"San Manuel Bueno, mártir", de Miguel de Unamuno
Novela y espiritualidad. 25 de abril de 2023.
San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno
Andreu Jaume.
San Manuel Bueno, mártir se publicó en 1931. Tiene su génesis en una visita que
Unamuno hizo con unos amigos a la aldea situada en Sanabria, Villaverde de Lucerna,
y escuchar la leyenda que dice que en el fondo del lago de San Martín de
Castañeda hay una villa sumergida y que la noche de San Juan, a las doce de la
noche, se oyen las campanas de la iglesia. Unamuno se quedó muy impresionado
por esta leyenda y decidió ambientar esta novela corta, o relato alargado, en
junio de 1930.
En este relato, protagonizado por un
sacerdote que duda del más allá, Miguel de Unamuno construye una especie de
fábula religiosa sobre el problema de la invasión del nihilismo en la vida
moderna. San Manuel Bueno, mártir cuenta
la historia de un cura de pueblo, Manuel Bueno, que durante mucho tiempo ha
mantenido unida una comunidad con sus palabras, con sus obras de caridad y con su alegría, pero que guarda un secreto.
Está contada en forma de confesión
por parte de una vecina de ese pueblo, Ángela de Carballino, su discípula, que
pone por escrito la palabra viva de ese religioso, que sabemos desde el
principio que ha muerto y que el obispo de la provincia ha iniciado los
trámites para su beatificación. Angela es una buena lectora, conoce el Quijote, a Calderón, los cuentos de
Bertoldo. Hay un concepto importante en la cosmovisión de Unamuno que es el de
la “intrahistoria". Mientras que en la historia los acontecimientos se
producen en la superficie del agua, hay en el fondo de los pueblos algo más
quieto que es lo que anima la vida de los campesinos y de las culturas que
forman una nación.
La novela es una fábula religiosa,
propiamente un evangelio: Ángela, la evangelista y Manuel Bueno, una especie de
Jesucristo moderno. Y está llena de simbología: los nombres: Manuel, Blasillo,
Lázaro; esa iglesia sumergida en el lago, cuyas campanas suenan la noche de San
Juan, y que representan el fondo inmutable de la espiritualidad del pueblo; las
ruinas de una vieja abadía cisterciense. De don Manuel, se destaca su gran
poder espiritualidad y su voz, viva, y cómo encandilaba al pueblo en las homilías
con su voz. Pero en el momento de rezar el Credo, don Manuel callaba:
“Y al llegar a lo de
“creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable”, la voz de don
Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se
callaba.”
Luego aparece otro personaje,
Lázaro, el hermano de Ángela, que es un liberal descreído, y será quien
descubra el secreto de don Manuel. Es un emisario de la modernidad y no va
poder convencerle de las bondades de la religión. Quiere llevarse a su hermana
y a su madre a la ciudad porque a su juicio la aldea embrutece. Don Manuel le
confiesa que se limita a mantener la ilusión de sus feligreses para ayudarles a
llevar la vida de la manera más apacible y aliviarles el dolor. Don Manuel no
ha creído nunca, pero lo extraordinario es que Lázaro, al saber que don Manuel
no cree, se convierte a su credo, sufre una transformación espiritual, percibe
algo en el cura que no cree, pero que quiere mantener con vida la fe del
pueblo, algo que es más espiritual de lo que esperaba; de ahí la simbología de
su nombre. La resurrección supone un despertar del espíritu, otra forma de
entender la vida humana.
Aquí, tenemos que a partir de una
herencia religiosa que se ha ido transformando hasta verse cercada por la
amenaza del nihilismo, ya cada vez es más difícil mantener en pie las creencias
seculares, la creencia en el más allá. Podemos hablar de una vuelta a la fe, de un revulsivo cristiano que vuelva a
dotar de sentido la vida espiritual. Es lo que ocurre en el seno de esta novela
y en general en toda la obra de Miguel de Unamuno. No tuvo una relación sumisa
con el cristianismo, su obsesión fue la muerte y el concepto de fe en Unamuno
coexiste siempre con la duda. San Manuel quiere, pero no puede creer.
El protagonista de esta novela acaba
siendo una especie de nuevo Cristo para un tiempo sin Dios. Él está consumido
de dolor y de vacío pero quiere mantener viva la ilusión de sus feligreses.
Esta ausencia de fe ha renovado la fe en la vida.
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