"Relato de un náufrago", de Gabriel García Márquez

 


La novela y el mar. 20 de mayo de 2025

Relato de un náufrago, Gabriel García Márquez

Mercedes Serna



El mar tiene un gran protagonismo en la obra de Gabriel García Márquez por muchas razones. Para empezar, García Márquez forma parte del realismo mágico, donde los elementos naturales son esenciales, se imponen siempre. La naturaleza es un personaje protagonista y con ella, el mar. Los ríos, el viento, las estrellas, la luna o el mar, son elementos que cobran una dimensión simbólica, mortal, mágica. El paisaje se convierte en una imagen. Gabriel García Márquez nació a dos horas del mar, en Aracataca.

            ¿Cuál es el origen de Relato de un náufrago? La obra marca un antes y un después en el periodismo y en la literatura. Es una historia real que sucedió en el año 1955. Caldas, un barco destructor de la armada colombiana, tenía que volver a Cartagena de Indias, pero en el Caribe le pasa algo, ocho tripulantes caen al mar y el barco, con el resto de la tripulación, llega finalmente a su destino. Al cuarto día, tras buscarlos sin éxito, dan a los náufragos por desaparecidos. Tras unos días, aparece Luis Alejandro Velasco, único superviviente, en la bahía de la Playa de los Mulatos, una playa inaccesible, un lugar con nativos de ojos verdes o azules, donde llegó exhausto, Velasco. García Márquez cuenta historias, es un contador de historias, cuenta un relato que ya estaba contado. Siempre está contando historias que a él le contaron. Decía del periodismo que era el mejor oficio del mundo. Velasco se recupera y en 1955 es acogido por el régimen del dictador Rojas Pinilla. Llegó a ser coronado héroe de la patria, pero los militares cambiaron y la historia acabó muy mal. En abril de 1955, Velasco acude al periódico El Espectador, de Bogotá, donde trabajaba el escritor, para publicar su noticia en el diario. Se le encargó la misión de reescribir la historia de Velasco al mismo García Márquez. Salieron publicados catorce reportajes en total y el éxito fue apabullante. Tras la entrevista de cada tarde, salía el artículo por la tarde del día siguiente.

 

“La entrevista fue larga, minuciosa, en tres semanas completas y agotadoras, y la hice a sabiendas de que no era para publicar en bruto sino para ser cocinada en otra olla: un reportaje. La empecé con un poco de mala fe tratando de que el náufrago cayera en contradicciones para descubrirle sus verdades encubiertas, pero pronto estuve seguro de que no las tenía. Nada tuve que forzar.”

 

García Márquez, G, Vivir para contarla. Mondadori. Barcelona, 2002. Pág. 565

 

            A partir de la tercera entrevista con Velasco, García Márquez le hace la pregunta clave: “Háblame de la tormenta”, le pregunta a Velasco. Y este le responde: “Es que nunca hubo una tormenta”. A partir de ahí, el interés por parte del escritor creció porque la verdad nunca había sido contada. Esta idea configura una de las bases ideológicas de la obra de García Márquez, buscar el envés, buscar el otro lado de las cosas. El mar es visto desde el fondo hacia la superficie. El barco había escorado, nunca se hundió. Llevaba una carga de contrabando.  

Ni sobornos, ni amenazas pudieron con el relato. Todos los episodios que se publicaron fueron firmados por Velasco. El héroe era él y no García Márquez. No se cambió ni una línea del relato. Pero, finalmente, El espectador fue clausurado y el escritor fue enviado al “exilio” de Europa, como corresponsal. El asunto se politizó.

Quince años después, en 1970, la editorial Tusquets publicó Relato de un náufrago. ¿Por qué decide García Márquez publicarlo entonces? Apela a un sentimiento de justicia. Le cede los derechos de autor a Velasco, en ese momento y para esa edición. De reportaje periodístico, una historia local, pasamos a leer en los 70, en formato libro, una obra literaria, una novela testimonial, universal. Las estrategias narrativas, empleadas en 1970, permiten que el suceso adquiera un sesgo literario independientemente de los hechos. Un libro tiene que ser autónomo, ser válido en sí mismo. De la historia ya se sabía todo, por ello, el mérito recae en la forma de contarla, para provocar en el lector una reacción: tristeza, angustia, desesperación; es el arte de contar. A los hechos se les dota de una voz narrativa, es una voz que ofrece una visión muy particular, una subjetivación; el narrador es un personaje más. En Relato de un náufrago la voz tiene un nombre propio que lleva al lector de la mano para recorrer vivamente su naufragio. El autor trabaja con las leyes de la construcción narrativa.

La literatura de naufragios es un género en sí mismo. El título largo de la novela nos remite a los siglos XVI y XVII. La estructura es la misma: un testigo de los hechos, un relator, cuenta a otro, a un escribiente o escribidor, lo vivido. García Márquez lo plasma en el papel para que se haga inmortal a lo largo de los siglos.

Entre las estrategias o recursos narrativos destacan:

 La anticipación. El final aparece desde el principio (prolepsis) y se nos anticipa lo que va a ocurrir. Al lector le importa cómo se cuentan los hechos, más que los hechos en sí, que ya son conocidos.

     La tensión narrativa.

 Las prefiguraciones, que son típicas de los relatos de naufragios. La naturaleza nos avisa de que se cierne una tragedia.

      Las acciones paralelas.

      La presencia de símbolos.

La estructura narrativa es episódica, cronológica, sin ruptura de un escenario a otro. La obra se apropia del carácter descriptivo del realismo. Primero se explican los preparativos del viaje (presentimientos, temores); luego el naufragio propiamente dicho, que es la parte central de la historia: un protagonista incomunicado en su balsa; a la deriva entre el mar, el cielo infinito, el calor abrasador, la falta de agua y los animales, que aportan el elemento fantástico. La tercera parte será la vuelta al mundo oficial de la fama, tras su reintegración en la sociedad.

            La experiencia se nos va a revelar a través de los sentidos; es un texto simbolista y modernista. No hay diálogos, se trata de un monólogo interior, no de un diario, que transmite el estado anímico del náufrago y aporta sensación de autenticidad. El protagonista jamás se ha visto antes en las circunstancias límites del naufragio, se va conociendo a sí mismo. El monólogo afecta y traspasa los límites de la subjetividad. Estamos asistiendo a una doble ficcionalización, la de Velasco y la de García Márquez. La memoria, las asociaciones temporales, el entramado de los sentidos o nuestras propias evocaciones hacen que un hecho trascienda y vaya más allá de lo real, la realidad ficticia. En este relato, la obsesión del tiempo está magistralmente narrada. El tiempo subjetivo toma el mando de la narración.

 Es un viaje que se detiene en la soledad, también en la esperanza.




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