Baudelaire y la fundación de la modernidad poética
Baudelaire, el escritor de la modernidad. 10 de mayo de
2021.
Baudelaire y la fundación de la
modernidad poética.
Edgardo Dobry.
Buenas
tardes.
Charles Baudelaire es el aire que
respiramos en toda la poesía moderna. Pero empecemos por la actitud hacia el
lector, a quien no intenta seducir sino que lo agrede. Y esta agresión se
mantiene en varios poemas en verso y en prosa y tiene que ver con algo que la
generación siguiente transformará (el Simbolismo) en una actitud determinante
del siglo XX: que la poesía no es un género para cualquier lector, sino que el
poema es algo que el lector conquista. El propio Baudelaire hablaba del
“aristocrático placer de desagradar”. Es el primero que tiene la noción de que
el poeta ha de distanciarse de un lector ya bastante masificado.
En
el ensayo titulado El pintor de la vida
moderna, de 1863, Baudelaire dice:
“La modernidad es lo transitorio, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.”.
Con
esto quiere decir que la Belleza es un concepto histórico, si se acelera el
tiempo, la parte fugaz cada vez va a cambiar más rápido. Es el poeta quien
tiene que descubrir la parte fugaz.
Y en “La reina de las facultades”, de 1859, apunta:
“La imaginación ha creado, al principio del mundo, la alegoría y la metáfora. Ella descompone toda la creación y, con los materiales acumulados y dispuestos según unas reglas cuyo origen no puede encontrarse sino en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo, produce la sensación de lo nuevo."
Charles Baudelaire escribe el último
libro de poesía clásico, en verso, el más importante de la poesía del siglo
XIX; y en sus últimos años escribe el primero de los libros modernos, en prosa
poética. Así, termina con un género y funda otro: el género del poema en prosa;
aunque en la Carta prólogo a El spleen de
París confiesa que ha descubierto el libro de Aloysius Bertrand, Gaspard de la nuit y “me vino la idea de intentar algo análogo y
de aplicar a la descripción de la vida moderna el procedimiento que él había
aplicado a la pintura de la vida antigua tan extrañamente pintoresca.”
Descubre su obra con sentido fragmentario y de descomposición. Se refiere a
este nuevo género con estas palabras: “Prosa
poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera
adaptarse a los momentos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a
los sobresaltos de la conciencia.”
UNA
CARROÑA
Este
poema forma parte de “Spleen et ideal”, la primera y más extensa sección dentro
de Las flores del mal”. Combina
alejandrinos y octosílabos. Muestra el placer del desagrado como uno de los
rasgos característicos de la aristocracia, por su rechazo ante la democratización
y a la masificación. “Une charogne” no hace explícito de qué animal es el
cadáver cuya descomposición se registra; podría tratarse de un caballo de tiro.
El espectáculo no debía ser infrecuente si, como señala un fragmento de El libro de los pasajes, “en 1853,
treinta y una líneas de ómnibus circulaban por París” (Benjamin) Dice aquí que
poeta es aquel que no aparta la mirada. Lo fascinante es también lo que se
pudre, lo fétido. Si la aparta, corre el riesgo de confundir la verdadera
belleza con la belleza aparente y llegar a la cursilería, lo “bonito”, lo
“Kitsch”, según Herman Broch. Y es que Baudelaire percibe el peligro de la
cursilería. La nueva belleza no puede excluir lo feo, forma parte de lo
fugitivo, lo transitorio de la modernidad.
El
poema se cierra con un memento mori,
“Telle vous serez, ô reine des grâces, / Après les derniers sacrements…”, cercano
al “polvo enamorado” quevediano. Manifestación de escatología católica que
pareció excesiva a Rilke –otra vía indirecta de la lectura de “Une charogne”, a
partir de la traducción de Cuadernos de
Malte Laurids Brigge que hizo Francisco Ayala para Losada, en 1958–, como
aparece evocado al poco de emprender su callejeo parisino:
¿Recuerdas el poema increíble de Baudelaire: “Une Charogne”? Quizá lo comprenda ahora. Exceptuada la última estrofa, estaba en lo cierto. ¿Qué debía hacer después de tal experiencia?... Le incumbía ver entre esas cosas terribles, entre esas cosas que parecen ser únicamente repugnantes lo que es, lo que sólo cuenta entre todo lo que es. Ni elección ni repulsa están permitidas"(Cuadernos 65).
Rilke identifica al poeta flâneur en
aquello repugnante de lo que no se debe apartar la mirada: es lo dado que no se
puede rechazar, precisamente porque se trata de ese objetivo, transpersonal,
que viene dado y que el poema debe captar.
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