Mario Levrero. La novela luminosa
Mario
Levrero
La
novela luminosa (2005)
Novelas del
siglo XXI
CCCB
Es
un milagro venir a charlar sobre literatura en una tarde luminosa de
mayo. Lo piensa Ignacio Echevarría y lo pienso yo. Nos advierte de
estamos ante una novela rarísima, que crea cierta perplejidad,
profundamente autobiográfica y cuyo tema es la búsqueda del yo con
alguna significación espiritual. Y es que Levrero es uno de esos
escritores raros, originales, excéntricos.
Para Mario Levrero (1940-2004) la escritura fue una
forma de formularse a sí mismo. Desarrolló una incompatibilidad con
la prosa literaria y escribió sin voluntad de estilo alguno. Es la
escritura natural perfecta, sin recursos ni mediación estilística.
Sus textos remiten muchas veces a Franz Kafka, de quien él mismo
dijo que fue determinante en la voluntad y en la forma de la
escritura: “Hasta leer a Kafka no sabía que
se podía decir la verdad.”
En La novela luminosa,
publicada póstumamente en 2005, se propone rescatar una experiencia
de juventud a través de la escritura, una experiencia que él
califica de “luminosa” y para ello empieza a escribir un diario
en 1986, que luego llevará el título de Diario
de un canalla. Se trata de un diario de
trabajo, de proceso de escritura, en el que cuenta cómo de pronto se
topa con algo parecido al espíritu en el patio interior de la casa
de Buenos Aires. El episodio está fechado en un cinco de diciembre
de 1986. Ha caído un pichón de paloma y Levrero lo interpreta como
“una señal del espíritu, una forma de aliento para este trabajo
que tan penosamente he comenzado”. Los pájaros constituyen un
motivo recurrente en su obra, porque luego vendrá un polluelo de
gorrión, “Pajarito”, como nueva señal del espíritu.
Diez años después de Diario de
un canalla, el pichón y la cría de gorrión
son relevados por el cadáver de una paloma que Levrero ve ahora en
una azotea de Montevideo y del que hace un seguimiento compulsivo y
diario. Lo cuenta en La novela luminosa,
que trata del Espíritu, o mejor de la búsqueda tozuda de ese
Espíritu.Para ello escribe la crónica diaria de su intento de
narrar la experiencia luminosa y sus correspondientes fracasos. Vive
rodeado de aspectos oscuros, juega con su incapacidad y considera que
este diario es la novela oscura. El objetivo de este libro es el
retorno a sí mismo. Admite que la experiencia luminosa no es
narrable y, a cambio, se presta a escribir lo oscuro. En esta gran
novela póstuma trabaja desde su propio fracaso y construye un molde
de esa imposible novela luminosa.
Cerramos con un párrafo prodigioso de El
discurso vacío (1968) sobre la experiencia
de la madurez, de la vida adulta...
De
la selva que hoy somos.
«Cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores. Lo que uno ha sembrado fue creciendo subrepticiamente y de pronto estalla en una especie de selva que lo rodea por todas partes, y los días se van nada más que en abrirse paso a golpes de machete, y nada más que para no ser asfixiado por la selva; pronto se descubre que la idea de practicar una salida es totalmente ilusoria, porque la selva se extiende con mayor rapidez que nuestro trabajo de desbrozamiento y sobre todo porque la misma idea de ‘salida’ es incorrecta; no podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos salir porque sabemos que no hay hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo, y una salida implicaría alguna clase de muerte o simplemente la muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podía morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran las semillas que sembramos de esta selva que hoy somos.»
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