Hoy he visto a Juan Villoro



Hoy ya es ayer; o mejor, hoy será un día de este ya casi olvidado verano.
 
Había pasado toda la mañana en la Biblioteca de Catalunya intentando poner al día el correo, atrapar la inspiración y terminar la propuesta de trabajo del taller: escribir un artículo sobre el futuro del libro y el escritor. Cuando volvía a casa en moto, en el cruce entre la calle Consell de Cent y Roger de Llúria, vi a Juan Villoro, el escritor.
En un primer momento casi lo atropello porque perdí el control de la moto por unos segundos. Además, casi provoco un accidente porque ante mi asombro, giré peligrosamente la cabeza hacia él para asegurarme de que aquella era la barba de Juan.  Estuve a punto de llamarle, de gritar Juan, Juan; pero de nuevo doña timidez  me enmudeció y me condujo a tirones calle arriba. El escritor, ajeno a todo, alcanzó impasible el otro extremo de la cebra. Vestía felizmente una camisa de flores sobre camiseta y portaba una bolsa de la librería La Central en la mano.




 
Pensé en tuitear el hallazgo o quizá compartirlo en facebook, aun a riesgo de parecer una banalidad.
Tanteé la posibilidad de escribirle un correo electrónico con un saludo cordial. Y es que sin duda el encuentro fue una revelación porque el domingo anterior precisamente, había leído en la playa su artículo en el dominical de El Periódico sobre el aniversario de la muerte de Roberto Bolaño.
 
Entre baño y baño disfruté de la lectura, de Bolaño y del cronista. Ahí estaba su estilo, asomaban los guiños narrativos reconocibles por saber compartirlos en clase.  El azar, definitivamente, diseña muchos de nuestros actos, y es que el dominical lo encontramos en una papelera pública.
“Creo que le voy a escribir, está en Barcelona y nunca se sabe.", pensé.
Así lo hice, eran las nueve de la noche y listo, se lo había enviado. Me estaba especializando en mails personales a gente importante del mundo editorial. Pensé en la posibilidad de crear un género nuevo.
Juan Villoro respondió a mi correo esa misma noche a las 12h. Tres líneas bastaron para confirmar su talante:
“Querida Herminia: Qué gusto saber de ti. Casi lamento que no me hayas atropellado, para saludarte en persona. Qué bien lo que me dices de tu proyecto.
Recibe un abrazo muy cariñoso de quien te recuerda siempre
Juan.”

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los niños tontos (2). Sobre los cuentos

"En memoria de Paulina". Un cuento de Bioy Casares

Mi hermana Elba y los altillos de Brumal. De los límites difusos

SOLENOIDE, la novela traslúcida

Los niños tontos (1). Sobre el libro.