La renuncia: "Bartleby, el escribiente", de Herman Melville

 


Figuras de la santidad moderna, 24 de noviembre de 2022.

La renuncia: Bartleby, el escribiente, de Herman Melville

Ignacio Echevarría.


Bartleby es un copista recién contratado por un prestigioso abogado de Wall Street, que es el narrador de la historia. En su pequeño despacho, tiene clientela fiel y asidua; trabaja con dos escribientes, Turkey y Nippers; y un auxiliar, Ginger Nut. Casi una tercera parte del cuento se gasta en describir a los personajes disparatados de la oficina. Y cuando aparece Bartleby, el abogado destaca de su figura: “¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!” 

    Se trataba de un chico, con un aire irremediable de desamparo, de compasión. Se instala cerca de la mesa del jefe junto a un ventanuco desde donde solo se pueden ver muros de los edificios más altos. Empieza a trabajar allí, al principio se muestra muy aplicado pero al tercer día, el abogado le pide una tarea de copista, le pide que le dicte y a esa petición Bartleby responde discretamente: “Preferiría no hacerlo”.

  A partir de entonces empieza algo muy chistoso para el lector, a toda reclamación de sus servicios, él responde impasible “Preferiría no hacerlo”. Esto causa perplejidad en el abogado porque no constituye ni siquiera una negativa. Un día descubre que Bartleby está en la oficina (en “su ermita”) todo el día; que duerme y vive enteramente en la oficina. Eso aumenta la pena, la compasión que siente el abogado por él. 

    Pero el humor se va tornando más patético y Bartleby va apareciendo como un personaje cada vez más triste. A partir de un momento dado, ya se niega a escribir o copiar y el abogado siente que tiene un problema; pero, incapaz de despedirlo, cambia el local y deja al escribiente allí. Decide trasladar todo su negocio a otro lugar, pero los nuevos inquilinos acuden a él para quejarse de Bartleby. Solo se limita a estar ahí, prefiriendo no hacer nada. 

    Cuando finalmente es detenido por la policía y encarcelado, el abogado decide ir a visitarlo y ve que el copista ocupa todo su tiempo sentado frente a un muro. Incluso soborna a un guardia para asegurarse de que Bartleby es alimentado como es debido, pero él prefiere no hacerlo. Un día lo encuentra tumbado, acurrucado en el patio de un modo extraño. El guardián le dice que está durmiendo, pero en realidad está muerto. Así que acaba muriendo de inanición.

“Extrañamente acurrucado al pie del muro, con las rodillas recogidas, y acostado de lado, su cabeza tocando las frías piedras, vi al demacrado Bartleby. Pero nada se movía. Me detuve; luego me le acerqué; me incliné, y vi que sus tenues ojos estaban abiertos; por lo demás, parecía profundamente dormido. Algo me incitó a tocarlo. Cuando toqué su mano, un hormigueo escalofriante me recorrió del brazo y la espina dorsal hasta los pies. La cara redonda del hombre me miró detenidamente.

—Su almuerzo está listo. ¿No almorzará hoy tampoco? ¿O es que vive sin comer?

 —Vive sin comer —dije yo, y cerré sus ojos.

—¡Vaya! Está durmiendo, ¿no? —Con reyes y gobernantes —murmuré.

 

    Sería un final patético y emocionante. Parece que el relato debiera terminar ahí, pero Melville ha añadido una coda, dice que se enteró de que el escribiente había trabajado antes en el departamento de Cartas Muertas de Washington, aquellas que no han encontrado su destinatario y que son destruidas al fuego. Parece que Melville necesita justificar el enigma del personaje que ha creado.

 ¿Por qué hay que pensar que Bartleby está desesperado?

La desesperación es una proyección de lo que los lectores piensan del personaje. Solo sabemos que se ha desentendido de todo, se conforma con apenas comer, no hablar y contemplar impasiblemente durante horas el muro de ladrillos que se divisa desde la ventana de su oficina. Parece libre y feliz.

El enigma del personaje pasa por el enigma de la frase que responde, (no responde “no”) una fórmula alambicada para decir no. Responde “Preferiría no hacerlo” (en condicional). La frase ha sido objeto de un extenso ensayo de Gilles Deleuze: “Bartleby o la fórmula”, donde se apunta:

“Su repetición y su insis­tencia la vuelven, en su conjunto, tanto más insólita. Murmurada con una voz tenue, paciente, átona, al­canza lo irremisible, formando un bloque inarticulado, un único aliento.”

La fórmula es contagiosa. Bartleby “cambia la lengua” de los demás. Las palabras, I World prefer, se insinúan en el lenguaje de los empleados y en el del mismo abogado “¡También a usted se le ha pegado la frase!”.

Lo más corriente sería Prefiero no hacerlo, pero con el “Preferiría” no rechaza pero tampoco acepta. Niega no lo que le piden, sino que niega dos supuestos: el de la necesidad y el otro que es el de la acción. Bartleby se ha ganado el derecho a permanecer quieto y en pie frente al muro ciego, a sobrevivir. Por utilizar la expresión de Maurice Blanchot, Bartleby es “pura pasividad paciente”. “Ser en cuanto ser, y nada más”. 

La negativa de Bartleby trasciende toda negación. No es una actitud frente al mundo sino una exclusión de cualquier otra cosa que no sea puro ser, puro permanecer. Bartleby se sustrae de la necesidad y se sustrae de la acción, no actúa. En la fórmula aparecen dos verbos: preferir y hacer. El primero tiene que ver con la voluntad y el segundo con la acción.

Esto le otorga libertad, el escribiente es libre porque es inmune a cualquier requerimiento, petición o reclamo; no se plantea ninguna obligatoriedad. La acción, si lo pensamos, es el principio motor de la modernidad, supone la introducción en la experiencia colectiva del principio de la acción. Y precisamente el santo es aquel que no se mueve. La no acción supone una impugnación al principio de la modernidad literaria.





 


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