"La palabra del mudo", de Julio Ramón Ribeyro. 2
La palabra del mudo (Antología)
Julio Ramón Ribeyro
Ed. DEBOLSILLO. Contemporánea
ISBN: 9788466360265
Año de edición: 2022
Se alude a Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994) como el escritor que hizo del fracaso una poética particular. Admirado por Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina, Sara Mesa y Alejandro Zambra, entre otros; Ribeyro ha pasado de ser una referencia de la generación de los 50 en su país, (junto con otros escritores del “boom” como Vargas Llosa), a convertirse en un autor de culto, un clásico de la literatura hispanoamericana, comparable a la voz de Julio Cortázar o Jorge Luis Borges.
E. Vila-Matas a propósito de JR
Ribeyro:
“Su timidez, su sensación de ser como un jugador de tercera
división cuando escribía. Se preguntaba qué diablos hay que poner en una obra
para perdurar, y sin embargo ha permanecido.”
De entre toda su obra literaria
(novela, ensayo, teatro, crítica, diarios), Julio Ramón Ribeyro destaca
especialmente por sus cuentos. Así, su producción cuentística, recopilada en La palabra del mudo (1952-1977), goza de
un gran prestigio entre el público y la crítica. Por sus páginas deambulan
personajes marginados, discretos o banales, pero siempre tristes, y condenados
a vivir sin el don de la expresión, en los márgenes de la sociedad, mudos. A
ellos se les ha devuelto la voz, restituida para verbalizar el vértigo que les
mueve. Y es que acerca del porqué del título, es el propio autor quien lo
explica con una doble justificación:
“¿Por qué “La palabra del mudo”? Porque en la mayoría de mis
cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra …Yo
les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos,
sus arrebatos y sus angustias”. (1973)
“Quienes me conocen saben que soy hombre parco, de pocas
palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, de las virtudes
del silencio. El mudo, en
consecuencia, además de los personajes marginales de mis cuentos, soy yo mismo. Y eso quizá porque, desde
otra perspectiva, yo sea también un marginal”. (1992)
De algunos de los cuentos.
El cuento que abre el libro “Los gallinazos sin plumas'' (1955) es
un relato de denuncia social. Una voz en tercera persona narra la historia de
dos niños obligados por su abuelo a buscar comida en un basurero de Lima. El
viejo don Santos tiene que alimentar a Pascual, un cerdo con el que quiere
hacer negocio. La historia es el cruel relato de una explotación. El narrador
congela los momentos de la salida del sol y las personas que por allí deambulan
con recursos como el paralelismo y una selección de términos que sugieren
sombras fantasmales y melancolía. Abundan pinceladas de lirismo, pero también
de sordidez absoluta. Es un cuento social demoledor.
“Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en
los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan
a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician
por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas.”
Algunos de los relatos contienen elementos fantásticos, pero nunca se rompe la linealidad de los sucesos que se narran; así, se establece una línea de causalidad entre ellos. Las distintas voces narradoras de algunos relatos son reflexivas, observadoras, pero no siempre comprenden el mundo en el que les ha tocado vivir. “La insignia'' (1952) narra en primera persona la vivencia de un joven que encuentra por azar una insignia (una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles.)
A partir de ahí, el narrador se ve implicado en una serie de sucesos extraños. Se trata de un protagonista reflexivo, que razona sobre el significado de lo que va ocurriendo, pero se deja llevar por “el devenir de los acontecimientos”. Sin embargo, el personaje no siente extrañeza y desconoce por completo las circunstancias que rodean su vida y su situación al final del relato.
En alguno de los cuentos, el narrador pasa de la
certeza a la preocupación y de esta, al asombro, como ocurre en “La botella de chicha'‘.
Pero
el cuento más original por lo que contiene de juego metaliterario, y el más
abierto a interpretaciones es, sin duda, “Ridder
y el pisapapeles'' (París, 1971). Es uno de los más breves de la antología
y cumple casi al completo con los preceptos que el propio Ribeyro enumera “al
azar” en el prólogo de esta edición y que podéis consultar aquí:
Decálogo para cuentistas J. R. Ribeyro.
Así, el precepto número dos del decálogo: “La historia del cuento puede ser real o
inventada. Si es real, debe parecer inventada y si es inventada, real.”
queda bien probado en esta historia narrada por el anónimo protagonista cuando
viaja a Bélgica para conocer al escritor que admira, Charles Ridder. El cuento
avanza de manera no lineal, con alguna anticipación y con ciertas rupturas
espacio-temporales.
El misterio de la prosa y algunos
elementos provocan extrañeza. Y es que se muestran elementos “fantásticos” como
si fueran reales, y se aceptan con normalidad. La pura casualidad también está
presente y es el punto de partida del relato:
“En La biblioteca de Madame Ana cogí al azar un libro de
Ridder y no lo abandoné hasta que terminé de leerlo.
—Y después no quiso
leer otra cosa que Ridder.
Eso era verdad. Durante un mes pasé leyendo sus obras.”
Durante la narración del viaje, el protagonista comparte con el lector ciertas percepciones extrañas sobre el paisaje:
“No lejos distinguí un pedazo de mar plomizo y agitado que me pareció, en ese momento, una interpolación del paisaje de mi país. Cosa extraña, eran quizás las dunas, la yerba ahogada por la arena y la tenacidad con que las olas barrían esa costa seca.”
Esta sensación de extrañeza ante el
paisaje parece estar en relación con la descripción de los espacios de las
obras de Ridder que hace el propio narrador:
"Intemporales, transcurrían en un país sin nombre ni
fronteras, que podía corresponder a una kermese flamenca, pero también a una
verbena española o a una fiesta bávara de la cerveza.”
Ambigüedad e indefinición
espacio-temporal dentro y fuera de las novelas; así se empieza a hilvanar un
relato metaliterario que continúa con el diálogo entre el narrador y Ridder:
—“Pero dígame, señor
Ridder, insistí, ¿en qué mundo viven sus personajes? ¿De qué época son, de qué lugar?
Un apunte más de metaliteratura
aparece cuando describe la figura de Ridder como “extremadamente fornido y comprendí en el acto que entre él y sus obras
no había ninguna fisura.”, identificando por lo tanto al escritor con sus
personajes. Además, el propio Ridder narra una historia con distintos planos de
espacio y personajes que a nuestro protagonista le parece “una historia completamente idiota”.
“...narró una historia de caza, pero
enredada, incomprensible, pues transcurría tan pronto en Castilla la Vieja como
en las planicies de Flandes y el protagonista era alternativamente Felipe II y
el propio Ridder.”
Parece
más que evidente la intención paródica del relato en cuanto a un género
literario determinado y a un tipo de escritor que, a pesar de una primera
admiración, acaba por decepcionar: “Ridder
era, ahora lo notaba, una estatua hueca.”
Ruptura espacio-temporal, narradores que observan y reflexionan y que terminan desconcertados, juegos metaliterarios, técnicas a las que debemos sumar un desenlace sorpresivo y sin explicación racional posible, un final que aparece narrado y vivido con normalidad y aceptación, o con el asombro y desconcierto más sugerente para el lector.
Ecos
de Cortázar en este relato y rastros evidentes de buena Literatura, con R
mayúscula de Ribeyro.
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