El desguace de lo real
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La escritora Adelaida García Morales |
La realidad ha sido
siempre el punto de partida, la materia prima de la que se nutre la
ficción literaria. Los escritores se inspiran en la vida para armar
sus tramas y dar vida a sus personajes. En el pacto no escrito con el
lector, la narrativa siempre ha jugado a parecerse a lo real, tomando
como modelo el concepto de verosimilitud que
explica Aristóteles en su Poética:
“relatar lo que ha
sucedido no es el trabajo del poeta, sino contar lo que podría haber
sucedido, lo posible según la verosimilitud o lo necesario.”
Verosímil
sería pues, aquello que aceptamos como probable, y tal cualidad se
halla por encima del rasgo distintivo para lo real entre posible o
imposible. Es necesario que algo sea creíble a que sea posible. La
verosimilitud se entiende como credibilidad de la obra y de los
elementos que la componen.Tal formulación deja al escritor una
amplia zona de movilidad entre los límites entre realidad y ficción.
Es la zona de la creación.
Muchas
veces estos límites se confunden y se traspasan, se tornan difusos y
borrosos incluso entre géneros: novela, crónica, documental,
biografías. Y es en estos primeras décadas del siglo XXI cuando la
ficción se acerca a la realidad para asaltarla, para sacudirla, para
confundirse con ella, aun cuando se trate de unos cuantos datos, de
una verdad imaginada no siempre (nunca es necesario) contrastada. Lo
que conocemos como real ya está en el imaginario de cada individuo
totalmente distorsionado. De ahí a la ficción hay solo un paso
corto.
Entre
muchos ejemplos y modelos, tomamos las novelas de Javier Cercas,
Soldados de Salamina, Anatomía de un instante, El impostor, en
las que parte de episodios reales de la vida de sus personajes, ya
dotados de una identidad nueva. Se ha producido una nueva vuelta de
tuerca a la evolución del género. El propio Javier Cercas apunta
que se trata de
"avanzar, de
aprovechar toda la experiencia histórica combinando la geometría y
el rigor del modelo flaubertiano con la libertad, la flexibilidad y
la pluralidad genérica del modelo cervantino. Ese es mi ideal"
Otros
autores que han tensado las relaciones entre ficción y realidad son
Coetzee, Knausgard Carrère o el mismo Antonio Muñoz Molina, con
Como la sombra que se va, donde el narrador realiza un
ejercicio de autoexploración en paralelo con la narración de los
hechos novelados. Pienso ahora también en la última novela de Luis
Landero, El balcón de invierno.
Han
demostrado que existen otras posibilidades de novelar o ficcionar la
realidad. El viejo concepto de verosimilitud parece agotado. Ahora la
narración no solo quiere parecer real, o verosímil; también quiere
representar la vida y confundirse con ella, quiere sonar a verdad.
Uno
de los últimos episodios de estos “asaltos” a la realidad se ha
producido con la publicación de la novela de Elvira Navarro, Los
últimos días de Adelaida García Morales. La polémica surge a
partir de un artículo de Víctor Erice, titulado precisamente “Una
vida robada”, en el que acusa a la escritora de adueñarse no solo
del nombre y apellidos de su ex mujer, o de la fotografía de la
portada sino también de la identidad de Adelaida García Morales.
Quizá cabría la posibilidad de valorar el daño a terceros, quizá
ha podido más lo comercial del título y la foto, quizá se ha dado
un derroche de evidencias que ha dejado en segundo plano la eficacia
de la ficción literaria.
La
polémica está servida y se abre un debate interesante sobre dónde
están los límites, siempre difusos.
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