Robert Walser. El paseo

ROBERT WALSER (1878-1956)
EL PASEO
Traducción del alemán de Carlos Fortea
Ed. Siruela
Y por doquier, sobre todas estas cosas, el amable sol del atardecer

El poeta abandona su “cuarto de los escritos”, abandona su tarea y hace una declaración de intenciones desde la primera línea: 

Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle.”

Así, el lector le acompaña en todo el recorrido y atiende la narración del paseante, que a menudo duda, imagina, asocia, juzga y sobre todo, reflexiona, se rebate a sí mismo. Los lectores participamos y disfrutamos del paseo. Asistimos a sus encuentros, entramos en la librería, en el banco, en la oficina de correo, en casa de la señora Aebi, que invita al protagonista a comer, nos adentramos en el bosque,.. Y, a pesar de que nos sentimos desorientados muchas veces durante el recorrido, al final somos capaces de reconocer el espíritu crítico y nos sentimos seducidos por los sentimientos y las reflexiones del poeta, a menudo cargadas de contradicciones.
La originalidad de la obra de Walser radica en el extrañamiento, en lo diferente, en la inocencia ante un mundo que, en cada paseo, parece revelarse ante él por primera vez. Su capacidad de asombro es infinita, ya sea ante seres vivos, oficios, construcciones, olores, sonidos, paisajes; todo lo cautiva. Incluso entabla una conversación con un perro que se encuentra en el camino y, como si fuese un niño, primero le reprocha que no lo salude ni le ofrezca respuesta alguna; pero al final, confiesa que a pesar del tono simpático de sus palabras, quizá el perro “no entendía” y por tanto seguro que no ha tenido ninguna mala intención. Todo es ternura en Walser, todo delicadeza. 
Y es al final del paseo, cuando hallamos cierto malestar por las injusticias sociales. Walser utiliza un rasgo de estilo muy adecuado para expresar su crítica: la oposición o antonimia. Así, un caballero bien vestido, “con arrogante contoneo”, le lleva a pensar en los pobres niños que a menudo visten harapos. O la imagen de una trabajadora desaliñada le hace recordar la imagen de las “pulidas y malcriadas hijitas o hijas de alta cuna”. Expresa y siente para sí la injusticia. 
En El paseo, Walser reflexiona sobre la propia naturaleza del acto de pasear, sobre el proceso de escritura, sobre los libros y escritores y sobre el tema recurrente de su obra: la vanidad.
El paseo empieza esa “hermosa mañana” y termina a la caída de la tarde, en el momento en que llega a un bosque de alisos junto al agua y el narrador siente la presencia de dos figuras humanas. La metáfora despliega entonces todo su potencial. El paseo es el recorrido por la vida, el homo viator de los clásicos. En el camino, todo nos sale al encuentro.
Bellos pasajes descriptivos, secuencias de visitas (la comida con la señora Aebi, la sastrería) y encuentros fortuitos como con la pequeña joven del canto, o el recaudador de impuestos a quien le dirige una carta que es todo un alegato contra la vanidad.
Abundan las enumeraciones de “cosas vivas” que va encontrando en su paseo (“ya sea un niño, un perro, un mosquito, una mariposa, un gorrión, un gusano, una flor,...”) y la recolección de los elementos humanos diseminados por el libro (“gigantes, profesores, libreros, empleados de banca, jóvenes cantantes, ingeniosas damas,...”) 
La finalidad del acto mismo de pasear no es únicamente el de desconectar y oxigenarse, sino que se trata de una verdadera fuente de inspiración. “Sin pasear estaría muerto”. El poeta “viator” se muestra expectante, en estado de alerta ante las recompensas que le ofrece el viaje. Es un relato de “recorrido”, aunque el lector no debe esperar hilo argumental alguno. Es la mirada de un poeta que sale al mundo.

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