"Las inseparables", de Simone de Beauvoir

 









Las inseparables

Simone de Beauvoir

Epílogo de Sylvie Le Bon de Beauvoir

Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

y Amaya García Gallego

Editorial Lumen, 2020.


  1. Del manuscrito

Sylvie Le Bon, hija adoptiva y albacea literaria de Simone de Beauvoir (1908-1986) es la responsable de que salga a la luz esta novela corta escrita por la filósofa en 1954 y que narra un episodio que marcó su adolescencia.

Apunta Sylvie:

“Tuve que publicar primero su correspondencia, porque ella había comenzado ya a hacerlo: cartas a Sartre, a Nelson Algren, a Jacques-Laurent Bost (…) Ahora voy a poder dedicarme a las novelas y novelas cortas”. 

Además, Le Bon subraya el hecho de que De Beauvoir nunca destruyera esta obra. 

“Si solo hubiera sido un borrador, no la habría mecanografiado. Creo que era algo tan íntimo que le resultaba difícil sacarlo a la luz en vida. Es un libro acabado. Es un buen libro”

El caso es que celebramos que Lumen publique ahora Las inseparables, con un excelente trabajo de traducción (María Teresa Gallego y Amaya García) y con el epílogo de la propia Sylvie Le Bon, donde detalla el recorrido íntimo del manuscrito hasta la publicación del mismo y en el que aparecen algunas cartas y fotografías de Simone de Beauvoir y Zaza (Elizabeth Lacoin).

  1. Del artificio literario

    Si empezamos por conocer la historia real de esta amistad, hemos de tener en cuenta que algunas imágenes de la infancia se nos quedan grabadas en la memoria como si formaran un álbum de fotografías y volvemos a ellas cada vez que necesitamos dar forma a un recuerdo. Así, Simone de Beauvoir, con 9 años y alumna de un centro católico, conoce a “una morenita de pelo corto”, Élisabeth Lacoin (Zaza), cuyos rasgos y actitudes seducen a Simone y le despiertan admiración. Es inteligente, descarada, viva, valiente, parece libre. A partir de entonces y al cabo de poco tiempo, se vuelven cómplices y amigas inseparables. Ambas viven “atrapadas” en una sociedad moralmente encorsetada. Las madres ejercen de instructoras para sus hijas casaderas, que luchan por su propia emancipación. El proceso va unido a la formación intelectual de las jóvenes, así como su educación sentimental cuando la religión deja de ofrecer respuestas.

            En 1954, Simone de Beauvoir echa mano del sortilegio de la ficción literaria y escribe una novela alrededor de aquella amistad luminosa. Era una novela corta, sin título, pero con la fuerza y energía necesaria para revelar y rescatar del olvido momentos del álbum de la infancia. Aquí subyace la historia de una amistad, desde el momento inicial, cuando todos los brotes son tiernos. Andreé Gallard encarna a Zaza en la novela y su amiga Sylvie Lepage (Simone de Beauvoir) se autoerige en la voz narradora. La Literatura obra el milagro y rescata la emoción, la complicidad, el amor, la amistad, la ambigüedad de los sentimientos que fluyen en la pubertad.

           Andreé sorprende, seduce, provoca en Sylvie una admiración que acaba confesando. Le ha ocurrido un grave accidente, pero es decidida y aplicada; prefiere la Literatura, vuelve a casa sola, imita la voz y gestos de las profesoras, hace reír, se muestra irreverente en el colegio aun viviendo en el seno de una familia religiosa, sublima el placer de mantener conversaciones de verdad. Sus gustos literarios van de Don Quijote y Cyrano de Bergerac, a los griegos y Tristán e Isolda, los libros realistas y satíricos. Es una alumna brillante que despierta la admiración de la narradora que la lleva por un proceso de idealización de su amiga.

            Dividida en dos capítulos, la novela abarca las edades de los 9 a los 21, doce años desde la niñez, la pubertad y la juventud. La primera parte se cierra con el final del bachillerato y la segunda comienza con el primer curso de universidad, con la aparición de Pascal, personaje masculino también “atrapado” en la férrea moral religiosa; Andreé estudia Letras y Sylvie, Filosofía.

            Destacamos algunos momentos de la narración, como la primera aparición de Andreé, narrada por Sylvie:

 “Una niña desconocida, morena y con la cara chupada, que me pareció mucho más pequeña que yo; tenía unos ojos oscuros y brillantes que se me clavaron con intensidad.”

O la primera alusión al epíteto “Las inseparables”: 

“Nos llamaban “las dos inseparables” y ella me prefería a todas las demás compañeras.”

O cómo se relatan los cambios en la manera de pensar y de actuar de Sylvie: 

“El hecho es que yo estaba cambiando. Nuestras profesoras empezaban a parecerme muy tontas...”, “Hacía muchísimas cosas prohibidas”. 

También tiene conciencia de haber perdido la fe: 

“Por un momento, esa obviedad me dejó atónita: no creía”.

  1. Del estilo

Si hablamos del estilo, es preciso volver a destacar la excelente traducción de María Teresa Gallego y Amaya García, porque respeta la fluidez del ritmo, así como la gran capacidad evocadora de un texto en el que abundan las imágenes sensoriales, que llegan al lector desde los cinco sentidos de la voz que narra:

1. La vista: “Yo pasaba revista a las paredes y abría los aparadores: Los cacharros de cobre brillaban. Admiré la serie de fuentes vidriadas de colores infantiles.”

2. El oído: Sonó la campana y entré en el aula.” “Seguían tocando el piano y unos niños cantaban; la casa estaba llena de ruidos…”

3. El olfato: “Reconocí el leve olor a enfermedad que se mezclaba con el olor a encáustico de los pasillos recién encerados”, “aspiraba el perfume encrespado del alforfón en flor…

4. El tacto: “Los libros nuevos crujían bajo los dedos, eran más gruesos.”

5. El gusto: “Probaba las moras, los madroños, los durillos y las bayas ácidas del agracejo.”, “Ahora las moras y las avellanas me aburrían, me apetecía probar la leche de las euforbias, hincarle el diente a esas bayas venenosas que llevan el nombre de “sello de Salomón”.

Destaca la riqueza léxica y la variedad de imágenes, que no se limitan a hacer progresar la acción, sino que, por momentos, detiene el devenir de lo que ocurre para focalizar en escenas, en rincones, en detalles o en la enumeración simple de objetos que rodean una escena o una conversación. Así ocurre en la escena de la cocina, cuando al calor del alcohol y del horneado de un cake, Sylvie confiesa sus sentimientos ante una numerosa lista de objetos de cocina que se extiende por quince líneas.

“Los cacharros de cobre brillaban: baterías de cacerolas, calderos, espumaderas, baldes y calentadores que entibiaban antaño las sábanas de los antepasados barbudos. De hierro, de barro, de cerámica, de porcelana, de aluminio, de estaño. ¡cuántas marmitas, sartenes, pucheros, ollas, cazuelas, escudillas, soperas, fuentes, timbales, coladores cuchillas, molinillos, moldes y morteros!”

Y a pesar de todo esto, la narración fluye, se lee de una tirada, con un eco de naturalidad tanto en la expresión como en el contenido. La elegancia se construye a partir de ese tratamiento de usted entre las dos amigas, que sugiere respeto y nunca distancia entre ellas o entre el texto y el lector.

-” Se ha emborrachado alguna vez? -pregunté.” 

 

Es como volver a la sencillez de una prosa clara y transparente.

         Volver a la ingenuidad.



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