Del silencio en "La casa de Bernarda Alba"

 




Del
Silencio en La casa de Bernarda Alba,

de F. García Lorca.

Por Juan Mayorga

(Discurso ingreso RAE. Mayo 2019)



No calla, ante el cadáver de Adela, Bernarda Alba, tirana de su casa. «Silencio» es la primera palabra que le habíamos oído pronunciar. También es la última.

Bastaría recorrer el teatro lorquiano para encontrar modos muy diferentes de decir «Silencio» y de hacer silencio. Pero este nunca tiene más valor que en aquella obra cuya primera acotación enuncia que «un gran silencio umbroso se extiende por la casa» y en cuyo último acto, dice Federico, «al levantarse el telón hay un gran silencio interrumpido por el ruido de platos y cubiertos».  Entre ambos momentos viviremos aquel en que «las hermanas todas están en pie en medio de un embarazoso silencio» y ese otro donde domina «un silencio traspasado por el sol». Y ocurrirá que, cuando Adela se suicide convencida de que Pepe el Romano ha sido asesinado por Bernarda, esta ordenará vestirla como si fuese doncella y prohibirá los llantos. 

«¡Nadie dirá nada!», ordena. 

«¡A callar he dicho!», insiste.

«Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen», impone. 

«¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!».

Bernarda no ha dejado de exigirlo desde que entró en escena, pero este «Silencio» final se dirige, también y, sobre todo, hacia sí misma: es sobre todo a sí misma a quien Bernarda prohíbe decir el dolor. Ese «Silencio» expresa la enajenación de la tirana, que nada ha aprendido y cuya intransigencia no cede ni a la vista de su hija muerta.

A lo largo de la obra, solo vemos a Bernarda dichosa cuando la casa está en silencio. Lo que este acalla es la expresión del deseo, del que la casa está llena. La vieja Poncia se lo hace comprender a otra criada poco antes de la catástrofe: 

«¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto».

Bernarda ha hecho de la casa cárcel: «En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle». Esas palabras establecen no solo el antagonismo de Bernarda frente a sus hijas, sino el de cada una de ellas frente a las demás, pues todas desearán al único varón que puede acercarse a las ventanas.

Hay un tercer antagonismo, fundamental: el que se establece entre la casa y un pueblo que no consiente que una mujer pueda desear. «Silencio» significa «No se sepa que aquí se desea». Federico entrega el título de la obra a ese lugar en que la expresión del deseo está prohibida.

Las hijas de Bernarda solo hablan de lo que les importa en su ausencia y en voz baja, sabiéndola al acecho «Chisss… ¡Que nos va a oír!»—, así como ella siente siempre acechada su fortaleza —«¡Qué escándalo es este en mi casa y con el silencio del peso del calor! ¡Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques!».

El que Bernarda impone en su casa, silencio de sangre, es un silencio antiguo. 

Viene de la vieja tragedia.





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