J.M. Coetzee, K.O. Knausgård y el artificio.
Hace ya un tiempo que leí la
novelita de J.M. Coetzee, Desgracia. Y
entonces escribí algo sobre el vaivén de la concentración lectora, sobre ese
entrar y salir de una lectura, de una ficción, y la dificultad que contrae
mantener la atención cuando leemos:

«Dos tramas: la mía y
la de la protagonista, Lucy; dos espacios, dos tiempos, acaso dos narradores.
Vuelvo a la granja de Lucy y los perros ya no ladran, han sido asesinados.
Padre e hija observan el desastre a su alrededor: tristeza y desolación. Toso,
me cansa la postura, el bebé del tercero segunda rompe en un llanto
desesperado, rabioso. Mi concentración se disipa una y otra vez. »


La historia (“proustiana”, según la
crítica) de Karl Ove atrapa desde las primeras páginas y consigue mantener al
lector pegado al libro. Y es que he notado que últimamente me resulta más difícil
mantener la concentración en las historias. ¿Recuerdas, Aarón de nuevo el
artículo de Vargas Llosa que comentamos en clase sobre las nuevas estrategias
del cerebro para retener la concentración? Sí, vosotros parecéis ya programados
de esta manera, para picotear por internet y eso conlleva dificultad para la
lectura profunda. Se tiende a la lectura rápida e incompleta de los textos y
también desatenta, porque el lector está dispuesto a interrupciones constantes.
Se acelera el ritmo visual y se impone la variedad sobre lo estático del ritmo
narrativo tradicional.
Quizá por ello predomina hoy un
gusto editorial por cierta narrativa de frase muy corta y párrafo breve. El
ritmo narrativo es hoy más fragmentario, más rápido, se adelgaza para no
“cansar” al abrumado lector que tiene por delante páginas y páginas de letra
sin imagen y sin interacción alguna.
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