"Bouvard et Pécuchet", de Gustave Flaubert

 


 

Flaubert, maestro de la novela moderna.

10 de noviembre de 2021.

Bouvard  Pécuchet

Jordi Llovet 




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La primera gran novela de Flaubert fue Madame Bovary (1857), luego deambula por el territorio de la novela histórica con Salambó (1862); compone además La educación sentimental (1869), La tentación de San Antonio (1874) y los Tres cuentos (1877), pero definitivamente cuando en 1881 se publica Bouvard et Pécuchet, los esquemas rígidos se desmoronan. Esta obra póstuma representa un intento de estilo completamente nuevo. En realidad, podemos afirmar que algunas de las obras de Flaubert son novelas de intencionalidad política, de reflexión, pero contaba siempre con la inteligencia del lector.


Durante toda su vida Flaubert tuvo un pie en el Antiguo Régimen, una cierta nostalgia de lo que fue el régimen; pero porque las cosas (le) iban entonces “ordenadamente”. Tuvo una visión crítica (algunos dicen “reaccionaria”) sobre los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en su época. Vio desfilar regímenes muy diversos, desde la Restauración hasta Napoleón III, todo bajo formas monárquicas y republicanas. La gran revolución urbana de París hace crecer una clase social que él rechazará, la burguesía. Se extiende una clase urbana, capitalista. Pero él consideraba que no se podía confiar ni en la burguesía ni tampoco en el proletariado (La Comuna de 1871) para crear un sistema político eficaz y justo. Siempre consideró que lo mejor era que los países fueran gobernados por la aristocracia de mérito. 

“El pueblo es un eterno menor de edad” 

Esta política liderada por “mandarines” era la que más le hubiera convenido para dedicarse a escribir con la pulcritud con que lo hizo, empeñado en hallar siempre “le mot juste”, la palabra justa. En definitiva, la posición de Flaubert ante estos acontecimientos históricos es en parte de escepticismo, en parte de nostalgia del Antiguo Régimen y en parte de indignación por cómo van las cosas y qué está haciendo la clase burguesa hegemónica en las grandes ciudades.

La cuestión que preocupó a Flaubert fue hacer una obra admirable, perfecta. Está la cuestión del estilo, que para él era encontrar la palabra justa, con cierta obsesión. No daba por buena una frase hasta que no la gritaba a grandes voces en el balcón que daba al Sena. Los que pasaban y lo escuchaban lo consideraban un loco.

Ante todo el panorama crítico con la falta de método, con Bouvard et Pécuchet construye algo satírico, como una enciclopedia. Quiere crear una sátira o un cuadro grotesco o una parodia, o una glosa ejemplar, con dos hombres buenos, Bouvard y Pécuchet, casi un cuadro moralizante del estado de la civilización burguesa en Francia en el entorno de la revolución de 1848.

Dos “bonhommes” llamados el uno, Bouvard y el otro, Pécuchet, se encuentran por azar un día de verano, con un calor de 33 grados. La novela se estructura bajo la simetría, las frases simétricas, tesis y antítesis… Llegan uno por cada lado. Se sientan en el mismo banco del bulevar y dejan las gorras de manera que cada uno lee, de reojo, el nombre del otro escrito en el interior de la gorra. Así comienza la amistad de ambos personajes. Ambos son copistas, uno en el Ministerio de la Marina y el otro en una hilatura alsaciana instalada en la capital. Comparten muchas aficiones y el deseo de retirarse al campo algún día.

Una herencia muy oportuna y unos ahorros de ambos, ingenuamente previstos por el narrador, hace que este sueño pueda convertirse en realidad. En el segundo capítulo del libro, Bouvard y Pécuchet compran una casa de campo al norte de Normandía. Entonces empieza a tomar cuerpo literario propiamente la intención de Flaubert. Los dos hombres, movidos por un afán de conocimiento que los convierte en una especie de Fausto bicéfalo (Borges) inician un repaso experimental de la casi totalidad de las ciencias aplicadas de su tiempo y un estudio de las disciplinas humanísticas contemporáneas de Flaubert. Se quieren ilustrar pero no tienen método para ilustrarse bien. Estudian entre otras disciplinas: agricultura, jardinería, fabricación de conservas, química, anatomía, arqueología, historia, mnemotecnia, literatura, hidroterapia, espiritismo, magnetismo, frenología, gimnasia, veterinaria, filosofía, religión y, finalmente, pedagogía. No falta la política, ni el amor. Cada capítulo termina con un fracaso enorme de un tema y empiezan con otro. Es un esquema muy reiterativo que suele aburrir al lector. Flaubert se documentó exhaustivamente para escribir esta novela y poder hablar de todos estos temas. Decepcionados de la ciencia, del progreso, del sufragio universal y de las posibilidades reales de la inteligencia humana, deciden, después de unos 30 años de estas experiencias, vuelven a hacer de copistas. Encargan un pupitre doble a un carpintero y, como dice la última frase del plan de Flaubert para terminar el capítulo X, se ponen a copiar. Volverán a hacer una tarea estéril, copiar, sin ninguna originalidad.

“Ya no tienen interés por nada. ( ) Empiezan a copiar”.

Se trata de una especie de enciclopedismo satírico.

Flaubert dejó concluidos diez capítulos y medio. Junto a la novela propiamente dicha tenemos un conjunto de datos, un dossier que debería haberse integrado a la obra general como texto independiente, intradiegético, y escrito por los dos personajes de la novela; a este habría sido incorporado el Diccionario de tópicos, compuesto por Flaubert ya desde 1850: compendio de todas las expresiones, las frases hechas y los dichos en los que una sociedad sintetiza, con solemne estupidez y orgullo, la sabiduría oficial y los resabios de una época.



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