Historias del Evelyne I
En la trastienda del colmado se montaba un garito con una mesa a la que cada jugador se traía su propia
silla. Era donde las partidas se vivían con mayor tensión. Mi padre ha sido
siempre un buen jugador de cartas. Las timbas se alargaban hasta la madrugada y
yo llegué a ver más de una noche las navajas abiertas sobre fardos de billetes
arrugados. Una noche hasta se jugaron a la mujer propia, la de uno, el que la
tenía. Mi padre se llevó a la cama a la Elvira, la mujer de su amigo, el Pipo.
Ella, sin rechistar, había sacado a su marido de muchas deudas del juego, y corría la voz de que incluso disfrutaba con
el pago. Cada vez que la Elvira lo veía, le recordaba siempre a papá que ya
nada le debía su marido.
Me
aficioné a leer cosas de náutica y poco a poco lo iba aprendiendo casi todo sobre
el mar. A los veinte años conseguí el título de patrón de pesca. Luego, en el
patrullero donde serví a la patria hice de todo, fui distinguido en maniobra,
timonel, jefe de puente y me felicitaron tanto mi Comandante como el Capitán
General.
Hablé
con mi comandante, una gran persona, la cual me tenía en gran estima. Él
preparó todos mis papeles. Sólo faltaba la firma de mi padre, que no llegó
nunca. Lo que sí recibí fue una carta en la que el señor marqués reclamaba mis
servicios como brazo derecho de mi padre en una salida al extranjero, a la
costa italiana. Pedí entonces consejo a mi Comandante y me dijo que me
arrepentiría de servir a marqueses y demás señores; pues él era sobrino de
condes y decía conocerles bien. Me advertía de que son muy raros, que lo que
ellos quieren es personal de servicio y no marinos que puedan disponer y gobernar
según su discernimiento, que tendría que calcular el rumbo con una mano y
servir la mesa al mismo tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario