El Ulysses de Joseph Strick (1967), la película.










El mes de agosto en Barcelona puede resultar mágico, en especial estos últimos días, cuando el bochorno que nos baña en la costa (la xafogor) nos ha dado una tregua. En uno de mis paseos solitarios por la ciudad compruebo de pronto que no es cierto que Barcelona ja no és bona (paráfrasis del poeta Gil de Biedma), tal como insisten en proclamar las crónicas de sucesos y los informativos. 

Y es que fue en un deambular solitario que cayó en mis manos por casualidad el programa de la Filmoteca de Catalunya para el mes de agosto: 

Sí, aquí, página 36. Leo: Sala Laya, miércoles, 14: Ulysses,película de Joseph Strick, 1967. Intérpretes: Barbara Jefford, Milo O´Shea, Maurice Roëves. 

Es la historia de un día en Dublín cuando un mártir cornudo que ha perdido a un niño conoce a un estudiante pobre que necesita desesperadamente la figura de un padre. Por primera vez en once años, es probable que el marido y su esposa frustrada revivan de nuevo el amor de juventud.” 
Hasta aquí la sinopsis de la película, que no es más que un soporte, la trama que sostiene el devenir de la conciencia de los personajes. Como lectores, y ahora también como espectadores asombrados y desalentados, nos abruma el rápido devenir de la mente de los personajes, con sus pulsiones y con toda su sordidez. Es un proceso mental de pensamiento incesante.
   No me puedo resistir a un nuevo encuentro azaroso con el Ulysses y entro en la sala con todas las dudas razonables: ¿Dos horas de proyección para visualizar los dieciocho capítulos? ¿Cómo plasmar en la pantalla una de las novelas más extraordinarias del siglo XX? ¿El lenguaje, los monólogos, la itinerancia, los anhelos, las visiones?
Los capítulos se nos muestran sin fragmentar, en sucesión cronológica que empieza a las ocho de la mañana del jueves, 16 de mayo, hasta las dos de la madrugada siguiente. La primeras escenas corresponden a la “Telemaquia” y se centran en Stephen Dedalus, el joven intelectual arrogante, y profesor en la escuela privada del señor Deasy, que vive con su amigo, Buck Mulligan, y que carga con la muerte de su madre. Lo importante de la escena inicial es el recuerdo de esa muerte y los remordimientos por el comportamiento en ese final. 
Las siguientes escenas corresponden a Leopold Bloom, mediocre y antihéroe, que en su casa de pequeño burgués prepara el desayuno a su esposa. Es un hombre de historia gris, pero más humano. Bloom (Florecer, Flor azul) es de origen judío, lo cual le trae problemas. Esa mañana asiste al entierro de Paddy Dignam. Aparece la actitud irreverente de Joyce ante lo convencional y una burla hacia lo religioso. Más tarde Bloom acude a la redacción de un periódico para tramitar un anuncio publicitario y luego entra en la taberna de Barney Kiernan, donde es increpado por su origen judío.
Los espectadores acompañamos a estos dos personajes, Dedalus y Bloom, en su deambular por las calles de Dublín, con la mediocridad de los actos cotidianos y las pequeñas o grandes frustraciones de los héroes modernos. Y llegamos al capítulo 15, con la entrada al barrio de los burdeles, y el juego entre realidad y fantasía se resuelve a los ojos del público en planos sucesivos que alternan las imágenes soñadas o pensadas con planos de las sórdidas vivencias de los protagonistas. Así, en el prostíbulo, a Dedalus se le presenta su madre muerta o su espectro (al modo del fantasma del padre de Hamlet) y Bloom imagina que ha sido descubierto en sus juegos adúlteros y es llevado a un juicio delirante. 

Y al final, el tiempo se detiene en el “yes” del monólogo de Molly Bloom, en las últimas páginas de la novela, que aparece también en las últimas escenas de la película. Son 25 minutos de sucesión de imágenes cargadas de referencias sexuales, fisiológicas; cargadas de deseos, sueños y de recuerdos. Desde lo vivido esa misma tarde, una relación sexual adúltera, hasta recuerdos de juventud en Gibraltar. El ritmo se acelera y las frases se organizan alrededor del “Yes” con un desbordamiento en multitud de reflexiones. Es el “yes” como una letanía. Es el “yes” que alumbra una esperanza.

   Ha terminado la proyección, he abandonado la sala Laya de la Filmoteca y salgo a la calle. Deambulo por la ciudad y el recorrido por Dublín se prolonga ahora en Barcelona. Pienso en la épica de mis actos cotidianos, en las pequeñas frustraciones y en lo insignificante de la existencia. 




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