Rainer Maria Rilke y Los cuadernos de Malte
CCCB, El arte de la novela (6)

Días
atrás rescaté de la estantería una vieja edición de los Cuadernos, traducida por el propio J. Llovet en 1981, (edicions
Proa). El crítico y profesor impartió esta lección en la vieja facultad con una
solemnidad que revelaba admiración y complicidad. Entonces yo me enamoré de
Rilke.

Martes,
8 de abril. Hoy no hablaré mucho de la lección. Ni siquiera he tomado muchas
notas, apenas unas muy genéricas sobre la obra, escrita entre 1904 y 1910, en
la ciudad de París. Leer a Rilke constituyó en los primeros años como lectora
una experiencia reveladora.
Y es que cuando me pregunto en qué momento descubrí
que la literatura no se limita a la mera expresión de sentimientos («Los malos poetas siempre
opinan sobre sus propios sentimientos», dice el profesor), pues cuando me
lo pregunto, surgen de la memoria aquellas clases de estudios literarios que
impartía Jordi Llovet. Lo recuerdo recitando a Rilke en alemán, sobre la vieja
tarima que crujía levemente a sus pies cuando se balanceaba al compás de los
versos.
Llovet
señala como uno de los temas principales de la novela la dimensión ética del
hecho de escribir. Rilke (y Malte) trataría de convertir todas aquellas
sensaciones que nos cuenta en Los
cuadernos, en literatura. Pasar a una narración en primera persona todo lo
vivido, la experiencia. He aquí la experiencia poética, más allá de la
reducción literaria de unos recuerdos o vivencias.
Y
es que estamos ante una novela lírica, pura prosa poética en forma de cuaderno de un joven de nombre inventado a quien le
impresiona el París cosmopolita de los primeros años del siglo XX: el ruido,
los hospitales, la miseria, los olores, la luz, los vecinos, los tranvías, la
enfermedad y, al fin, la presencia tácita de la muerte. Se hace evidente la
influencia de Baudelaire, los artistas Rodin y Cezanne, y la tradición simbolista.
Aunque
el tema principal es la muerte, esta se presenta en forma de metáfora: se trata
de la muerte que ha de dar sentido a nuestra vida. No en vano fue Rilke quien
acuñó el término «propia muerte» para
referirse a ese vínculo entre vida y muerte. Es preciso dotar de sentido la
vida propia para tener una muerte digna. El poeta presenta situaciones en las
que vida/muerte dialogan. La selección de referencias históricas que aparece
tiene una única función: obtener la experiencia vivida de las cosas.
Bastantes
años han pasado pero hoy todavía he notado en su voz cierta emoción al leer las
palabras de Rilke, traducidas por él a un melodioso y dulce catalán, sobre la
tarea de escribir versos:
No s´hi hauria de
tenir cap pressa; s´hauria d´arreplegar significança i dolçor durant tota una
vida, i si fos posible una llarga vida, i llavors, ben bé al final, potser
seríem capaços d´escriure deu línies bones.
Aplausos.
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