe los textos en la Olivetti y hace la “crónica” del viaje. Su tristeza está abonada por los recuerdos y la memoria. Añora el mar y ahora sale en su busca. Pone el hombro y el oído y se convierte en confidente de todos. Carmina expone sus propias reflexiones, por ejemplo sobre la muerte y el olvido: 
“La verdadera muerte llega así, Tomás, con el olvido.” 

Pero además de la muerte está la vida, y Rafael Soler ha escrito un canto a la vida, a la fuerza para cambiarla y seguir adelante. Necesito una isla grande habla también de la amistad, celebrada y concebida como tabla de salvación en un mundo donde la soledad juega con ventaja. 
Vuelvo al tono, o la mirada y la voz como rasgos de estilo. Un recurso que aparece es el humor, socarrón en algunos momentos. Entrañable es la escena de la “detención” y la llamada a doña Asunción, o cuando los muertos piensan, hablan y evocan sus recuerdos. La voz que narra se mueve también por la mente de los personajes, vivos o muertos, con fluidez y naturalidad. 
Rafael Soler conoce la orfebrería del lenguaje poético. Y aquí el lenguaje toma protagonismo no solo como mero transmisor de lo que acontece, sino que además despliega todos sus resortes y es capaz de crear un mundo. Así, el tono es a la vez poético, melancólico, y se sirve de la ironía, recurso fundamental en la novela, con construcciones en las que cada palabra cuenta, y cuenta en los dos planos, el del significante y el del significado. 

“Si para algo no hay prisa cuando estás con amigos y buena compañía es para volver, y mucho menos si a la vuelta te espera una sonda, pongamos por caso, o un hule, o un plato frío de fideos.”









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