La gran belleza (2013) es
una película espectacular, una de aquellas que nos hace flotar, que nos deja
suspendidos de un hilo, instalados en sus imágenes y también en su relato. Dos
estampas se han quedado para siempre en mi recuerdo: una jirafa en el centro
del Coliseo de Roma, altísima, como todas las jirafas, y un mago que va a
hacerla desaparecer. Cuando el protagonista le suplica que le haga desaparecer
a él también, el mago sonríe y le dice: “Pero... si es solo un truco”. Es una de las frases de la película. La vida como un
truco. La otra imagen es la terraza de un ático de Roma al amanecer como centro
de reposo de una veintena de pelícanos. Las luces del amanecer con el rosado de
las aves encajan perfectamente con las piedras del Coliseo. La ciudad eterna en
decadencia, como símbolo del crepúsculo de una vida como otra, una vida lúcida,
empeñada en ser vivida a un ritmo frenético, tal vez para no creérsela del
todo.
La
juventud (2015) es otro
alarde de lo extraordinario, de magnetismo que te deja pegado a la butaca y
luego ese runrún a tu alrededor girando sin parar durante días. Tal vez sea menor
el arrebato visual, tal como ha apuntado la crítica, pero es perfecto el cuadro
interpretativo del peso de la existencia en los ojos de Fred Ballinger (Michael
Caine). Los protagonistas acuden al balneario suizo, a “la montaña mágica” y
llevan a cabo, tal vez sin proponérselo, un proceso de indagación sobre los
años vividos, sobre los efectos de devastación del paso del tiempo y el vacío
que deja. Paolo Sorrentino vuelve a mostrarnos un cuadro lúcido de la
decadencia y esta vez me quedo con los diálogos, algunos lacerantes: “Ya no miras el mundo. Solo miras tu propia
muerte”, “Dicen que las emociones
están sobrevaloradas, pero son lo único que tenemos”, otros relativos a la
creación artística: “La ficción es
nuestra pasión (…) Solo somos extras”.
Todo
desborda literatura.
Comentarios
Publicar un comentario