Thomas Mann, La montaña mágica
CCCB (4)
"Para nosotros, los de aquí arriba"

La tarde acompaña en la hora del
eclipse de luz, con estelas que me envuelven y me llevan hasta una silla que no
es la misma. Casi por azar he elegido otro ángulo, más cercano a la puerta. Así
saldré de la sala antes de que acabe el acto sin llamar la atención. Quiero
acudir a la librería Altaïr, donde se presenta de nuevo el libro de relatos, Nómadas y donde se va a conversar sobre
la muerte y sus ritos.
Marisa
Siguán nos ha dejado en la entrada una hoja con las citas más relevantes de La montaña mágica. Todo un detalle que
también acompaña a la melancolía. Todos leemos a la vez cuando ella lo hace en
voz alta y se produce una suerte de liturgia, de rito pagano en torno a la
literatura.
La novela narra un viaje y las aventuras, si bien mentales, a que
da lugar. De nuevo la referencia a Homero. Se trata de un viaje iniciático en
el que el héroe aprende algo. Las primeras citas se refieren al tiempo y al
espacio. En la montaña se abolen los relojes y el tiempo se hace subjetivo. El
viajero deja lo conocido para adentrarse en lo desconocido, cambia el orden
establecido, lo cotidiano por el desorden. En el sanatorio al que acude a
visitar a un familiar se pierde la noción del tiempo.
Dos jornadas de viaje
alejan al hombre ─y con mucha más razón al joven cuyas débiles raíces no han
profundizado aún en la existencia─ del universo cotidiano, de todo lo que él
consideraba sus deberes, intereses, preocupaciones y esperanzas.
Al igual que el
tiempo, el espacio trae consigo el olvido. (…) El tiempo, según dicen, es Lete,
el olvido; pero también el aire de la distancia es un bebedizo semejante.
Me
interesa el uso de la voz narrativa, que en esta novela se alza desde una
superioridad irónica, según nos explica M. Siguán. El narrador nos descubre al
protagonista cargado de costumbres burguesas, mimado y, en cierta manera,
ingenuo.
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Marisa Siguan |
La
falta de la noción del tiempo que tienen en el sanatorio lleva consigo una
falta de conciencia de la vida. La enfermedad es el desorden ahí arriba, pero a
la vez es lo que libera de una vida en la llanura. La enfermedad es la
conciencia de muerte. Es la última realidad. Los enfermos se aman. Hay una
línea que une el amor a la enfermedad y a la muerte.
Oh, el amor, ¿sabes…?
El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el
cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte, sí, son
carnales ambos, el amor y la muerte…
El
tiempo pasa irremediablemente y debo abandonar la sala, pero apuro el último
minuto hasta escuchar un largo párrafo de la novela que se cierra con la
bellísima súplica del amante:
Y déjame morir, mis
labios en los tuyos.
La cita del colofón del artículo, la de: "Y déjame morir, con mis labios pegados a los tuyos"; pertenece a la parte escrita en francés de la misma novela.
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