1922: el año de "Ulises", de James Joyce


 


1922: el año de Ulises, de James Joyce.

Andreu Jaume.



El año 1922 fue un hito en la literatura europea. Ulises, Trilce, En busca del tiempo perdido, o La habitación de Jacob son obras que acusan una serie de hondas transformaciones que constituyeron la crisis total de lo que se venía incubando desde el Romanticismo. Pero, lejos de impugnar el canon, el Modernism se preocupó sobre todo por desperezar la tradición, sacudiéndola desde sus cimientos e integrándola en su presente. En ese sentido, Ulises sigue ofreciendo resistencia contra la domesticación de la literatura y la sumisión a nuevos dogmas.

    Obras como Ulises nos recuerdan que la novela, en cuanto género depositario de la narrativa, acusó un día una incapacidad para seguir contando, para dar testimonio de la experiencia del hombre con alegría e ingenuidad. El fenómeno empezó a observarse a finales del siglo XIX. La novela, que había aspirado a desplazar a la épica y a la historia, comenzó a dar muestras de fatiga e incapacidad para abarcar el mundo. Ya Flaubert fue un síntoma de ese agotamiento y lleva a la extinción la mímesis. Su última obra, Bouvard y Pécuchet (1881), no es sino la dramatización satírica del colapso del conocimiento, el último acto de la ilusión burguesa de dominio.

James Joyce es autor de una obra compacta, siempre representa los mismos personajes, alter ego de sí mismo y un pequeño microcosmos del Dublín que él conoció. Stephen Dedalus es el hijo descastado que huye de la casa paterna para buscar a un padre espiritual que acaba encontrando en Leopold Bloom. Se trata del aprendizaje de la madurez. Para Joyce, el mito de Dédalo representa la propiedad del arte para liberarnos de los lazos familiares e históricos. El encuentro con Bloom le va enseñar a Stephen que el verdadero viaje espiritual estriba en abandonar las ilusorias seguridades del ego y la identidad y asumir el desarraigo de la existencia. En contraste con la vida mental de Stephen, Bloom encarna toda la experiencia somática, desde la comida y el sexo hasta la defecación y el esputo.

A pesar de que esta novela tiene fama de ser una obra muy compleja, hay que perder el miedo a su lectura o relectura. No es una novela de peripecia donde el argumento sea lo más importante. Esconde una historia humana, un viaje de la oscuridad a la luz. Predomina un virtuosismo estilístico, huye de los límites del inglés y crea una nueva lengua. Joyce somete a sus personajes a un examen verbal sin precedentes. El lenguaje, en Ulises, nace, se desarrolla y se destruye. Es el verdadero protagonista.

¿Qué cuenta el Ulises?

Bloom es un hombre vulgar y corriente de casi cuarenta años, agente de publicidad, descendiente de judíos húngaros emigrados aunque convertido al protestantismo. Él y su mujer, Molly, una cantante de ópera bastante conocida en Dublín, tienen una hija de quince años, Milly, que ya no vive con ellos, pues se ha ido a otra ciudad a estudiar fotografía. El matrimonio también tuvo un hijo, Rudy, que murió a los once días de nacer –recuerdo de la muerte de Hamnet, el hijo de Shakespeare que falleció a los once años–, una pérdida que traumatizó a Molly, que por ello no ha querido tener relaciones sexuales con su marido en la última década. Molly, en cambio, tiene una aventura con Blazes Boylan, su mánager. Por su parte, Bloom se limita a mantener una relación epistolar clandestina con una tal Martha Clifford, como sabemos por el monólogo final de Molly. A pesar de la sordidez, la frialdad y el desgaste, el matrimonio Bloom se sigue queriendo mucho.

Así, en realidad no pasa nada excepcional y, lo que sí pasa, no aparece en la novela. No se cuenta el adulterio de Molly, se suspende el argumento, la historia. No hay un hilo narrativo. El capítulo I está organizado de manera clásica, parece que a los personajes les va a ocurrir algo, pero Joyce interrumpe ese proceso y se dedica a investigar a sus personajes, les deja “ser” y no cumplen un destino. Joyce disemina señales de muerte a lo largo de la novela de forma ominosa e insistente. El entierro de Paddy Dignam, con la visión del matadero de camino al cementerio, funciona en ese sentido como la aparición de una nueva forma de muerte, ya sin redención ni salvación posibles.

Hay capítulos enteros escritos con la jerga de las revistas femeninas o de las publicaciones para varones, porque en el mundo de Ulises, la publicidad y el periodismo lo han invadido todo. Y en el capítulo XIV recrea la historia de la lengua inglesa. La clásica forma de narrar se ha agotado también porque ya no hay un lenguaje apto para ella. La salida solo puede ser la parodia, el sarcasmo, la caricatura, las sucesivas eras estilísticas de la lengua inglesa despidiéndose con una última carcajada. La eclosión final de la palabra interior de Molly Bloom es el único momento en que el lenguaje parece recuperar su pureza. El monólogo de la esposa se convierte así en el despertar tras una pesadilla de muerte, mentira y esterilidad que culmina en una afirmación orgásmica, paradójicamente el final más luminoso de toda la literatura del Modernism.






Comentarios

Entradas populares de este blog

Los niños tontos (2). Sobre los cuentos

"En memoria de Paulina". Un cuento de Bioy Casares

Mi hermana Elba y los altillos de Brumal. De los límites difusos

SOLENOIDE, la novela traslúcida

Los niños tontos (1). Sobre el libro.