Lecturas y visiones del "Quijote"
Ignacio Echevarría
Hoy
Andreu Jaume viste americana oscura casi negra pero con rayas verticales (con efecto algo extraño) para presentar a Ignacio Echevarría, el conferenciante de la última
sesión dedicada al tándem Cervantes-Shakespeare. Lo presenta como
un crítico vocacional, autor de textos combativos y valientes. Nos
habla de la edición del cuarto tomo de los ensayos completos de
Rafael Sánchez Ferlosio, del cual es responsable el propio
Echevarría, y apunta que ha llevado a cabo el proyecto de forma casi
clandestina. Percibo ironía en sus palabras.
El
ponente abre su intervención con un agradecimiento por la
presentación y pidiendo disculpas de antemano por no haber preparado
a fondo un tema que resulta del todo inabarcable. En
pocos minutos nos damos cuenta de que tal confesión no era otra cosa
que el intento de captar la benevolencia de la sala al modo de los oradores
clásicos, porque la documentación ha sido completa y profunda. Casi le falta tiempo al final para mostrar y leer todo el material elaborado sobre las distintas lecturas del Quijote.
Toda
la atención a Cervantes se vierte en una sola obra. Y es que don
Quijote es el personaje más universal configurado en el imaginario
colectivo. Se ha convertido en una etiqueta. El quijotismo como
categoría encarna una actitud de la mente, del alma y del intelecto.
La lectura de sus contemporáneos, durante varios decenios del siglo
XVII, fue la de un chiste, una bufa, una broma. Le faltaba gravedad
para entrar en el canon cultural de su época. De ello es responsable
el propio Cervantes, por tal como lo presenta en el prólogo. Lo
vende como una especie de reparador de la melancolía, como una burla
de los libros de caballería. También contribuye la forma del texto
(una novela), que carecía de un formato definitivo. El propio éxito
de el Quijote de
Avellaneda ilustra también sobre cómo se había leído el Quijote
auténtico. Se impone, pues, una
lectura jocosa, que ha prevalecido hasta nuestros días.
Es
en Francia donde por vez primera se hace una lectura neoclásica del
personaje, como un tipo noble, íntegro y bueno. El XVIII fue el
siglo de la consagración de la novela, que fue captada por los
lectores ingleses, quienes supieron ver la forma del nuevo género.
Determinaron que el Quijote
fuera reconocido como fundador de la novela moderna, como nueva
fórmula narrativa. En el XIX, el Romanticismo alemán descubre al
caballero como héroe romántico y proponen su lectura como la lucha
de lo ideal contra lo real.
A
finales del XIX, en España, se toma como símbolo de la decadencia
de España, como representación o expresión del alma española
(Unamuno y toda su generación, luego Ortega y Gasset). Se hace una
interpretación especialista.
Toda
obra clásica, lo es precisamente porque autoriza todo tipo de
lecturas. Así, son dos las teorías o maneras de leer la obra de
Cervantes que se han mantenido a lo largo de los siglos: una lectura
jocosa (Martín de Riquer, el mismo S. Freud, quien leyó la novela
en una edición de Doré) y una lectura grave (Harold Bloom, que lo
incluye en su Cánon universal.
Es
Erich Auerbach, en su Mimesis, quien advierte de la ausencia
de lo trágico en la novela de Cervantes frente a la obra de
Shakespeare. Apunta que hay muy poca problemática, muy poca tragedia
en el Quijote. A partir del episodio de la Dulcinea encantada
del capítulo X de la segunda parte, el crítico apunta que:
En la obra de
Cervantes encontramos, pues, muy poca problemática y muy poca
tragedia, a pesar de tratarse de una de las obras maestras de una
época en la que va adquiriendo forma en Europa lo problemático y lo
trágico. La locura de don Quijote no despliega ante nosotros ninguna
de estas dos cualidades; todo el libro es, desde el comienzo hasta el
fin, una obra humorística, en que la locura resulta risible al
proyectarla sobre el fondo de una realidad bien fundada.
Y, sin embargo, don
Quijote es algo más que una figura ridícula; es algo más que el
viejo de las comedias, o el soldado fanfarrón, o el doctor ignorante
y pedantesco. En nuestra escena, Sancho se burla de don Quijote; pero
¿quiere decirse que el escudero desprecie al caballero, que le
engañe constantemente? Nada de eso. Le engaña, en este episodio
concreto, porque no encuentra otro recurso para salir del atolladero;
pero le ama y le reverencia, a pesar de estar convencido a medias, y
en ocasiones por entero, de su locura. Aprende de su amo, y no quiere
separarse de él; la compañía de don Quijote le ayuda a ser más
inteligente y más bueno de lo que antes era. El caballero sin juicio
conserva por debajo de toda su locura una dignidad y una superioridad
naturales, en las que no hacen mella sus incontables infortunios.
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