"El polaco", de J.M. Coetzee


El polaco, J.M. Coetzee.

Traducción: Mariana Dimópulos.

Editorial El Hilo de Ariadna.

2022.


Abro el ejemplar de El polaco, la nueva novela de J.M. Coetzee y me encuentro con una cita de Rilke, bajo el epígrafe Colección Literatura, que dice

“Somos las abejas de lo invisible”.

La frase amplía la metáfora (que ya es lugar común) de dos líneas más arriba, esa que dice que la vida se escribe a sí misma.  Y es que el autor sudafricano hace aquí un ejercicio de enfoque restringido a una de las aristas de la vida: una historia de amor narrada sin estridencias, desde la conciencia precisa de una Beatriz que sobrevuela las emociones, a pesar de las resonancias líricas del Dante enamorado.

            La pareja protagonista inicia una extraña relación a partir de un encuentro totalmente azaroso. Beatriz colabora en la organización de recitales para un público culto y adinerado de Barcelona. Nacida en 1967, “inteligente, bien educada, culta, una buena esposa y madre”, su vida ha llegado a esa etapa de madurez en la que todo está ordenado y controlado.

“...la elegante mujer que camina como deslizándose, la esposa de banquero que ocupa sus días en obras benéficas.”

Witold Walczykiewic, setenta y dos años, un pianista polaco conocido como intérprete atípico de Chopin, que no congrega a un público mayoritario porque se aparta del Chopin-souvenir romántico. Witold es invitado por Círculo de Conciertos para ofrecer un recital y Beatriz es la anfitriona, encargada de que todo resulte perfecto; eso incluye la hospitalidad del invitado, los traslados al hotel, las cenas. La partida puede comenzar.

Como lectores, conocemos el veredicto de ella tras los breves encuentros antes y después del concierto gracias a esas “primeras impresiones” por las que Beatriz se preguntará años más tarde. “¡Qué petulante! ¡Qué viejo payaso!” Pero el personaje está muy bien construido en el plano racional: “Una parte de su inteligencia consiste en saber que un exceso de reflexión puede paralizar su voluntad”.

Luego llegará el asombro, cuando el polaco le confiesa su amor, cautivado irremediablemente por una adoración que le lleva a convertirla en el centro de su corazón y de sus poemas, emulando al Dante enamorado. 

            Uno de los aspectos formales que destacan en la novela, dividida en seis capítulos, es que la narración aparece en una sucesión de breves fragmentos numerados a modo de anotaciones que, al principio simulan notas de un narrador sobre el proceso de escritura. (La mujer es la primera en causarle problemas, seguida pronto por el hombre.), o tal vez obedece a la voluntad de crear la ilusión de escaleta de guión. El propio Coetzee apunta:

“La idea la tomé del cine, de los cortes abruptos que hacen algunos directores, en el proceso de edición, para prescindir del tejido conectivo que forma una parte tan grande de la novela estereotípica, y así acelerar el ritmo de la narración.”

Pero a medida que avanza el relato es Beatriz quien se adueña de la voz. Cabe entonces poner en valor la fluidez del texto, de la voz que narra, desde dónde y cómo lo hace, con una sencillez muy medida, sin sobresaltos, sin apenas concesión alguna al sentimentalismo. Las emociones se quedan en lo no expresado, en los silencios.

Beatriz piensa en los encuentros en la casa de Mallorca, en la música de Chopin que los une, en el torpe poder de seducción del polaco, en la traducción como una versión no definitiva (hablan en inglés entre ellos). 

La nueva novela de Coetzee es una variación de la historia clásica de Dante, porque se trata de darle la vuelta y contarla desde la sinceridad de Beatriz (...la elegante mujer que camina como deslizándose...)





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