"Un puñado de flechas", de María Gainza

 





“Vos sabés, el artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. [...] Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero ya sabés que lo ideal es enemigo de lo bueno”.


Es la reflexión de Francis Ford Coppola que recoge María Gainza (Buenos Aires, 1975) en la secuencia que abre su último libro, Un puñado de flechas (Anagrama: 2024).  

    Narradas en primera persona, el libro recoge historias relacionadas con el mundo endogámico del arte contemporáneo y sus propios mecanismos de supervivencia. La autora coloca en el centro el objeto de arte y lo convierte en foco de la narración. Se desplaza entre la crónica, el ensayo y la autoficción en un movimiento que sugiere algo más que el vínculo entre arte y literatura. María Gainza no se limita a hablar sobre las obras y los artistas seleccionados (ejerció durante años como crítica de arte) sino que subvierte la distinción entre géneros y despliega una historia alrededor en cada uno de los dieciséis relatos que conforman el volumen. 

    Más allá de los datos o los temas, es la forma de presentarlos, la mirada de la voz que narra, lo que nos atrapa. Biografías de artistas argentinos como Guillermo Kuitca, María Simón, Alberto Goldenstein, Nicolás Rubió o Juan Tessi forman parte de la trama. También asoman referencias al relato de detective con los enigmas sobre el destino de algunas obras, como la acuarela de Cézanne, robada en Buenos Aires o el cuadro atribuido a Tiziano, custodiado por los indígenas en el templo de Tzintzuntzan.

De entre todo el material autobiográfico dispuesto estratégicamente en la narración quiero destacar dos secuencias. Por un lado, “Bodhi Wind”, donde la autora descubre por casualidad una reseña firmada por ¿otra? María Gainza, en cuyo estilo podía reconocer algunos de sus “tics”. El episodio, narrado con total naturalidad, aborda asuntos como la identidad, la posibilidad del doble, la falsificación, o la coincidencia de estilos literarios.

“En estos textos volvía a escuchar un tono desesperadamente familiar, mi camisa de fuerza, mi cárcel, mi corset. Era mi estilo, no había dudas: frases rápidas, un poco básicas, metáforas sencillas, y su tema era el mío: la enfermedad y la pintura.”


Y, en el último capítulo, “A modo de epílogo: Mi zona”, la autora relata el proceso que la convirtió en one hit wonder, lo que empezó con la publicación de aquel “libro sobre museos”, en 2014, en Argentina, hasta que llegó el éxito: “Ya en Europa, la novela -así le decían, aunque no había sido concebida más que como una serie de textos dispersos- se tradujo a más de una quincena de idiomas.”. Se refiere al conjunto de relatos El nervio óptico, con el que en 2017 le llegó el reconocimiento, de la mano de Anagrama. Las once historias que recoge narran el impacto y la emoción estética que causa en los personajes las obras de Alfred de Dreux, Cándido López, Hubert Robert, Amuchástegui, Courbet o Aubrey Beardsley.

Las relaciones entre arte y literatura sostienen el universo narrativo de María Gainza, que irrumpe con una voz personal, capaz de trastocar la complejidad de la cultura artística y estética en un mecanismo que, con toda naturalidad, nos interpela al disponer el arte en paralelo con la vida. Tal vez se trate de la magia de la creación artística y su capacidad para abstraernos de la realidad (o lo que entendemos por idea de lo real), ya sea ante un lienzo o una página en blanco. La propia autora describe el estado de rapto que conlleva el proceso de escritura como la máxima aspiración:


“Cuando logro entrar en la zona estoy exultante, las pequeñas y tristes preocupaciones que infestan mi vida no me tocan, la monotonía se diluye. No se necesitan más libros en este mundo, pero la sensación de estar absorbida por la escritura es una tarea de placer exquisito porque te exime de la realidad. A estar en estado de escritura, no al libro en sí, es a lo que aspiro cada mañana.”



 

 


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