"El hombre disfrazado", de Lara Vázquez

 

El hombre disfrazado

Lara Vázquez

Salto de Página

Primera edición: 2023

 

Ha ocurrido este verano. El azar, o simplemente una coincidencia en el tiempo, ha dispuesto que convivan en el estante imaginario de mis lecturas los ensayos de Milan Kundera y la novedad más literaria de la editorial Salto de Página. Y es que Kundera ha muerto hace apenas unas semanas y su muerte nos ha conmovido a todos. Y Lara Vázquez, Pedro para los amigos, ha publicado su primera novela, y esto nos ha emocionado a todos.

El hombre disfrazado es una singular narración en la que el protagonista repasa su itinerario vital y afectivo. Witold es un profesor que se define como una triste figura de sesentón prejubilado. Se halla en pleno desencanto vital pero en radiante estado de lucidez. Es un narrador tramposo, locuaz, solitario, que se sincera sobre sus “malos hábitos”, un hombre muy leído e ilustrado y que, en apariencia, es un naufrago en medio de una sociedad que no entiende. Esto me recuerda a Kundera y a su frase demoledora que identifica la vida con una derrota. 

Sabina es la profesora de cine, treinta años menor, de la que el narrador está platónicamente enamorado y quien, tras abandonar la universidad, decide “desaprender” y ocupar una plaza de cajera de supermercado. “Para Sabina solo era una etapa hacia la incertidumbre”. Sabina es lectora de Witold Gombrowicz, ese “autor polaco de nombre impronunciable” y de párrafos inquietantes, autor de la novela Ferdydurke, donde indaga sobre la identidad y el impacto de las circunstancias en la vida de las personas. Cabe anotar esta primera coincidencia, por si se nos pasa por alto, la homonimia del autor polaco y el protagonista de nuestra novela, Witold.

La trama de El hombre disfrazado en realidad no es lo importante, es una sucesión de escenas semi encadenadas que avanza con un ritmo muy ágil, con diálogos hilarantes, con frases cortas pero que destilan juegos de palabras y otros artificios que suponen un reto para el lector, al que se le exige estar conectado, por aquello del sentido del la consecuencia, a asociaciones de ideas y alusiones cargadas de ironía y doble sentido. El tono es brillante en cuanto al léxico (uso de “palabros”: cultismos, neologismos...),  las relaciones semánticas o los recursos de estilo. Abundan las citas y guiños librescos, los nombres de personajes, autores y títulos de obras. Poesía, cine, teatro… toda la novela respira literatura. El autor se recrea, además, con los juegos de voces, los distintos narradores y la ironía intertextual.

El resultado es que la no linealidad, la fragmentación con digresiones, y la interpolación de relatos en la historia principal, consiguen un tono y un estilo singular que, en ocasiones, resulta muy poético. Además, y sobre todo, hay mucho humor, quizá para tomar distancia o quitarle peso a la gravedad de lo real, aunque por momentos es un humor cargado de sarcasmo y a veces, sórdido.

Los espacios por los que se mueve Witold son paisajes urbanos de Barcelona, en los entornos de la periferia, el del distrito de Nou Barris, sobre todo. Es un recorrido por bares cutres, con parroquianos de una realidad compleja y precaria. En la primera parte nos movemos por el barrio del protagonista en el que se encuentra el Bar El Chérif, por el que “deambulan personajes inquietantes” y cuyo dueño va a ser muy relevante en la trama. El Chérif es un submundo sórdido, descrito con trazas de esperpento y estructura de opuestos:

El bar del Chérif está lleno de humedad y plagado de cucarachas. A veces, parece que se cae. Su dueño dice que exageramos, pero en verano hacemos campeonatos de tiro a la cucaracha. (…) Él es viudo, con un hijo que trabaja en el extranjero, y quiere dejarle el negocio a un nativo porque prefiere no adulterar los hechos ni las cosas. Esa es la razón por la cual encontramos en el bar un ventilador y una catalítica. También un loro que repite constantemente el hipocorístico de su dueño. La televisión, de una marca descatalogada, funciona a ratos: la radio está a todas horas, en concreto la Cadena SER, y la nevera calienta más que enfría y es SUPERSER.

En cierto modo, El hombre disfrazado es una novela de itinerancia. El protagonista deambula por la ciudad a modo de flâneur que domina el arte de pasear y pensar, y en esos recorridos, la ciudad transforma ante sus ojos algunas escenas cotidianas en hechos extraordinarios.

Mi vida de “profetario” jubilado tiene las características del mirón aburrido: los lugares cercanos, las obras con grúas encorvadas y darme de bruces con gente variopinta definen mi existencia; es lo que tiene pasear y pensar. Ser un paseante sin llegar a los límites de Pessoa en cuanto a pasos y tragos. 

Deambulando de nuevo, pensé que en la vida había que arriesgar, sobre todo si a uno nada le ata de verdad  a una existencia plana y anodina plagada de falsedades. Y además sin poder beber. 

 

En la segunda parte, el protagonista ya ha vuelto a la bebida e inicia un particular viaje a los infiernos.

Salí de casa en busca de un bar. Sabina no me lo hubiera perdonado. Mi madre, tampoco. Yo estoy arrepentido, pero no hay vuelta atrás. La autodestrucción es una decisión que entraña un gran riesgo que se debe asumir con la cobardía correspondiente.

 Esta decisión le lleva a recorrer en varias etapas otros barrios y otros bares de nombres inquietantes y muy sugerentes para acabar de nuevo en el bar del Chérif, donde se cierra el círculo:  El Colmado (Torre Baró), El Cometa (Parc Central), Puerto Pobre (Turó de la Peira), Hiroshima (Roquetas), Plata Blanca (Verdún), Sol Vacío (Ciudad Meridiana), y El Chérif.

            Y el círculo se cierra con una arriesgada maniobra en la construcción del relato, que no podemos desvelar aquí, donde Literatura y vida, ficción y realidad, se funden en un juego metaliterario complejo.

    Dos realidades dentro de la ficción, la primera, la inventada por el Witold profesor para huir de la soledad y para culminar sus sueños en la madurez, a modo de Quijote trasnochado y de nuevo anacrónico; con su Sabina-Dulcinea, a quien dedica todos sus pensamientos; con su periplo por los bares de barrio-ventas, lugares que le imprimen una determinada identidad. Y una segunda realidad es la de los perdedores, la del conserje, la limpiadora y su novio ciego, el dueño del Chérif, la decana-traductora, un manuscrito de novela inacabado y las cartas…

    Y en el desenlace, un juego de espejos. Un profesor de taller de escritura comenta la novela que estamos leyendo y nos da algunas de las claves. Pero para eso, hay que llegar al final.


Ahora vuelvo a Kundera y recupero completa su frase demoledora:

Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Esta es la razón de ser del arte de la novela.


 

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