La isla a mediodía. Un cuento de Cortázar
LA ISLA A MEDIODÍA. Julio Cortázar
Forma
parte de la antología de cuentos Todos los fuegos el
fuego, publicada en 1966. Es
un libro de madurez en la trayectoria de Cortázar, donde lo real y
lo fantástico se entremezclan. Aparece lo perturbador y un intento
de explorar los límites de las fantasías de la realidad sin cruzar
al terreno de lo sobrenatural. No se rompen del todo las reglas de la
lógica.
El
cuento “La isla a mediodía” narra la obsesión de Marini, un
joven asistente de vuelo, por una de las numerosas islas griegas que
avista cada día a la misma hora en el trayecto que le ha sido
asignado.
La
primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado
sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico
antes de instalar la bandeja del almuerzo. La pasajera lo había
mirado varias veces mientras él iba y venía con revistas o vasos de
whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntándose
aburridamente si valdría la pena responder a la mirada insistente de
la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el óvalo azul de
la ventanilla entró el litoral de la isla, la franja dorada de la
playa, las colinas que subían hacia la meseta desolada. Corrigiendo
la posición defectuosa del vaso de cerveza, Marini sonrió a la
pasajera. «Las islas griegas», dijo. «Oh, yes, Greece», repuso la
americana con un falso interés. Sonaba brevemente un timbre y el
steward se enderezó sin que la sonrisa profesional se borrara de su
boca de labios finos. Empezó a ocuparse de un matrimonio sirio que
quería jugo de tomate, pero en la cola del avión se concedió unos
segundos para mirar otra vez hacia abajo; la isla era pequeña y
solitaria, y el Egeo la rodeaba con un intenso azul que exaltaba la
orla de un blanco deslumbrante y como petrificado, que allá abajo
sería espuma rompiendo en los arrecifes y las caletas. Marini vio
que las playas desiertas corrían hacia el norte y el oeste, lo demás
era la montaña entrando a pique en el mar. Una isla rocosa y
desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podía
ser una casa, quizá un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la
lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no
quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su
reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.
Marini
elige una isla apartada como el espacio de la felicidad.
“Con
los labios pegados al vidrio, sonrió pensando que treparía hasta la
mancha verde, que entraría desnudo en el mar de las caletas del
norte, que pescaría pulpos con los hombres, entendiéndose por señas
y por risas.”
Representa la otra cara de la vida cotidiana y eso es lo que le fascina. Está harto de la rutina, de lo banal de lo cotidiano. Cada vez se va quedando más tiempo pegado a la ventana y empieza a ver detalles de la vida en la isla. Marini es un personaje dinámico, no tiene un anclaje emocional, está siempre en tránsito. La fascinación va en aumento con el tiempo y alimenta el deseo ferviente de llegar hasta allí y de encontrar la manera de convivir con sus habitantes. El protagonista se va enajenando. El accidente del avión podría ser un símbolo o una alucinación. Marini está en el avión que se estrella y comprende que su estancia en la isla ha sido imaginaria. Cortázar apuesta más por el asombro que por el sentido.
Nuevamente,
la escisión en dos planos narrativos que se entrecruzan y se solapan
será en manos de Cortázar un recurso útil para brindar al lector
una resolución inesperada y escapar de los límites de la narración
convencional.
Puedes leer el cuento íntegro aquí
Comentarios
Publicar un comentario