"Trilogía de Copenhague", de Tove Ditlevsen

 


Tove Ditlevsen
Trilogía de Copenhague.
Traducción: Blanca Ortiz Ostalé.
Seix Barral. 
Barcelona, 2021.



VIDA Y LITERATURA


Había oído hablar sobre él, llegó a las librerías de la ciudad en mayo, publicado por primera vez en castellano por Seix Barral y en catalán por L'altra editorial. Enseguida llegaron las recomendaciones y las reseñas llenas de frases hiperbólicas; y, aunque a veces se trata de estrategias comerciales de los editores, lo cierto es que la lectura de Trilogía de Copenhague ha sido todo un descubrimiento. Tove Ditlevsen (1917-1976) había sido hasta ahora una autora desconocida entre nosotros, a pesar de ser una de las voces poéticas más destacadas y singulares de la literatura danesa del siglo XX.

            Trilogía de Copenhague reúne en un solo volumen tres de los libros de memorias que escribió Tove Ditlevsen a lo largo de su trayectoria literaria, en la que predomina la poesía y se incluye la novela, el cuento y el ensayo. Así, las tres partes del libro mantienen los títulos originales: INFANCIA, con 18 capítulos; JUVENTUD, con 22; y DEPENDENCIA, que consta de dos partes, de 12 y 8 capítulos respectivamente.

            El género autobiográfico viene marcado por la voz que narra y el resultado es un ejercicio de exploración personal al que asistimos fascinados como lectores. Desde el principio nos sorprende con frases que repiquetean como golpes secos, con una narradora muy eficaz a la hora de sortear los cambios propios de una trayectoria de vida. Tove Ditlevsen aplica las técnicas de la novela para escribir estas memorias; así, establece relaciones entre la dimensión psicológica y la familiar, la social o la histórica para captar la voluntad de las personas que aparecen.

 

“Las verdades del corazón pueden callarse, mientras que los hechos, grises y rigurosos, aparecen en las notas del colegio, en la historia universal en las leyes y registros parroquiales. Nadie los puede cambiar y nadie se atreve a hacerlo. Así pues:

Nací el 14 de diciembre de 1918 en un apartamento de un dormitorio del barrio de Vesterbro, en Copenhague. Vivíamos en el 30A de la Hedebygade, y esa A quiere decir que se trataba de la escalera interior.”

 

La selección de escenas, los diálogos incrustados en la narración y el fluir de la conciencia de la protagonista ayudan magistralmente al relato de una vida, narrada en su devenir en primera persona. No sin razón se habla de Ditlevsen como la precursora de la autoficción, género tan propio del siglo XXI, con obras como la “enorme” Mi lucha, de Karl Ove Knausgård (Enlace sobre "La muerte del padre").

 

            Tove empieza a contar su historia cuando tiene cinco años (ya casi tengo seis años) y cuando cierra su primera etapa, Infancia, ha cumplido los catorce. Desde el principio, la selección de recuerdos, de escenas y de diálogos discurre en un tono nada impostado, con naturalidad, desde la voz de una niña que traduce las sensaciones en relación con su entorno con frases que irrumpen como disparos:

           

“La infancia es larga y estrecha como un ataúd, y no se puede escapar de ella sin ayuda. Nadie escapa de la infancia, que se te adhiere como un olor.”

            “Mi relación con mi madre es estrecha, dolorosa y trémula, siempre debo andar buscando algún indicio de amor. Todo lo que hago lo hago para complacerla, para hacerla sonreír, para aplacar su furia.”

 

Tove se describe como “rarita”, así la ven por su afición a la lectura que le viene de su padre (ojos afables y melancólicos) quien en algún momento soñó con ser escritor. En la  biblioteca detesta el lenguaje que aparece en los libros infantiles que le recomiendan  en la biblioteca.

            “Leo: “Papá. Diana ha tenido cachorritos.” No soy capaz de leerlo; Me llena de tristeza y de un tedio insoportable.”

Ella tiene conciencia de su condición de rara: “Yo sé muy bien que es terrible no ser normal, me cuesta un mundo aparentar que lo soy”. Durante toda la infancia está intentando averiguar si su madre la quiere. Y, al final de la etapa, que coincide con el acto de la confirmación (no religioso), toma conciencia de que ahora cree que sí la quiere pero que eso ya no la hace feliz. La sensación de desamparo, sin embargo, la acompañará hasta el final.

La infancia es la etapa donde Tove siembra todas las carencias y las frustraciones: de la conciencia de su físico, de la adscripción de su familia a la pobreza, de la imposibilidad de estudiar en la escuela superior y; sobre todo, de la dificultad y la desesperanza para ser poeta que le arroja su padre: 

“Las niñas no pueden ser poetas.”

Además de las carencias materiales, Tove se adapta a otros vacíos de carácter afectivo, como la falta de contacto físico con su hermano Edvin y la humillación que le inflige al descubrir su cuaderno de poesía. Su amiga Ruth le sirve de contrapunto para su propia infancia y de espejo para el autoconocimiento.

“Llena de envidia, observaba la infancia de Ruth, firme, tersa y sin fisuras.”

             En la segunda parte, Juventud, Tove se reafirma en su vocación de escritora y ese es el motor para avanzar mientras encadena trabajos precarios y lucha por ascender o por encontrar un marido. Pero antes conoce a una persona muy importante, el señor Krogh, quien le descubre muchas lecturas y consejos sobre el oficio de escribir. Cuando Tove le pide enseñarle sus poemas, Krogh le dice una frase que le va a servir a la joven poeta como excusa ante decisiones que toma en la vida, como su primer matrimonio:

Las personas siempre quieren algo unas de otras, y yo siempre he sabido que tú pretendías utilizarme para algo”.

            A  los 18 años abandona la casa paterna y vive en distintas habitaciones alquiladas con una máquina de escribir y con su sueño de ser escritora, intacto. Sus amigos le hablan de Viggo F. Moller, director de una revista en la que va a ver publicado un poema suyo y quien  será su mecenas y primer marido.

            En la tercera parte, Dependencia, la autora se centra más en la relación con los hombres y con la maternidad; también con las adicciones. Si bien la carrera profesional como escritora va en ascenso, se abre una etapa de decadencia y autodestrucción. Aparece la conciencia por parte de la narradora de la escritura como medio para la existencia.

Envuelta en un mundo de relaciones complejas, seguimos como lectores un devenir trepidante de situaciones en las que deslumbran destellos de sordidez. Pero la Literatura aparece siempre como un espacio seguro al que regresar aun en condiciones carentes de lucidez y voluntad. El sentimiento de desamparo que acuñó en la infancia sigue marcando un poso de insatisfacción que solo llena, aunque ahora parcialmente, la Literatura. 

 

 En este verano de calor voraz, de talibanes y de Messi, la lectura de Trilogía de Copenhague ha sido todo un descubrimiento, con la intensidad de su ritmo, frenético al final, y con la certeza de que la realidad cumplió finalmente el sueño de la pequeña Tove:

“Algún día escribiré todas las palabras que fluyen por mi interior. Algún día otras personas las leerán en un libro y se quedarán asombradas al ver que, a pesar de todo, una niña sí puede ser poeta.”




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