"Entre visillos", o el sueño de dialogar
Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar
El título de la novela alude a las
ventanas, uno de los motivos que es constante punto de referencia en la obra de
Martín Gaite, y es metáfora de la frontera que separa la vida del mundo
doméstico, reducido de las mujeres, de la vida exterior. Es, por lo tanto, un
símbolo de lo fronterizo y de un ángulo siempre condicionante de las miradas. Y
estas ventanas están cubiertas por visillos, que es una tela fina y
transparente que deja pasar la luz pero impide ver el interior desde fuera. En
el capítulo 1 de la novela leemos que “Natalia
levantó un poco el visillo.” La
muchacha observa el bullicio de la ciudad en las fiestas de septiembre. Se
establece ya la línea divisoria entre el exterior, la calle con grupos de
personas alegres; con el interior, el espacio cerrado de la casa, a través de
la protección de los visillos, que esconden la vida de las mujeres que la
habitan.
Pero
esta ventana tiene además algunas connotaciones de reja o de prisión, porque
lejos de mirar desde un espacio privilegiado y libre, el encuadre reduce a la
mujer a mera espectadora pasiva e inmovilizada.
La ventana condiciona un tipo de mirada: mirar sin ser
visto. Consiste en mirar lo de fuera desde un reducto interior, perspectiva
determinada, en última instancia, por esa condición ventanera tan arraigada en
la mujer española y que los hombres no suelen tener. (...) La ventana es el
punto de enfoque, pero también el punto de partida. (Martín Gaite, Desde la ventana (Enfoque femenino de
la literatura española) 1987.
Novela de valor testimonial
Entre visillos consta de dieciocho capítulos y se divide en dos partes: la
primera parte, con once capítulos y la segunda, con siete. Describe la vida cotidiana de una ciudad de
provincias cuyo nombre no se menciona pero puede aludir a Salamanca por razones
de biografía, una vida saturada de rutina, conservadurismo e hipocresía.
Tampoco aparecen referencias explícitas al tiempo narrativo pero algunos
indicios como la profesión de aviador militar del novio de Gertru (profesión
popular en la ciudad en los años 50) y el estreno de la película Marcelino, pan
y vino, en 1954, con el pase previo del NODO, nos llevan a pensar en la mitad
de la década de los 50. Entre visillos
está centrada en la vida de los jóvenes de la burguesía, especialmente de las
mujeres.; y, a través de las historias cruzadas que les suceden a los
personajes, la obra da testimonio de su modo de vida, dentro de ese contexto
social y cultural específico. Asistimos
al devenir de su cotidianidad, a sus hábitos, cuáles son sus pensamientos, sus
deseos e inquietudes, como el temor a la soltería entre las chicas. La llegada
de Pablo Klein a la ciudad para ocuparse de las clases de alemán en el
instituto es uno de los motores de la trama. El carácter abierto, liberal y
crítico de este personaje entra en colisión con el ambiente de opresión en el
que se mueven los habitantes de la ciudad. Gracias a su aparición, algunas de
las mujeres se cuestionan su posición y empiezan a querer cambiar su forma de
vida y pensamiento.
Natalia
Ruiz es la menor de tres hermanas, huérfanas de madre. Tiene quince años,
estudia en el instituto y se opone a acatar pasivamente las normas y costumbres
convencionales. Le aburren las conversaciones de sus hermanas con las amigas,
cuyos temas le parecen banales. Le interesa el estudio y desea llegar a la
universidad.
Algunas costumbres de la época que
se ven reflejadas en la novela son, por ejemplo, la asistencia a misa todos los
días donde las jóvenes acuden a la iglesia a oír misa, a confesarse. Los
hábitos domésticos estaban muy pautados: la hora del desayuno, de la comida, de
la merienda, el cambio de la falda de la mesa camilla, o la limpieza. En
relación a los estudios, las chicas dejan de estudiar para casarse y las que
estudiaban solían hacerlo en un colegio de monjas, mientras que era raro
hacerlo en un Instituto público. Las relaciones sociales estaban pautadas por
visitas a las casas de amigas, motivadas por la amistad o por el consuelo
durante el período del luto. Los jóvenes, sin embargo, se relacionan en el
Casino y en ambientes libres de la presión social. Los ritos señalados eran la
puesta de largo, la pedida de mano, las compras necesarias para la boda, la
ropa y los planes de futuro. Y sobre todo ello presidía un acuciante interés
por conocer la vida ajena, todo el mundo sabía de todo el mundo.
En Usos amorosos de la posguerra española, Carmen Martín Gaite
escribió:
“La muchacha que quisiera ajustarse a este ideal [de mujer virtuosa en el franquismo] no podía ser llamativa ni vistosa. Pero, por otra parte, tenía que conseguir llamar la atención y ser vista entre la multitud de candidatas a casarse que hormigueaban, perplejas como ella, ante la misma encrucijada. ¿Cómo se las arreglaba para esto?”
Ya en el primer capítulo de la
novela leemos en el diario de Tali que su mejor amiga, Gertru, se va a casar
dentro de varios meses con Ángel, un chico mayor que ella que es piloto y, por
lo tanto, es considerado como un “buen partido”. Gertru le comenta a Natalia
que este año no se va a matricular en el Instituto para el último curso de
bachillerato, porque a su novio no le gusta la idea de que siga estudiando.
Está ilusionada porque dentro de unos días se “pone de largo” en una fiesta a
la que ha invitado a Natalia, pero esta no quiere ir.
Las conversaciones sobre los novios
y el matrimonio son una constante en toda la novela, sobre todo entre las
muchachas. Otro “buen partido” está representado en la sociedad de posguerra
por el chico que prepara oposiciones a notaría. La novela pone de manifiesto
que el tema del matrimonio no es una cuestión privada, sino que la familia y el
entorno podían aprobar o no la elección, ejerciendo así un control sobre las
decisiones de las mujeres.
El sueño de dialogar
En la novela están presentes algunos
de los rasgos distintivos que aparecerán en la trayectoria posterior de Martín
Gaite, sobre todo en Retahílas (1974)
y en El cuarto de atrás (1978). Nos
referimos al motivo del diario o el cuaderno, con una escritura en primera
persona con la connotación de refugio o terapia. Pero si ampliamos el encuadre
a su producción ensayística, a títulos como La
búsqueda del interlocutor y El cuento
de nunca acabar volvemos a encontrarnos con un tema recurrente: el sentido
de la escritura como la búsqueda de un interlocutor, un lector o bien un
destinatario explícito que a veces no existe. El diario de Natalia Ruiz puede
ser el canal elegido para esa búsqueda y que más tarde encontrará en Pablo
Klein, con el que comparte el rechazo al convencionalismo del ambiente en la
ciudad. Encuentra en Pablo Klein un confidente para compartir sus inquietudes e
intereses, que no halla en las demás personas de su entorno: “Me chocaba que estas cosas estuviera
tratando de explicárselas a un desconocido. Me miraba atentamente y completaba
alguna de mis frases, animándome a seguir.” Y una vez que Tali ha
reconocido esa complicidad en lo que los
diferencia del resto, Pablo se revela como un ideal de referencia masculina
para ella.
Esta
dicotomía entre lo que se entiende por diálogo y por conversación insustancial
es otro de los temas favoritos de la autora. El magnetismo que desprende Pablo
Klein tiene que ver con que ofrece siempre en los demás, tanto a los hombres
como a las mujeres, una posibilidad de
diálogo, más allá de la charla vacía e insustancial. El profesor solo encuentra
dos interlocutoras válidas: la animadora del Casino, Rosa y su alumna, Natalia.
Con esta se establece una comunicación verdadera, real y sincera; ella lo ve
como el interlocutor que anhela. Es el interlocutor ideal, ese del que la
autora habla en sus ensayos.
El personaje de Natalia Ruiz, Tali, es metáfora de esperanza para otras generaciones de mujeres que buscan encontrar una posición de independencia para elegir en libertad.
A partir de la relectura de Entre visillos desde
otra edad y en otro tiempo muy distinto, nos convertimos, tal vez, en
interlocutores de una escritora brillante, una de las figuras más importantes
de las letras hispánicas del siglo XX.
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