"Un amor", Sara Mesa. Tomando indecisiones.

 

 

 

 

Sara Mesa. Un amor. 

Editorial Anagrama, 2020.

ISBN: 9788433999030

 

Ha vuelto a ocurrir, la última novela de Sara Mesa (Madrid, 1976) me ha dejado pegada a la silla durante dos tardes. Una voz narrativa intensa y tenaz, pero también sugerente y evocadora te conduce por los recovecos de la conciencia de Nat, la protagonista. Y se queda de pronto en sus silencios, como atrapada.

 La novela se abre con un peso, una opresión que ya se ha instalado en el personaje. Ahora que ha elegido refugiarse (¿de qué?) en un entorno rural, rodeada de “grillos, ladridos,.., gritos de un vecino arreando el ganado....”, ahora piensa que “Era mejor el mar”. La indecisión continuada, el condicional del subjuntivo del “Y si hubiese….”

Y es que Natalia se ha establecido en La Escapa, un pueblo que forma parte del universo de la escritora, su propia Comala, un entorno rural reconocible pero que nos lleva lejos, a los márgenes, donde rigen leyes y normas no escritas pero que siempre están implícitas, donde el reparto de poder ya está establecido, porque viene de un tiempo de antaño cargado de opresión y también de desamparo.

Las relaciones entre los vecinos se rigen por prejuicios, por la impotencia, por la dificultad para la comunicación y sobre todo, por los rumores y la prohibición de transgredir los límites. El elemento marcado en ese tipo de relaciones suele ser la mujer (además forastera, además soltera, además diferente), con toda su fragilidad y todas las contradicciones.

 Hay algo en Nat que le impide actuar, que la paraliza ante situaciones como la invasión de su intimidad por parte de un casero despreciable. Pero también incluso en escenas banales como cuando su vecino más atento y civilizado, Píter, le pide opinión sobre las vidrieras del ayuntamiento y Nat le dice lo contrario a lo que piensa. Lo hace por educación, lo hace para ser complaciente. Así lo lleva grabado de serie desde siempre.

“-¿Verdad que son bonitas? Las hice yo.

A Nat le parece que desentonan por completo, aunque alaba justo lo contrario: lo bien que encajan.”

 

Vuelvo a la voz del narrador, que no decae, que te atrapa en su telaraña, que bucea en la conciencia de Nat y nos muestra toda su inseguridad, con las indecisiones que toma, el no saber por qué de todo lo que hace, pero lo hace. Se establece un juego de espejos con los otros personajes. No sobra ninguno, cada uno de ellos le devuelve un pedazo del puzzle que debe recomponer. Y así siente y se ve como lo que no quiere sentir ni ser. Nat anda confundida, vive ensoñaciones, sufre, duda, se angustia, siente el peso de la inseguridad y también de la obsesión. Y es en el final, desde lo alto del monte Glauco, donde asistimos junto al personaje a una epifanía (mirar desde arriba), a una revelación:

“Ve con claridad que todo conducía a ese momento. 

Incluso lo que parecía no conducir a ninguna parte.”

 

El estilo de Sara Mesa deviene en una prosa sin artificio aparente, en una selección léxica que ayuda a sugerir, a evocar referencias no siempre amables, que tensa un desasosiego ante la idea de que algo va ocurrir. Y luego escuchamos el runrún, el tono, con la sordidez, el magnetismo,...también esas metáforas que aparecen a menudo a final de párrafo, como personificaciones de los sentimientos:

“La desconfianza de Nat sigue creciendo: sutil y torcida, como la cautela de un gato.”

“El daño crece, se ramifica dentro de ella.”

“El malestar de la felicidad es una idea que le ronda ahora con insistencia: un tipo de felicidad que contiene en sí misma la semilla de su propia destrucción.”

“Los celos, ese insistente monstruo de ojos verdes, se cuelan hasta en la cama, con su lengua picuda y sus muecas obscenas.”

 

 

 Algo te atrapa en esta novela que, cuando la acabas, te quedas un tiempo deambulando por sus frases. ¿Será la Literatura?