Cierra los ojos y ve

Entró al fin en la estación de metro de Sagrada Familia. Bajó las escaleras lentamente, con la solemnidad del descenso a los infiernos y al pisar un ovillo de cáscaras de pipas, se sintió por unos segundos como Stephen Dedalus en el tercer capítulo del Ulises, cuando pasea por la playa de Sandycove con los ojos cerrados para percibir el sonido de sus botas al aplastar unas crujientes conchas. El primer convoy entró a los pocos minutos. Se dirigía a su estudio del Raval, un pequeño local de la calle Notarías que comparte con un diseñador de bolsos y una restauradora de objetos vintage . Ya en el vagón, justo en el momento en que se cierran las puertas tras la señal acústica, entró una joven abrazada a una carpeta o algo así y, por un momento, le recordó a Julia, sus facciones aniñadas, su pelo corto y despuntado sobre la nuca, pero no, no lo era. Se sentó frente a él y observó discretamente una pequeña cicatriz en forma de pez en la pantorrilla izquierda. La descartó de in...