Retrato de una dama. Henry James.


Retrato de una dama. Henry James.
Por Andreu Jaume



Retrato de una dama (1881) es una novela clave en la producción de Henry James, pues marca el camino de su madurez e inicia el ciclo narrativo que concluirá en 1904 con La copa dorada. James lleva la novela del siglo XIX hasta el siglo XX y asiste al desguace de la novela realista decimonónica.
Fue un maestro en todos los géneros, tanto en la novela como en el relato, la novela corta,... Tiene esa capacidad de imponer o plantear situaciones inverosímiles que convencen al lector. Fue además un excelente crítico literario como reseñista y autor de prólogos y ensayos; y se convirtió en un teórico de la novela moderna. Fue un gran valedor del género. También opinó sobre su propia obra y fue muy duro consigo mismo, un implacable crítico de su propia obra.

Toda la narrativa de James, desde Roderick Hudson (1875) hasta La copa dorada (1904) está concernida con la idea de Europa. En la novela que nos ocupa explora diversas formas de amor, traza una fenomenología del amor, desde el amor matrimonial hasta los más oscuros o imposibles, y también los más inocentes. En cada lectura de Retrato de una damaaparecen riquezas y puntos de vista nuevos. Destaca la capacidad de James para el matiz, siempre sorprendente. Auden dijo de él que era “maestro del matiz y el escrúpulo.” Ofrece una mirada profunda y melancólica. Tiene un conocimiento pormenorizado de la naturaleza humana. En esta novela crea un mundo de riqueza moral y psicológica extremo. James escribió la novela en diversos lugares del continente, sobre todo durante las largas estancias que pasó en Florencia y Venecia. En cierto modo, Retrato de una damasupone el punto álgido de su conversión europea, del desarrollo de su novelística y aun de la evolución del género en el diecinueve. Por un lado, Inglaterra, Francia e Italia, aparecen perfectamente engastados en la experiencia de la protagonista, Isabel Archer, una joven norteamericana, emancipada mentalmente, a quien la herencia de una inesperada fortuna le permite alcanzar una libertad de decisión que será su peor condena. Va huyendo de su destino, está dispuesta a vivir su propia vida sin casarse, pero es tremendamente ingenua y se teje una complejidad alrededor de la joven Isabel Archer. Uno de los temas favoritos de Henry James es la corrupción de la inocencia.
La escena inicial, con la matemática morosidad que define toda la novela, es en sí misma una conversation piece,una pintura de grupo que poco a poco cobra vida. Se trata de la clásica puesta en escena del té de las cinco, un día de verano en la campiña inglesa. Frente a una mansión de estilo Tudor, con ventanas cegadas por la yedra y profusión de chimeneas, un señor de provecta edad y dos jóvenes charlan animadamente en la pista de césped hasta que aparece una joven dama, recién llegada de Estados Unidos. En unas pocas páginas, James logra presentar a todos los personajes del drama, crear la atmósfera, definir el estilo y elegir el tono, que no decaerá ni un solo momento a lo largo de casi ochocientas páginas. Destaca el tempo de la novela, la morosidad de la trama, la dosificación de la información. El narrador actúa como un sujeto, se presenta al lector para dotarlo de familiaridad.
Henry James es el maestro de la ambigüedad, sus finales quedan abiertos a la meditación sobre la experiencia humana.
James siempre consideró a George Eliot la mejor novelista del XIX, pero juzgaba novelas como Middelmarch (1873) algo deslavazadas y poco concentradas en el desarrollo narrativo de la protagonista, a menudo distraído por otras líneas argumentales que no terminaban de encajar, un defecto que tuvo muy en cuenta a la hora de vehicular su propia novela a través de un solo personaje que se va iluminando poco a poco hasta ocupar el centro del cuadro.

Henry James, en un ensayo sobre Retrato de una dama, donde explica el proceso de creación del personaje. 
“Intentando recuperar aquí, para reconocerlo, el germen de mi idea, veo que no debió de tratarse en absoluto de la concepción de un "argumento" -nefando término-, del destello imaginativo de un conjunto de relaciones ni de una de esas situaciones que, por propia lógica, se transforman enseguida para el fabulista en movimiento, en marcha o en desbandada, en un golpeteo de rápidos pasos, sino más bien de la percepción de un solo personaje, un personaje con el aspecto de una atractiva y particular joven, a la que había que añadir, por supuesto, los elementos habituales de "asunto" y ambiente. Me parece casi tan interesante, debo insistir, como la propia joven en su mejor momento, esta proyección de la memoria sobre el asunto de cómo crece, en la imaginación, la excusa para semejante motivo. Estos son los atractivos del arte del fabulador: esas latentes fuerzas de expansión, esa necesidad de brotar que tiene la semilla, esa hermosa decisión de la idea en mente para crecer tanto como le sea posible, para abrirse paso hasta la luz y el aire, y florecer allí profusamente; y, en la misma medida, esas sutiles posibilidades de recuperar, desde un buen ángulo sobre el terreno ganado, la historia íntima del asunto; posibilidades de reseguir y reconstruir sus pasos y etapas.” “Meterse en la piel de la criatura “es siempre una hermosa pasión; el acto de posesión personal de un ser por otro en su totalidad. Si el personaje tiene fuerza, que es la condición para que pueda ser testigo de todo, la obra tendrá fuerza en todos los aspectos”.
Sitúa el núcleo de la historia en la propia conciencia del personaje para seguirlo a lo largo del desarrollo sentimental. 
De alguna manera, Retrato de una dama es también la crónica de la pasión que James sintió durante toda su vida por Italia, convertida durante su madurez en la cifra de su idea más sublime de Europa. En los decisivos episodios de Isabel en Roma y Florencia, donde se casa fatalmente con Gilbert Osmond, otro americano expatriado, se traduce el gusto y la fruición del propio James por las calles, las pinturas y el interior de los palacios, también por el paisaje de la Toscana o las ruinas del Foro romano, donde, como apuntó John Cheever en sus diarios, perduran tanto los fantasmas de la Antigüedad como las sombras con parasol de los viajeros del diecinueve.

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