Volver a la honestidad, André Gide. CCCB 7
Martes,
28 de abril. “El Arte de la novela
europea s. XX. 2
”
De
nuevo se hace el silencio en el aula 1. Jordi Llovet nos da las buenas tardes en francés y de
nuevo nos hace sonreír. Lo hace para presentar a Alain Verjat, a quien califica
como responsable, ameno y sabio. Viene a hablarnos sobre André Gide. Mientras
repasa las traducciones que podemos encontrar del autor francés, paseo la
mirada por el público y confirmo un día más la mayoría abrumadora de mujeres y
me pregunto por qué.
André
Gide (1869-1951) se convirtió en guía permanente de los autores formados en la
primera mitad del siglo pasado: Camus y Sartre entre otros. Y llegó a alcanzar
la categoría de ídolo de la juventud francesa. Educado en una férrea moral
protestante, su condición de homosexual le supuso algunos problemas, de los que
se liberó ya bastante mayor. Fue una de las primeras voces críticas contra el
colonialismo, fruto de una experiencia vivida a partir de un viaje al Congo en
1927… La charla del ponente de repente se adensa en los datos y decido levantar
mi pensamiento de la silla y dejarlo escapar por la ventana. Gide abandona
París para viajar a Italia y a África, y yo decido irme con él. El viaje le
libera de la moral inculcada en su educación, de los prejuicios.
De
pronto una frase me hace regresar: Gide descubre que el artista, antes de
demostrar su talento, ha de ser libre, huir, no puede estar sometido. Es
entonces cuando recuerdo el ejemplar de su Diario
que editó Alba Editorial en 1999 y que yace a la espera en la estantería. Otra
frase: su primera virtud es la honestidad.
En
1895 publica Paludes, con un
protagonista que es el Titiro de las Bucólicas.
La obra es a la vez una sátira del Simbolismo y de sus propios excesos y un canto
a la libertad. Confirma que es hora de salir del siglo XIX, del Romanticismo y
el simbolismo etéreo. Para dejar atrás el siglo, Gide aplica un precepto suyo:
con materiales antiguos haremos obras modernas, con figuras literarias antiguas
fabricaremos obras nuevas. Aboca en esta obra toda la angustia existencial.
Apunta que cada uno encuentra lo que le conviene, que si se contenta con la
mediocridad, no le pasará nada más. Plantea como un vicio el no rebelarse,
sentirse a gusto dentro de la condición propia, estancado, enjaulado.
De
vuelta a casa, abro el Diario de
André Gide allá por el mes de enero de 1892:
Debe (el artista), no contar su vida tal como la ha vivido, sino vivirla tal como la contará, que su retrato se identifique con el retrato ideal que anhela; más sencillamente: que sea como quiere ser.
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