Desgracia. J.M. Coetzee
Capítulo 11
“Es miércoles. Se ha
levantado temprano, pero Lucy madruga más que él”. Así comienza el capítulo 11 de una
novela de Coetzee. Hoy también ha sido miércoles, un día laborable en medio de
esta semana discontinua. David es un profesor que, envuelto en un escándalo,
renuncia a su puesto y se refugia en la granja de su hija Lucy. Esa tarde de miércoles son asaltados por tres
individuos que violan a la hija ante la impotencia del padre. Magistralmente
narrada su desesperación. Coetzee desnuda las escenas sin que la trama se
diluya. La tensión late en los ladridos de los perros que intuyen la tragedia. Durante
la lectura, puedo oír los ladridos del perro del vecino. También la postura
incómoda me distrae del relato, una tos, un pensamiento.
Entrar
y salir de la ficción. Dos tramas, la mía y la de Lucy, dos espacios, dos
tiempos, acaso dos narradores. Vuelvo a la granja y los perros ya no ladran,
han sido asesinados. Padre e hija observan el desastre a su alrededor: tristeza
y desolación. El bebé del tercero segunda rompe en un llanto desesperado,
rabioso. Mi concentración se disipa una y otra vez.
Una
de las veces que estoy fuera de la granja de Lucy, pienso en el libro de
Nicholas Carr, Superficiales: ¿Qué está
haciendo Internet con nuestras mentes? Señala que la lectura profunda necesita
ahora un esfuerzo mucho mayor porque la mente se ha acostumbrado a las
múltiples conexiones de la red, a fluir entre informaciones diversas sin
profundidad. Internet, como un archivo infinito de información, está cambiando
la manera de operar del cerebro humano. Esta noche de miércoles creo que soy
buena prueba de ello y temo perder la facultad
de leer. Mañana seguiré pensando en esto. Vuelvo a Lucy: “¡Mi niña, mi niña! dice él, y le tiende los brazos. Como ella no
acude, se pone en pie y la abraza.”
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