La vida detenida

La vida detenida Para cuando el testigo y la víctima acudían a su cita en el paseo, la tarde era desapacible y el aire batía diminutos y alados granos de arena. Julia Tello salió apresurada del hotel a eso de las tres y media. En el ascensor repasó mentalmente el número de la habitación, la 1002, planta décima. Las vistas a la ciudad eran de pantalla panorámica. Se había recogido el pelo en la nuca con un broche de carey y vestía un blusón estampado en tonos tierra y rojos que la rejuvenecía. Ante el espejo del ascensor se dijo que cincuenta años dan para muchos tientos más allá de los tópicos de la cifra redonda. Cargaba un bolso grande, quizás algo inapropiado para dar un paseo por el mar. Tanteó durante apenas tres segundos la posibilidad de volver a cambiarlo pero el ascensor se detuvo en la quinta planta y fue entonces cuando clavó sus ojos en el luminiscente número cinco y pensó en la posibilidad de congelar su propia imagen en su retina. A este lado del espejo, su m...