En mitad de la carretera
Aquel pobre
perro. En mitad de la carretera con la mirada perdida en un punto lejano. No se
movía. Tan solo de vez en cuando me olisqueaba los dedos, que conservaban el
olor del arenque del almuerzo. Después me lamía las manos y volvía a su postura
vigilante. La húmeda lengua suspendida temblaba al compás de su respiración. Claro
que ninguno de los dos quería estar allí, bajo el sol tórrido de agosto. Los
dos teníamos sed y preguntas. Sin duda el perro, de estar solo, hubiera salido
corriendo tras la camioneta de John hasta desfallecer. Volvería en una media
hora, dijo. El almacén de los Forbes estaba a pocos Kilómetros, recogería la
mercancía y haría el porte hasta la ciudad. Volveré en media hora, dijo John. En esta piedra junto al poste estarás bien, no te desvíes de la carretera, así
te distinguiré.
Ninguno de los dos quería estar allí, sobre la luz oleosa del
asfalto al atardecer.
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