"Henry y Cato", de Iris Murdoch

 


Novela y Arte, 11 de mayo de 2021.

Henry y Cato, Iris Murdoch.

Andreu Jaume.



Buenas tardes.

Hoy hablamos de una autora fascinante, Iris Murdoch, y de una novela excepcional. Fue importante la responsabilidad que se vieron obligados a asumir muchos escritores después de 1945, cuando todos los caminos parecían ya trillados y agotados. Iris Murdoch fue una de las que más en serio se tomaron el trabajo de volver a pensar la tradición europea. Antes que novelista, Iris Murdoch fue filósofa. Propuso una revalorización de Platón y se involucró en los debates y polémicas de su tiempo.

Si decidió dedicarse a la novela fue porque consideró que la filosofía, después de Wittgenstein y Heidegger, a los que nunca dejó de estudiar, se había vuelto inoperante para lo que a ella le interesaba y que básicamente consistía en la experiencia moral del ser humano, en el estudio de la vida moral del ser humano en sociedad.

Iris Murdoch escribió un total de 37 novelas, en las que utiliza recursos del folletín y del thriller, así consigue atrapar al lector en una trama policíaca o amorosa para llevarnos a problemas morales. Su legado nos sirve para examinarnos, para ponernos a prueba. Cuando decimos que Murdoch escribió obras “edificantes” es porque se sale mejor persona después de leer estas novelas, se sale transformado. Son novelas que obligan a pensar al lector, por ejemplo, sobre la importancia de las decisiones.

En Henry y Cato, novela de 1976, además, aparecen referencias al arte de manera explícita. Hubo un cuadro que obsesionó a Iris Murdoch durante su vida, este fue “El desollamiento de Marsias”, de Tiziano (1485–1576), que recrea un episodio mitológico. Otras referencias al arte son las del pintor alemán Max Beckman, muy intelectualizado, interesado por la filosofía, la literatura, o el budismo. También es autor de ensayos sobre arte y filosofía. Uno de sus temas es la vacuidad de las apariencias. Como en sus cuadros (y la pintura de Beckman es un clave muy importante de la novela), las personas se han convertido en personajes-máscaras, casi guiñoles en manos de sus destinos absurdos. Esto nos lleva a recordar que la filosofía de Murdoch se simplifica en la frase: We are simply here. No hay nadie que nos pueda salvar.

La tesis de la novela es la vida entendida como un problema moral y cómo salir del atolladero y la crisis de conciencia moral que dejó la II guerra mundial. Murdoch recupera los modelos del siglo XIX y enlaza también con Shakespeare para revitalizar el género de la novela.

Las novelas de Iris Murdoch son muy difíciles de resumir. Henry y Cato  es un thriller metafísico que nos cuenta el reencuentro de dos amigos de infancia. Henry es un historiador del arte (especialista en Beckam) que regresa a Inglaterra para hacerse cargo de una herencia, y Cato es un sacerdote católico que ha perdido la fe y se enamora de un chico de 17 años. Las dos vidas se trenzan en un peregrinaje moral. Sus personajes principales, Henry Marshalson y Cato Forbes, son amigos de infancia y pertenecen uno a la aristocracia terrateniente y otro a la intelectual. La novela es un juego de espejos entre las trayectorias de estos dos personajes. Ambos tienen un buen concepto de sí mismos e intentan ser buenos. Pero se embarcan en imposibles aventuras amorosas y sexuales: Stephanie Whitehouse, mujer de la limpieza que fingió ser la mantenida del hermano de Henry, y Joe, el Guapo, un pequeño delincuente que desmonta los discursos morales del Cato, el cura enamorado de él.

La dedicación de Henry a Max Beckam es un tanto irónica; Henry es un cínico, es un hombre sin entusiasmo. Le llamó la atención la obra de este pintor y escribió un libro sobre él. Pero a su vez  dice que odia el arte. Ve en Beckman el final de todo.

Hay tres referencias artísticas claras en la novela: Una es la obra de Beckman en general, luego un tapiz de Rubens que cuelga del salón de la casa y que describe una escena mítica de la vida de Aquiles, cuando la diosa Atenea le hace girar su cabeza para impedir que mate a Agamenón y le obliga a mirarla. Y otro cuadro que se cita y sobre el que se reflexiona: “La muerte de Acteón”, de Tiziano, donde después de que Acteón hubiera sorprendió a la diosa Diana bañándose desnuda en el bosque, a ella la transformó en un ciervo y él fue atacado y devorado por sus propios perros. La diosa contempla la escena con indiferencia. Es una escena obsesiva a lo largo de toda la novela.

Por su parte, la obra de Max Beckman es producto de un mundo sin Dios, de la banalidad del mal. Y esta obra se ve enfrentada a las dos grandes obras clásicas citadas, la de Tiziano y la de Rubens, que nos hablan de hybris, del momento en que los hombres transgreden sus límites e invaden el campo de los dioses y del castigo que reciben.

En una escena de la novela, Henry está en la National Gallery contemplando el cuadro de Tiziano, “Diana y Acteón”. Se sentía feliz y emocionado.

“La inmortal diosa, con su redonda mejilla de manzana, su arco alzado, estaba saltando con despiadada indiferencia llena de gracia en el primer plano, mientras más atrás, en un submundo de luz incipiente, la figura como de muñeco de Acteón se desploma rígidamente ante la embestida de los perros.” 
“Qué pobres y frágiles seres semiconscientes eran los mortales humanos, en definitiva, tan fácilmente enloquecidos, tan rápidamente destruidos por unas fuerzas cuyo pavoroso poder subsistía siempre más allá de su capacidad para imaginarlas siquiera.”

A continuación, en una asociación de ideas, describe un cuadro de Max Beckman: “Contra un vacío cielo azul, un vacío horizonte azul, un enmascarado timonel conducía por el mar un rey pescador, a su reina y a su hijo, de cabello rubio, mientras una vieja divinidad agarraba el borde del barco, y un inmenso y prudente pez azul yacía mirando hacia arriba. A cada uno de los lados de esta calma inmensa y confiada se desarrollaban escenas de tortura.”

            Al final de la novela, el cinismo de Henry sufre una transformación. Se da cuenta a tiempo de su propio engaño. Las sombras de Cato alumbran la luz de Henry. Se cierra con un diálogo vibrante entre Cato y el padre Brendan, quien representa la bondad en la novela. Había sido un mentor para Cato e intenta reconducir la vocación de Cato.

Henry y Cato descubren que se habían fabricado una máscara que empezaba a confundirse con ellos mismos. Encuentran otra salida, otra forma de sí mismos. Henry descubre el amor.

De pronto entendemos las tres referencias pictóricas:

El primero, Aquiles, en el tapiz representa el momento de introspección en que algo más grande que uno mismo nos obliga a mirar más arriba. Los dioses intervienen en la vida humana y obligan al ser humano a reconocer su lugar.

El segundo, el cuadro de Tiziano, “Diana y Acteón”, donde aparece el misterio del sufrimiento humano, y la imposibilidad de evitarlo, de entenderlo, estamos atados a la rueda del destino y la diosa nos mira indiferente.

Y el tercero, el cuadro “Salida” (1935), de Max Beckman, (no nombrado pero sí descrito en la novela) sirve para un mundo sin dioses. El ser humano tiene la obligación de seguir averiguando ese lugar, de seguir fundando, a pesar de todo el dolor y la destrucción, de la guerra y el holocausto.


Lo que nos dice Iris Murdoch al final es que solo quien se atreve a prestar atención más allá de uno mismo, más allá de sus apegos, de sus dolores, de su sufrimiento, puede de verdad encontrar una salida.

Muchas gracias.




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