Anatomía de la gente silenciosa
El taxi llega al cruce de la
calle de Aribau con la de Laforja y el escritor de voz familiar se despide como
si de su propio doble se tratara y con las ganas de haberle dedicado su libro
con una amable sonrisa. Mario se siente ahora liberado.
La verdad es que
prefiere al pasaje más callado, a las personas silenciosas, que se sientan, les
viene grande apenas saludar y bajan la mirada para indicar la dirección. Sea el
trayecto corto o largo, ya no vuelven a hablar hasta que llegan al destino;
aunque también suben los charlatanes, que a la mínima te explican todas las
enfermedades de la familia o las desgracias más sabrosas de contar. Y es que, están
los suspiradores, los que ronronean como él durante todo el trayecto, los
transparentes, los que te ponen la mano delante para recoger un cambio de
céntimos, los invisibles, los que teclean en su teléfono móvil sin parar, los
eternamente enojados, los que te ignoran…

Recoge a una pareja que
abandona una sala de baile en la calle de Provenza, en el 171. Ella le reclama
que hasta el camarero se dio cuenta. ¿Qué crees que soy yo? ¿Una puta, tal como
me tratas? Bailas con otra, y llorando le dice, te voy a dejar, voy a trabajar
dos turnos. Más llanto, él le tapaba la boca porque gritaba. Yo, que lloré por
ti como cuando se murió mi madre, yo que te quiero, ya voy a cambiar. Más
llanto, gritos y tapada de boca.
De pronto Mario mira de reojo porque la besaba casi a la fuerza. Más llanto y él le recrimina que también bailó, pero bailaba salsa y eso se baila pegado. Y ahora lágrimas. Al fin llegaron a su destino, un portal en obras de la plaza de Tetuán con la Gran Vía. Se la llevó abrazada. Fin de la llorona. La pareja se besa en plena calle y la escena se cuela en el espejo retrovisor por azar, justo en la esquina de enfrente. Mario no puede soportar ese intercambio de salivas.
De pronto Mario mira de reojo porque la besaba casi a la fuerza. Más llanto y él le recrimina que también bailó, pero bailaba salsa y eso se baila pegado. Y ahora lágrimas. Al fin llegaron a su destino, un portal en obras de la plaza de Tetuán con la Gran Vía. Se la llevó abrazada. Fin de la llorona. La pareja se besa en plena calle y la escena se cuela en el espejo retrovisor por azar, justo en la esquina de enfrente. Mario no puede soportar ese intercambio de salivas.
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