Literatura del Holocausto: la imposibilidad de la tragedia.




Literatura del Holocausto:
la imposibilidad de la tragedia.

Por Gonzalo Pontón


Lunes, 25 de noviembre, 2019
Institut d´Humanitats. Cccb
La Tragedia, 2

Buenas tardes a todos.
Uno de los focos de interés de Gonzalo Pontón, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura comparada, ha sido la llamada “literatura del holocausto”. Apunta que esta es una provincia de la literatura europea que afecta a distintos grados de relación y a distintos escritores, que han sido víctimas de una de las experiencias más trágicas de la Europa del siglo XX, como testigos preocupados por el modo de contar lo que han vivido, y literaturizando el horror y la experiencia. Las voces de la literatura del Holocausto son, entre otras, las de Primo Levi, Jorge Semprún, Paul Celan, Imre Kertész…

     “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie” es una cita de Theodor Adorno. 

      Otra cita, esta de Imre Kertész (Budapest, 1929), premio Nobel, quien fue deportado a Auschwitz en 1944: “No es cosa fácil ser una excepción”. En Sin destino, editado por Acantilado, narra en primera persona un año y medio de la vida de un adolescente, que tiene su misma edad y que ha estado en los mismos lugares. Pero no es una autobiografía. Hay un primer distanciamiento que es una necesidad de buscar una voz diferente. El tiempo es fundamental. Narra desde una distancia irónica, con una abrumadora concienciación de lo sucedido en lo que un periodista que interpela al chico llama “el infierno”. Pero no hay posibilidad de comunicación entre él y el periodista. 
Como yo permanecía callado, en un momento dado se volvió hacia mí y me preguntó: “No te gustaría, hijo, poder hablar de tus experiencias?” Aquello me sorprendió y solo pude contestarle que no sabría contarle muchas cosas interesantes. (...) “¿Contar qué?” “El infierno de los campos”, me respondió. Yo le indiqué que sobre eso no podría contarle nada pues no conocía el infierno ni podía imaginarlo."

La cuestión del infierno es fundamental para Primo Levi (Turín, 1919). Escribió Si esto es un hombreentre 1945 y 1947, justo después de salir del campo de exterminio de Auschwitz, ardiendo en deseos de contar. Se trata del infierno de Dante y su significado para los italianos. Levi se acoge a la tradición literaria, con un capítulo sobre el canto de Ulises que hace referencia al pasaje en el cual Ulises se adentra en el mar con los pocos rescatados que quedaban en su nave. Ulises transgrede los límites y demuestra que la perseverancia es muchas veces más poderosa que las circunstancias determinadas. Ulises dice a sus hombres: “consideren su naturaleza humana, no nacieron para vivir como bestias, sino para seguir virtud y conocimiento”.

Jorge Semprún (Madrid, 1923) lo ha contado en La escritura o la vida, 1994. Esperó 15 años hasta escribir su primera novela, en la que cuenta cómo le influyó la novela de Faulkner, ¡Absalón, Absalón!, que estaba también en la biblioteca de Buchenwald y que leyó en alemán. Nos cuenta cómo recuerda y no los hechos ocurridos, cómo un sujeto ha tamizado esa experiencia.
Mi problema, que no es técnico sino moral, es que no consigo, por medio de la escritura, penetrar en el presente del campo, narrarlo en presente…(...) De este modo, en todos mis borradores, la cosa empieza antes, o después, o alrededor, pero nunca empieza dentro del campo. Y cuando por fin he conseguido llegar al interior, cuando estoy dentro, la escritura se bloquea...Me alcanza la angustia, vuelvo a sumirme en el vacío, abandono.”

Pero, ¿por qué escribe Kertész? El primer instante que le lleva a escribir es todavía en el campo de Buchenwald. Lo que no quiere escribir es una obra trágica, quiere contar sin incurrir en el paradigma trágico. El propio título, Sin destino, ya es anti-trágico. Es alguien a quien se le ha negado su destino, y con él, toda posibilidad de tragedia. No aparece un ápice de satisfacción. No hay tensión, no hay horror. El joven quiere ser obediente y por eso sube al tren. No hay horror porque no hay tragedia. En los últimos párrafos de Sin destino, el muchacho (15 años) sale a la calle, en busca de la vida.

Abajo me recibió la calle. Para ir a casa de mi madre tenía que coger el tranvía pero me acordé de que no tenía dinero y decidí ir andando.” (...) “Era aquella hora tan típica, -la reconocí de inmediato, allí mismo-, mi hora preferida en el campo, y experimenté una sensación fuerte, dolorosa e inútil: la nostalgia..”Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por las calamidades, por los horrores, cuando para mí esa había sido la experiencia que más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería hablarles la próxima vez que me pregunten. Si me preguntan. Y si todavía me acuerdo.”

Esta es una respuesta cínica, provocadora, que rompe con el deseo de apropiación de la experiencia. 

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