Hace ya un tiempo que leí la novelita de J.M. Coetzee, Desgracia. Y entonces escribí algo sobre el vaivén de la concentración lectora, sobre ese entrar y salir de una lectura, de una ficción, y la dificultad que contrae mantener la atención cuando leemos: « Dos tramas: la mía y la de la protagonista, Lucy; dos espacios, dos tiempos, acaso dos narradores. Vuelvo a la granja de Lucy y los perros ya no ladran, han sido asesinados. Padre e hija observan el desastre a su alrededor: tristeza y desolación. Toso, me cansa la postura, el bebé del tercero segunda rompe en un llanto desesperado, rabioso. Mi concentración se disipa una y otra vez. » Había descubierto a Coetzee con su obra Verano y me interesó entonces mucho la forma de narrar, el artificio pergeñado para hablar de un personaje que es él mismo, pero que ya está muerto y que no lo es, porque es a su vez un personaje. Y lo planea a través de las entrevistas con personas que lo conocieron en vida. Es una muestra m...