“Ser literatura” y otros juegos de experimentación con la obra Roberto Bolaño.

 





Reflexiones a partir de una clase.



Tras la explicación en clase del concepto “literatura menor”, desplegado por Deleuze y Guattari, yo pensé inmediatamente en autores como Robert Walser, Juan Carlos Onetti, el mismo Carpentier, Mario Levrero o Roberto Bolaño, entre otros. Se trata de nombres que para mí llevan etiqueta de “literarios”. Porque Kafka siempre me sugiere la palabra Literatura, con mayúsculas, como manifestación sublime del arte. En sus Diarios confiesa una aspiración que lo hace evidente. Es en una carta a su futuro suegro donde intenta justificarse:

«Como no soy ni puedo ni quiero ser otra cosa que literatura, es imposible que mi actividad laboral atraiga mi interés, al contrario, más bien puede sacarme por completo de quicio».

“Ser literatura” bien podría ser aquí una conquista de lo sagrado, un don. Muchos pensadores han interpretado la obra de Kafka:  Canetti, Kundera, Musil, Adorno, Benjamin y hasta Foster Wallace, cuyo ensayo, en el que habla del humor en los cuentos de Kafka, nos lleva a relacionarlo con el concepto de “literatura menor”. No hace un análisis crítico tradicional y habla de literalización de metáforas o del concepto de “exformación” u omisión de información relevante que explosiona al final.

Las teorías de Deleuze y Guattari sobre “literatura menor” me llevaron también a pensar en Robert Walser: su idea del paseo, la búsqueda de lo pequeño, lo insignificante como bello, los conceptos de éxito y de fracaso, el sentido último del trabajo del escritor, las teorías del arte y la representación. En ambos autores subyace el intento por romper los moldes de la narrativa del realismo tradicional y entrar en una distorsión de la realidad. En ambos está presente la experimentación narrativa; tanto en la focalización, ya que se trata muchas veces de narradores en primera persona, impregnados de cierto extrañamiento y capacidad de asombro; como en la ausencia de tramas o en la voluntad de desaparecer en un discurso infinito, en cientos de líneas abigarradas donde difuminarse, en el caso de El bandido, de Walser.

Entre los autores latinoamericanos, con Roberto Bolaño podemos cerrar el círculo, ya que toda su obra y, excepcionalmente Los detectives salvajes y 2666, puede ser literatura menor si cumplen con los rasgos del ensayo de Deleuze y Guattari. 

Juguemos:

  1. Tiene un fuerte coeficiente de desterritorialización. Bolaño vivió entre Chile, México y España y los tres países ejercieron una influencia en su formación como escritor. Así, integra distintas manifestaciones de un castellano que ha pasado por tres países.
  2. Todo es político. 2666 es un alegato contra el poder que asesina mujeres y se autoprotege.
  3. Todo es colectivo. Explora el conflicto entre el sujeto y las anomalías de algunas comunidades. Propone una reflexión sobre el mal y sobre la muerte.

Y en cuanto a las técnicas y el lenguaje, la ruptura es evidente. Entre otras, por ejemplo, Bolaño fragmenta la acción en distintas escenas, pero narradas de manera simultánea, imprime un ritmo veloz a la escritura, incorpora referencias culturales, no hay desenlace alguno, combina géneros y moldes; y además perturba y produce extrañeza en el lector.

Deleuze y Guattari ofrecen una imagen crítica del pensamiento frente a la imagen dogmática que deviene del realismo tradicional en obras de literatura “mayor”, aquellas que no interpelan, que no ensanchan el lenguaje, y representan formas de poder determinadas y jerarquizadas.

            Y para ilustrar esta literatura mayor, Roberto Bolaño en “Los mitos de Cthulhu”, a partir de la relación entre literatura y mercado, nos da pistas para identificarla, con toda la ironía y la desesperanza:

En realidad, la literatura latinoamericana no es Borges ni Macedonio Fernández ni Onetti ni Bioy ni Cortázar ni Rulfo ni Revueltas ni siquiera el dueto de machos ancianos formado por García Márquez y Vargas Llosa. La literatura latinoamericana es Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta, Sergio Ramírez, Tomás Eloy Martínez, un tal Aguilar Camín o Comín y muchos otros nombres ilustres que en este momento no recuerdo.



 


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