"Cauterio", de Lucía Lijtmaer

 



Cauterio, Lucía Lijtmaer

Editorial: ANAGRAMA

Colección: Narrativas hispánicas

Número de páginas: 222

Fecha de publicación: 2022

ISBN: 978-84-339-9946-7

 

Ha sido un descubrimiento la lectura de esta novela de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977, periodista cultural y escritora), titulada con una sugerente y enigmática palabra: Cauterio.

“...un instrumento largo, plateado, con una curva en un extremo y un mango de madera.

-Esto es un cauterio. ¿Lo ves? Cuando lo calientas al fuego, cambia de color, puede ser ceniciento, rojo cereza, rojo oscuro, y sirve para curar. Puede aislar las infecciones con la quemadura. Te servirá para purificar aquello que necesites salvar.”

            Es un instrumento usado a lo largo de los siglos como procedimiento curativo pero devastador con el tejido orgánico. Tal vez aquí sean las heridas de amor, que escuecen y no curan, o la estela que deja la frustración.

 

En algo más de doscientas páginas asistimos al relato del devenir de las vidas de dos mujeres distanciadas en el tiempo y en el espacio. Dos historias de mujer, muy bien caracterizadas en el tono y en el propósito que mueve cada relato. Alternan sus voces en 21 capítulos muy breves, que terminan con cierta tensión y que dejan al lector con ganas de más. Este era un viejo truco del folletín, el de la administración de la intriga. Es un recurso potente y que no falla si hay talento. El buen manejo del ritmo narrativo también ayuda a mantener la tensión en ambas historias.

Dos narradoras. Una es la voz de una mujer contemporánea, Pilar, que abre la novela en primera persona y enuncia algunas fantasías sobre la muerte o la idea de no tener cuerpo. “Durante mucho tiempo solamente me quiero matar”. “Pero soy cobarde y no me mato”. Vive en la Barcelona de 2014, etapa de apertura y cambios políticos, una sociedad que se hallaba en construcción y donde surgió la oportunidad del ascenso social. Y por debajo, la intrahistoria, la vida de las personas, con nuevas formas de relacionarse y de amar, el postureo en los bares de moda, algunos de ellos  reciclados en bodegas de barricas barnizadas y precios carísimos. También las amigas, que exigen el relato detallado de los inicios de una relación amorosa. La narradora utiliza con ellas el recurso de la animalización: 

me dijo que soy la mujer de su vida y ellas aúllan de placer, y entonces ya no son pájaros (cotorras) sino lobas que amamantan, enfurecidas e insaciables.” 

Y ella, en la treintena, empieza a compartir vida, piso y cesta de la compra con un atractivo sociólogo candidato al ayuntamiento, a quien, por cierto, elige como destinatario de su relato.

La otra, Deborah Moody, (1586- 1659), ya muerta y “enterrada en vertical y con los brazos en cruz”, pero narradora, al fin, en primera persona. Enviuda en 1629 del noble Henry Moody, abandona Inglaterra perseguida por la comunidad religiosa y llega a ser la primera terrateniente del nuevo mundo; así que traza un mapa, geográfico e ideológico-espiritual. 

“Crucé océanos por ti para acabar insertada bajo tierra como una lombriz.”

Deborah le habla a Dios con variados apóstrofes: “Oh, Señor”, “Señor todopoderoso”, “Dios bendito”. Cuando apenas tiene conciencia de su muerte, recuerda a Anne Hutchinson, otra mujer anabautista, expulsada de su comunidad a las afueras de Salem dos años antes de la llegada de Moody. No hay pruebas de que se hubieran llegado a conocer, pero en la novela de Lucía Lijtmaer, Deborah busca en Anne algo de complicidad, de amistad, alguien con quien compartir su relato, su fe, su pasión por la libertad religiosa y su dolor.

En ambas historias subyace el tema de la amistad entre mujeres, con sus más y sus menos, con la lealtad ciega de la infancia y la impostura de la edad adulta. En Cauterio, los personajes se muestran con sus contradicciones, sus aristas y con sus disfraces de cara al exterior, como es en realidad. Las ciudades también aparecen como si fueran unos personajes más; y también aparentan cierto brillo hacia el exterior, pero sumidas en medio de una crisis que todavía golpea. Sobre todo destaca la magnífica imagen de una Barcelona anegada, con “agua color charco y el olor a cloaca nos cubrirá a todos”. Una corriente que se lleva por delante y enlodados todos los lugares comunes y los espacios estrella de la ciudad en una larga enumeración llena de sarcasmo y de ácida crítica social, no exenta de humor e ironía. Madrid sale todavía peor parada en las descripciones, también sus habitantes 

...por las tardes todo el mundo está borracho. (...) Todo se niega a crecer en Madrid. Todo está o acaba frito”. 

La narradora contemporánea va a huir de Barcelona a Madrid en un recorrido de ida y vuelta. Traza además un mapa de los recuerdos y los afectos, con referencias a calles y lugares de Barcelona donde ha sido feliz o no.

 

Al principio de la relación, ella está segura de su amor. Es algo así como la imagen del príncipe azul:

“Me doy cuenta de que te parezco frívola, a veces. Pero me quieres, yo lo sé, puedo verlo en tu mirada. Ese tipo de amor no se finge. Si no fuera porque te conozco, diría que eres un hombre conservador.”

Me convenzo de que me vas a salvar de lo que he hecho mal antes en mi vida.”

Pilar nota y recuerda algunos cambios en su día a día que advierte al principio de su vida en pareja: 

“Leo menos, no como antes. La pareja genera estas cosas: te concentras menos…” 

Y luego las peleas. La irrupción de Podemos abre la posibilidad en Barcelona de ascender en eso de la nueva política. Él va a ser el gran candidato, pero ella prepara la mesa para la ensalada y los cafés. Somos uno en público y otro en la intimidad. Él carece además de esas amistades de la infancia, pero se muestra seguro. Sí, hallamos referencias veladas al machismo, a las relaciones desiguales, a las contradicciones.

A medida que avanza el relato, las voces de ambas narradoras se vuelven más lúcidas, tal vez la conciencia del paso del tiempo deja una estela de frustración que, lejos de caer en el victimismo, saca fuerzas para la acción, para de alguna manera, cauterizar.




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