"El buen mal", de Samanta Schweblin


                                                                             


Es raro no estar

Samanta Schweblin (Buenos Aires,1978) es una escritora consolidada del panorama literario en lengua española, con una serie de premios que avalan su talento y prestigio internacional. Entre sus obras, destacan el libro de cuentos Pájaros en la boca, publicado en 2009, o su primera novela, Distancia de rescate (2014), que obtuvo el premio Tigre Juan y fue nominada al Man Booker Prize 2017. Del libro de cuentos, Siete casas vacías, que obtuvo en 2015 el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, destaca el cuento «La respiración cavernaria», relato en el que se cuestiona la seguridad de la institución del hogar y en el que la casa y sus metáforas se revelan ya como uno de los temas recurrentes de la autora. En 2018 publica su segunda novela, Kentukis, obra leída en clave de ciencia ficción y que obtuvo el Premio Mandarache, otorgado por un jurado de unos 6000 lectores de entre 12 y 30 años coordinado por comités de lectura de España, Colombia y Chile. Samanta Schweblin ha vivido en México, Italia y China. Actualmente reside en Berlín, donde escribe y dicta talleres literarios. 

Y ahora, en marzo de 2025, llega a las librerías su cuarto libro de cuentos, El buen mal, publicado por la editorial Seix Barral, donde la autora revalida el dominio del lenguaje, con una prosa sintética, concisa y sobria; con la creación de atmósferas que, sin adornos estilísticos que puedan abrumar al lector, devienen extrañas en su aparente normalidad. Pero si algo destaca por encima de todo en este conjunto de relatos es, sin duda, la maestría en la configuración de las voces narrativas, voces que transmiten en primera persona el desasosiego y la incertidumbre.

  En El buen mal los personajes hablan desde otro lugar, alejado (o no) de la normalidad, para inquietar al lector y desordenar lo cotidiano. Se trata de narradores, muchas veces situados en los márgenes de lo real, de voces que se hacen preguntas y que dialogan con otras voces, a su vez turbadoras, que tensionan situaciones aparentemente normales. Escenas reconocibles o cotidianas como una llamada o una charla con el vecino pueden desviarse hacia el misterio y lo extraño. 

Entre esas voces dotadas de identidad y de alma, destaca especialmente el narrador del cuento “El ojo en la garganta”, un relato magistral. Un niño de dos años es sometido a varias operaciones quirúrgicas a raíz de un accidente doméstico: ha tragado una pila botón cuyo litio perfora los órganos internos y conlleva someter al niño a una traqueotomía (el ojo en la garganta). Los temas del relato son la incomunicación y la culpa que asumen unos padres que, además del accidente doméstico, pierden por descuido al niño en una estación de servicio y no son conscientes hasta pasados unos kilómetros. El niño desaparece y su voz se sitúa en un punto que no existe, ¿cómo narrar si no existes? Aquí interviene la magia del estilo, es posible narrar desde un no lugar, en primera persona, sin estar la voz en el momento de la narración:

“Es raro no estar. No soy nada de lo que queda: ni el asiento trasero, ni la manta amarilla, ni mi sillita vacía. Pero hay algo de mí en todo lo que ha sido mío. “Mirame”, “Mirame”, “Mirame”, le digo a mi padre.”

El título del libro es un oxímoron muy significativo, El buen mal, que anticipa la incertidumbre y hace de hilo conductor de los seis cuentos. Se requiere de un lector atento, capaz de seguir las pistas, desde las más explícitas hasta aquellas que se manifiestan por elisión. Un “buen reto” para el lector sería percibir todas las emociones que genera el texto ante la irrupción de fuerzas que ponen en fuga la normalidad, como si esta no fuera lo verdaderamente extraño. 

Se trata de un libro de cuentos orgánico en el que podemos identificar rasgos propios de la obra de Samanta Schweblin como son la economía del lenguaje, los temas de la incomunicación, el aislamiento, o las relaciones paterno-filiales, la salud mental de los personajes, la extrañeza de las casas ajenas, los objetos cotidianos que se resignifican, o la aparición del elemento extraño a partir de la cotidianidad.

     

    “Hundo mi otra mano en el pelaje clavando los dedos alrededor del cogote. El conejo espera, me mira con su ojo rojo, congelado. Estoy pensando en que mancharé la cocina y tendré que limpiar a conciencia, o las nenas verán el desastre en la mañana. ¿Y si en lugar de despellejarlo le aprieto el cuello hasta ahogarlo y pongo al conejo muerto otra vez entre los brazos de la mayor?”


Comentarios

Entradas populares de este blog

Los niños tontos (2). Sobre los cuentos

"En memoria de Paulina". Un cuento de Bioy Casares

Mi hermana Elba y los altillos de Brumal. De los límites difusos

SOLENOIDE, la novela traslúcida

Los niños tontos (1). Sobre el libro.