"Corazón tan blanco", de Javier Marías

 


Corazón tan blanco
(Anagrama,1992) es la séptima novela del escritor Javier Marías (1951-2022). La obra ganó varios premios: el Premio de la Crítica de narrativa, el Prix l'Oeil et la Lettre y el IMPAC International Dublin Literary Award 1997

Tras el Premio de la Crítica, Miguel García Posada definió la novela como “la historia de una desestabilización del amor, de las convenciones sociales, y un descenso vertiginoso hacia la nada".

En Corazón tan blanco también aparecen, más concretamente, algunos de los grandes temas de Javier Marías: el matrimonio, los secretos, el asesinato, la sospecha, el deseo de ignorar y la conveniencia de guardar silencio. Pero el foco de la narración es el tema de las relaciones percibidas por el narrador, traductor e intérprete de profesión, intrigado por saber, por indagar quién fue su padre, figura crucial y tema recurrente en la obra de Marías.

Y en cuanto a la técnica, están presentes los eternos monólogos interiores del narrador, el fluir narrativo que va encadenando la historia, una primera persona que nos permite entrar en el mundo interior de los personajes. Aquí, las digresiones son tan largas que algunas parecen querer desprenderse y ser autónomas. En ocasiones, algunas sugerencias que parecen pistas en el proceso de indagación de Juan Ranz, el protagonista, no lo son; y nos conducen a presagios que acaban siendo engañosos. La novela encierra toda una reflexión sobre la naturaleza misma del relato, sobre la necesidad de contar todo aquello que escuchamos o vemos, sobre si nos contamos recuerdos del pasado y se descubren secretos que reaparecen con nuevas tácticas para cambiarnos el presente o todo aquello que está por venir.

Muchas veces ha sido el propio Javier Marías quien ha explicado la importancia que tiene la voz que cuenta, de la dificultad de contar. Toda la parte digresiva es técnica de Laurence Sterne y su Tristram Shandy, traducido excelentemente por Marías. Hablaba de su eterna primera persona narrativa, con la que se gana en verosimilitud y también en persuasión.

Al inicio del último capítulo, el narrador apunta:

“Ahora mi malestar se ha apaciguado y mis presentimientos ya no son tan desastrosos, y aunque aún no soy capaz de pensar como antes en el futuro abstracto, vuelvo a pensar vagamente, a errar con el pensamiento puesto en lo que ha de venir o puede venir; a preguntarme sin demasiada concreción ni interés por lo que será de nosotros mañana mismo o dentro de cinco o cuarenta años, por lo que no prevemos.” 



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