Los narradores del Quijote o las voces que nos cuentan.
Así, si en las
primeras líneas, un narrador omnisciente deja clara la no voluntad
de concretar el nombre del mítico “lugar de a Mancha”, también
se nos presenta como alguien que dispone de unos datos externos
(primer manuscrito hallado), de unas fuentes históricas que concreta
como “los autores que deste caso escriben” y que presentan
diferencias en cuanto al nombre del hidalgo (Quijada o Quesada).
Este es nuestro
primer narrador (llamado el
de Cervantes), que es el responsable de hacer avanzar la historia. Esta es la voz que
inventa el autor y que nos está leyendo unas fuentes
históricas, nos las cuenta. Este narrador está leyendo las fuentes para nosotros
hasta el final del capítulo VIII de la primera parte, cuando vemos a
don Quijote
“contra el cauto vizcaíno con la espada en alto, con
determinación de abrirle por medio..”
y deja de leerlas porque han
finalizado, “porque no halló el autor más escrito destas
hazañas”.
Ahora habrá que
buscar otras fuentes históricas que doten de autenticidad las
hazañas de don Quijote. Y es que, en referencia a la obra, se habla
de “Libro” o se refiere a él como “una historia verdadera”.
También aparecen otros adjetivos: verdadera, sencilla, agradable,
imaginada, gravísima, altisonante, mínima, dulce...Pero se insiste
en el adjetivo “verdadera” o “ficticia que se hace pasar por
verdadera”, y para esto debe dotarla de visos de verosimilitud. Es
evidente la intención paródica hacia los excesos de inverosimilitud
de las novelas de caballerías.
Y es en el capítulo
IX cuando vuelve a tomar la palabra el narrador de Cervantes para
convertirse en personaje que pasea por Toledo y ve a un muchacho que
vende “papeles viejos” escritos en árabe. Aprovecha además para
reflexionar sobre lo leído y hacer parodia del recurso del
manuscrito encontrado en extraña lengua, tan frecuente en las
novelas de caballerías.
El manuscrito en
árabe (segundo manuscrito hallado) tiene un autor: Cide Hamete
Benengeli, personaje ficticio de nombre ridículo, historiador árabe
que escribe la crónica de don Quijote. Nuestro narrador necesita los
servicios de un traductor morisco ajalmiado, que vierte al castellano
y ríe, para poder continuar leyendo la historia del caballero de la
Mancha. El narrador asume ahora el papel de lector y editor del
relato encontrado. Así se reanuda la acción de la aventura con el
vizcaíno que había quedado interrumpida. A veces, además,
introduce breves comentarios y pone en duda la fiabilidad de los
hechos.
El
registro del narrador corresponde a la prosa culta de finales del
siglo XVI y principios del XVII, pero sin afectaciones ni oscuridades
innecesarias. El propio Cervantes, en el Prólogo, explica su
concepto de estilo: “dando a entender vuestros conceptos, sin
intrincarlos ni oscurecerlos”.
La figura de Cide
Hamete Benengeli es clave en la técnica de perspectivismo cervantino
y del juego de narradores con el que su autor se burla de las novelas
de caballerías. Aparecen personajes que escriben sobre el héroe,
apareciendo y desapareciendo puntualmente. También se sirve de él
para dotar a la obra de ironía y sarcasmo.
Por ejemplo, en el
inicio del capítulo XXII alude de nuevo al historiador arábigo:
“Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, (...) que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie…”
Y al definir a Cide
Hamete como “arábigo y manchego”, Cervantes. quizá aludía
irónicamente al gran número de moriscos residentes en la Mancha.
Así, se le
presentan al lector alternativas más razonables, lógicas o
verosímiles. El narrador discute la versión ofrecida por Cide
Hamete, al que califica de narrador falaz por su condición de
musulmán.
La labor polémica
sobre la verdad de la historia funciona como técnica narradora hasta
el momento en que, en la Segunda parte del Quijote, los propios
personajes conocen la existencia del libro reelaborado por ese
narrador cristiano tras el que se esconde Cervantes. Entonces ya no
tiene razón de ser el recurso a los papeles de Cide Hamete, pues nos
hemos visto involucrados en un juego de espejos donde la esencia
ficticia de los personajes se sitúa al mismo nivel que su historia
editorial.
Cervantes recurre a
la metaliteratura y anima al lector y a sus personajes a establecer
un diálogo entre realidad y ficción.
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