Tragedia y modernidad




Lunes, 14 de octubre de 2019
    Institut d´Humanitats 
La tragedia, 2



El problema de la tragedia en la modernidad.
Por Andreu Jaume.




Hoy es un día atípico, un lunes de otoño primerizo en Barcelona, que viene cargado de incertidumbre. Menos gente de lo habitual en la sesión de inauguración de un curso. La luz de la tarde decae precipitadamente sobre el Aula 1 del CCCB y entra Andreu Jaume, con un traje claro. Toma asiento y eleva la mirada en un barrido sobre el público que silencia los murmullos. 

Buenas tardes.
El curso es una aproximación a la tragedia en la modernidad, desde el siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XX, para explorar la complejidad del problema trágico en la configuración de nuestro tiempo. Atender a lo trágico es algo fundamental en la cultura occidental, algo medular; pero también lo es el olvido de lo trágico. Es difícil hablar de la esencia de la tragedia, sobre todo a partir de la modernidad. El consenso crítico no es absoluto y el concepto de lo trágico se convierte en algo volátil. ¿Qué ha ocurrido en nuestra cultura con el empobrecimiento de la imaginación, el auge de la ciencia, la devaluación de la poesía,...?
La tragedia es un género que se consolida con extraños vínculos religiosos, con lo sagrado, con el culto a Dionisio. Los griegos no creían en los dioses, sino que los veían. La obra de Sófocles es poesía pero un tipo que nosotros, hijos de la imprenta, no podemos experimentar. Se ha perdido una gran parte de los ingredientes de las representaciones: la dialéctica del coro y los actores, el drama escénico de un personaje que se aísla y pregunta. Es el origen de la catástrofe. Son manifestaciones de estados del ser humano. Para la Grecia clásica (s. V) la persona es un ser “inquietante”, en el sentido de “maravilloso”, “extraordinario”, pero también en el sentido de “terrorífico”. 
La tragedia griega se agota con la eclosión de la Filosofía y la nueva forma de especulación en prosa. Y el diálogo filosófico viene a sustituir al coro de la tragedia clásica.

En el paso del ámbito de la antigüedad (con la tragedia clásica) al ámbito de lo trágico, cabe detenerse en Rey Lear, de Shakespeare. El personaje del rey se sitúa fuera del influjo de la fe cristiana. El epitafio con el que empieza el problema del hombre en la modernidad lo forman las palabras de Lear a su hija muerta: 
Ya no volverás nunca, nunca, nunca, nunca, nunca.
Otra frontera en el paso de la tragedia a lo trágico parece estar en el siglo XVII. La vieja religión entra en colisión con el mundo científico, cartesiano. Es un mundo nuevo que se expresa con Descartes, o en la novela con Cervantes. Don Quijote busca un destino heroico, pero no le queda otro remedio que convertirse en una caricatura, con una muerte vulgar, como hijo de vecino y no de dioses.

En el siglo XVIII nos adentramos en una etapa no trágica. Se consolida el siglo de la crítica, de la esfera pública y se descubre la intimidad, que se estudia sobre todo en la novela. Despierta una nueva forma de imaginarnos. Todo lo que invade la novela es lo que nos aleja de la tragedia, que se va convirtiendo poco a poco en drama. La novela rechaza lo trágico, se parece mucho a la vida cotidiana.

La muerte de la tragedia supuso el anquilosamiento de un estado del lenguaje poético. El lenguaje se ha gastado, las palabras están cansadas y no aceptan la carga de nuevos significados. 

No somos ya capaces de emocionar.  
No somos capaces de representarnos trágicamente.

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