"San Manuel Bueno, mártir", de Miguel de Unamuno

 

Novela y espiritualidad. 25 de abril de 2023.

San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno

Andreu Jaume.



Miguel de Unamuno (1864-1936) fue uno de los intelectuales más versátiles e influyentes en la primera mitad del siglo XX, en toda Europa y en América. Escribió novela, poesía, ensayo filosófico y divulgativo, teatro, obra en prensa. Fue el gran opositor a todo y fue la voz de la crítica intelectual de este país y del régimen de la Restauración. Representa todas las tensiones del país. De extensa cultura, leía en muchas lenguas diferentes. Pero aunque cultivó muchos géneros, fue sobre todo un gran poeta, quiso huir del sonsonete modernista tan propio de la tradición de finales de siglo y quiso introducir las problemáticas románticas. Los últimos sonetos que escribió recluido en su casa antes de morir son verdaderamente intensos y alcanzan cotas del pensamiento muy interesantes. No es casual que Luis Cernuda, poeta muy distinto a Unamuno, lo nombrara como uno de sus antecesores, como alguien pionero en poner a la altura europea la poesía española.   

San Manuel Bueno, mártir se publicó en 1931. Tiene su génesis en una visita que Unamuno hizo con unos amigos a la aldea situada en Sanabria, Villaverde de Lucerna, y escuchar la leyenda que dice que en el fondo del lago de San Martín de Castañeda hay una villa sumergida y que la noche de San Juan, a las doce de la noche, se oyen las campanas de la iglesia. Unamuno se quedó muy impresionado por esta leyenda y decidió ambientar esta novela corta, o relato alargado, en junio de 1930.

En este relato, protagonizado por un sacerdote que duda del más allá, Miguel de Unamuno construye una especie de fábula religiosa sobre el problema de la invasión del nihilismo en la vida moderna. San Manuel Bueno, mártir cuenta la historia de un cura de pueblo, Manuel Bueno, que durante mucho tiempo ha mantenido unida una comunidad con sus palabras, con sus obras de caridad y  con su alegría,  pero que guarda  un secreto.

Está contada en forma de confesión por parte de una vecina de ese pueblo, Ángela de Carballino, su discípula, que pone por escrito la palabra viva de ese religioso, que sabemos desde el principio que ha muerto y que el obispo de la provincia ha iniciado los trámites para su beatificación. Angela es una buena lectora, conoce el Quijote, a Calderón, los cuentos de Bertoldo. Hay un concepto importante en la cosmovisión de Unamuno que es el de la “intrahistoria". Mientras que en la historia los acontecimientos se producen en la superficie del agua, hay en el fondo de los pueblos algo más quieto que es lo que anima la vida de los campesinos y de las culturas que forman una nación.

La novela es una fábula religiosa, propiamente un evangelio: Ángela, la evangelista y Manuel Bueno, una especie de Jesucristo moderno. Y está llena de simbología: los nombres: Manuel, Blasillo, Lázaro; esa iglesia sumergida en el lago, cuyas campanas suenan la noche de San Juan, y que representan el fondo inmutable de la espiritualidad del pueblo; las ruinas de una vieja abadía cisterciense. De don Manuel, se destaca su gran poder espiritualidad y su voz, viva, y cómo encandilaba al pueblo en las homilías con su voz. Pero en el momento de rezar el Credo, don Manuel callaba:

 “Y al llegar a lo de “creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable”, la voz de don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba.”

Luego aparece otro personaje, Lázaro, el hermano de Ángela, que es un liberal descreído, y será quien descubra el secreto de don Manuel. Es un emisario de la modernidad y no va poder convencerle de las bondades de la religión. Quiere llevarse a su hermana y a su madre a la ciudad porque a su juicio la aldea embrutece. Don Manuel le confiesa que se limita a mantener la ilusión de sus feligreses para ayudarles a llevar la vida de la manera más apacible y aliviarles el dolor. Don Manuel no ha creído nunca, pero lo extraordinario es que Lázaro, al saber que don Manuel no cree, se convierte a su credo, sufre una transformación espiritual, percibe algo en el cura que no cree, pero que quiere mantener con vida la fe del pueblo, algo que es más espiritual de lo que esperaba; de ahí la simbología de su nombre. La resurrección supone un despertar del espíritu, otra forma de entender la vida humana.

Aquí, tenemos que a partir de una herencia religiosa que se ha ido transformando hasta verse cercada por la amenaza del nihilismo, ya cada vez es más difícil mantener en pie las creencias seculares, la creencia en el más allá. Podemos hablar de una vuelta a la fe, de un revulsivo cristiano que vuelva a dotar de sentido la vida espiritual. Es lo que ocurre en el seno de esta novela y en general en toda la obra de Miguel de Unamuno. No tuvo una relación sumisa con el cristianismo, su obsesión fue la muerte y el concepto de fe en Unamuno coexiste siempre con la duda. San Manuel quiere, pero no puede creer.

El protagonista de esta novela acaba siendo una especie de nuevo Cristo para un tiempo sin Dios. Él está consumido de dolor y de vacío pero quiere mantener viva la ilusión de sus feligreses. Esta ausencia de fe ha renovado la fe en la vida. 

 

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