Mario Levrero y la princesa

 


Mario Levrero

Cartas a la princesa 


Cartas a Alicia Hoppe

Buenos Aires, 1987-1989


Edición de Ignacio Echevarría y Alicia Hoppe.

Random House. Barcelona 2024



Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) y Alicia Hoppe se conocieron en 1967, cuando ella entabló una relación con quien sería su marido, Juan José Fernández, amigo de la infancia del escritor. Entre la primera de las cartas que forman parte del epistolario aquí reunido, fechada el 5 de marzo de 1987, y la última, de marzo del 89, asistimos al devenir de una relación que se transforma desde el eje paciente-doctora y pasando antes por la amistad, en una historia de amor repleta de recovecos. Resulta interesante para el lector que la correspondencia sea unidireccional, firmada con la J. de Jorge Mario Varlotta Levrero (más tarde Mario Levrero en los textos literarios), puesto que las cartas de Alicia Hoppe no se incluyen en esta selección. Las razones quedan perfectamente explicadas en el prólogo a la edición, donde Ignacio Echevarría expone varios argumentos, si bien no descarta la posibilidad de publicar en un futuro la correspondencia entre ambos. 

En la experiencia de lectura nos desplazamos por los intersticios de la relación, cuando por ejemplo, el escritor desvela cómo se siente él ante la asimetría entre las vidas de ambos:


Yo debo ser una especie de Superman autoabastecido: debo bañarme, vestirme bien, tener un lindo apartamento y mantenerlo limpio, debo ser activo, exitoso, laborioso; debo moverme ágilmente por las calles, amar el sol y el aire, levantarme temprano y acostarme temprano, y además escribir bien, responder inteligentemente a los entrevistadores, y, de paso, ganarme la vida de modo aceptable con el único estímulo de una visita quincenal, de 18 o 24 horas, durante las cuales puedo comer ricas comidas, tomar ricas bebidas y hacer el amor. 24 horas en 15 días son exactamente el 6,66%. El 93,33% de mi tiempo debe transcurrir en la aridez sin estímulos, en la tensión de la espera, en el encierro y en los cálculos de cómo sobrevivir. (Levrero, 214).


A pesar de que las cartas se mueven en el ámbito de la intimidad, publicarlas responde seguramente a la tendencia actual de leer a los autores desde un ángulo más biográfico, tal vez influida por el peso que tiene la realidad en la actualidad cuando se presentan ficciones «basadas en hechos reales» y adquiere importancia la auto ficción, la crónica, las memorias o la correspondencia. Recuerdo ahora el título del magnífico ensayo de David Shields, Hambre de realidad, donde plantea la muerte de la novela (una vez más) con sus «aburridas» tramas manidas, frente a la búsqueda de la autenticidad que ofrece la vida real. Sin duda, un debate interesante sobre el que escribió el mismo Enrique Vila-Matas en este artículo de junio de 2015 El País, en su Café Perec

Las Cartas a la princesa se presentan como un texto con entidad literaria propia, como parte de la obra del escritor, una parte autorreferencial que ya está vigente en libros anteriores, como Diario de un canalla, escrito entre finales del 86 y principios del 87. El mismo Levrero afirma en una de las cartas: «No te engañes; esta tampoco es una carta, al menos para vos. Creo que forma parte de la serie de “cartas a mí mismo”, de búsqueda, de equilibrio o qué sé yo. (16 de agosto de 1988). En otro momento habla de las cartas como “mi monólogo de búsqueda", buscando precisamente que tu imagen me ayude a no salirme demasiado de la razón.» (271)


Resulta especialmente original un «Apéndice» de la carta 54, mecanografiado y en hoja aparte, en el que Levrero asume la voz de Alicia y reproduce un diálogo imaginario entre ambos que resume muy bien la percepción asimétrica de la relación:

VOS: Vos no tenés nada que perder.

YO: Nada, salvo la salud, la libertad, la sexualidad, la alegría de vivir, la creatividad, la espiritualidad, la paz interior.

VOS: Esos no son valores. Yo en cambio arriesgo mi posición social, mi trabajo, mi estructura familiar, el dulce cariño de mi madre, el respeto de mi hijo, la amable relación con la familia de mi ex esposo.

YO: Esos no son valores. (Levrero, 270)


Además de monólogos sobre el estado de la relación, los delirios y las obsesiones de J, el epistolario recoge sugerentes reflexiones sobre el proceso de creación literaria. Así, en la carta 21 (29 de febrero de 1988), Mario Levrero habla sobre la escritura de su novela La Banda del Ciempiés, escrita entre enero y abril de 1988:


Hoy escribí muchísimo y, para mi gran alegría, la novela se me escapa cada vez más de las manos. Cuando sucede esto, es cuando comienza la literatura. M.L. va desplazando a J.V, no importa que la novela se vaya al diablo o aparente eso. Estoy escribiendo con placer: hoy pasó una hora entera (sin fumar) que para mí fue un minuto, siempre escribiendo. Los personajes cobran vida, se nutren y crecen por sí mismos ante mis ojos maravillados. Claro, siempre serán de cartón; no soy Chéjov. Pero se está dando un raro fenómeno, el de personajes (en tercera persona) que comienzan a vivir con apariencia de seres humanos. (...) Creo que voy a llegar a la desaparición de toda acción. A todo esto, se me perdió el personaje principal, el detective, que no llega nunca, no sé dónde está. (Levrero, 150-151)


A este respecto, Ignacio Echevarría afirma que para Mario Levrero la escritura fue una forma de formularse a sí mismo y habla de escritura natural, sin recursos ni mediación estilística. Existe, sin duda, un hilo conductor; porque sus textos remiten muchas veces a Franz Kafka, de quien él mismo dijo que fue determinante en la voluntad y en la forma de la escritura. En Cartas a la princesa aparece de forma reiterada (como en los escritos personales de Kafka) la «queja» por la falta de tiempo para escribir y la necesidad de trabajar para poder sobrevivir:


(Escribir) es lo único que ha tenido realmente continuidad en 22 años, y a pesar de mis dificultades para asumirme como escritor (paradojalmente) es la única actividad a la que me entrego con verdadera pasión (me refiero a actividades, en fin, no sexuales) (Levrero, 186)

Estas palabras de Mario Levrero sobre la escritura nos remiten, como invisible hilo conductor, al propio F. Kafka, cuando en una carta a su futuro suegro se intenta justificar de esta manera: 


«Como no soy ni puedo ni quiero ser otra cosa que literatura, es imposible que mi actividad laboral atraiga mi interés, al contrario, más bien puede sacarme por completo de quicio». 

(Ver más aquí: https://atelierliterario.blogspot.com/2014/06/ser-literatura.html)




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