¿Por qué nos conmueve el estilo de Juan Rulfo?
Este
año se celebra el Centenario del nacimiento del escritor mexicano
Juan Rulfo (1917-1986), autor de Pedro
Páramo
(1955) o El
Llano en llamas y otros cuentos (1953).
El
legado es ciertamente muy breve pero ha marcado una influencia de muy
largo recorrido en la literatura contemporánea. Así, García
Márquez lo tuvo muy presente para la concepción del famoso realismo
mágico. Ambos se sintieron atraídos por el estilo y algunos motivos
de William Faulkner, como la presencia de la voz de la muerte. Los
tres son escritores que construyen su propio marco rural como espacio
narrativo: En Comala o Luvina moran o deambulan los personajes de
Rulfo, en Macondo los de García Márquez y Yoknapatawpha es el
condado ficticio de la obra de Faulkner.
Pero
¿Qué hay en el estilo de Rulfo que hace que a pesar del paso del
tiempo logra conmovernos?
La
RAE define “conmover”, del latín conmovēre
como 1. tr. Perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con
eficacia a alguien o algo. U. t. c. prnl. y 2. tr. enternecer (‖
mover a ternura). María Moliner, en su diccionario de uso del
español, se extiende algo más y precisa una gama de verbos de
proceso como Estremecer, sacudir, causar emoción, causar alteración
una escena de ternura. En ambas definiciones hallamos un sema común:
la idea de un desplazamiento, aunque no físico, que provoca en
nosotros una mudanza de estado.
En
el cuento “Luvina”, el parroquiano bebedor describe así la
ciudad:
—Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la revuelve, pero no se la lleva nunca.
La
desolación en paisajes y gentes está muy presente en la obra de
Rulfo. En Luvina hay algo que hace que los habitantes no sonrían.
Podemos imaginar sus caras “entabladas” para no sonreír, están
abocados a la tristeza, al abandono, al vacío. Y en el espacio
geográfico, el paisaje también es árido, estéril, seco. En la
novela Pedro
Páramo,
Comala es un personaje más
—¿Y
por qué se ve esto tan triste?,
pregunta el hijo de Pedro Páramo cuando ve Comala por primera vez.
Sin embargo, él recuerda la visión de la llanura verde que le
describió su madre antes de morir, un Comala idílico que ha
desaparecido. Ahora es purgatorio y hasta infierno donde los
personajes se mueven como sombras. Por
encima de todo, lo que más fuerza tiene es el recuerdo. Preciado va
a recordar a Comala, con los ojos de su madre, a revivir un pueblo
que ya está muerto. La muerte está aceptada por todos con
naturalidad.
El
propio narrador muere hacia la mitad de la novela, y se convierte en
otra sombra que susurra. La historia iniciada por Juan Preciado
continúa en las voces colectivas que diluyen al narrador. Todos
quedan atrapados en el limbo a al espera de la redención. El
sentimiento de orfandad también nos conmueve, porque está en todos
los personajes de la novela.
Los
ecos, los murmullos, los diálogos que se abren de repente y se
cierran son expresados con una gran naturalidad, con una rara
resignación. Las descripciones son fragmentadas y la narración no
es lineal. La memoria es un elemento que transforma la realidad. Y el
lenguaje es muy poético, da en la esencia de lo que nombra. Por
ejemplo, todo apunta a la sequía salvo cuando aparecen las mujeres.
Únicamente en los recuerdos de las mujeres sopla un viento oloroso a
limones. En la aridez inmensa basta el brote de una hoja o la mención
del agua para lograr un efecto estremecedor.
...Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces.De voces, sí. Y aquí, donde el aire era escaso, se oían mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me había dicho mi madre. «Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz». Mi madre... la viva.
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